Todos los medios españoles han definido esta gira norteamericana como “un rotundo fracaso”, alegando que ninguna autoridad ha recibido a Torra. Convendría relativizar esta conclusión, que rebaja nuestras defensas.
Torra ha acudido a EE.UU. con la intención de “hacer un llamamiento a la comunidad internacional para que actúe y se comprometa en una mediación internacional que permita al pueblo catalán reconocer efectivamente el ejercicio de nuestro derecho a la autodeterminación”.
No se trata tan solo de otra de las “ensoñaciones de Torra”. Hay influyentes sectores de poder en Washington que han amparado y alentado a las élites del procés. Como los representantes del Congreso estadounidense con los que Puigdemont se reunió en septiembre del pasado año, pocos días antes del 1-O, para dejarles claro que “una Catalunya independiente seguirá siendo europeísta, occidentalista y atlantista”.
Entre ellos está Dana Rohrabacher, presidente durante años del Subcomité para Europa, Eurasia y Amenazas Emergentes del Congreso, y que fue una de las opciones valoradas por Trump para ocupar el cargo de Secretario de Estado, el “ministro de Exteriores” en EE.UU. Entre las “especialidades” de Rohrabacher figura la de fomentar la disgregación como arma de dominio. Fue un activo defensor de que EE.UU. financiara y armara al Ejército de Liberación de Kosovo, para convertir al país, ya segregado, en una inmensa base norteamericana. También propuso al Departamento de Estado en 2002 que patrocinara movimientos separatistas en Irán como vía de intervención en el país.
Hay otros, como Mario Díaz-Balart, figura emergente del Partido Republicano, que apoya el veto migratorio de Trump y exige más mano dura con Venezuela o Nicaragua. O Ileana Ros-Lehtinen, presidenta de importantes grupos en la Cámara de Representantes, como el Subcomité sobre Oriente Próximo y Norte de África o el Comité de Inteligencia. Todos ellos, representantes de los sectores más agresivos y reaccionarios de la superpotencia, han mostrado comprensión o apoyo ante las demandas de las élites catalanas independentistas.
Cuando Trump ganó las elecciones, Artur Mas difundió un sorprendente vídeo celebrando la noticia que todo el planeta había recibido aterrorizado. Algunos miembros destacados de las élites independentistas explicaron esta sorprendente reacción. Como Agustí Colomines (ex director de la poderosa fundación convergente CatDem, centro del escándalo de corrupción del 3%, y estrecho colaborador de Puigdemont), para el cual la llegada de Trump a la Casa Blanca suponía que “para el soberanismo catalán se ha abierto una ventana de oportunidad que el president Carles Puigdemont tendría que explorar”. O Victor Terradellas (responsable de relaciones internacionales de la ex Convergencia), que formuló explícitamente que Cataluña debía ofrecerse -dentro de los cambios que va a suponer la era Trump- como “muro de contención occidental en el sur de Europa, codo a codo con Israel, el país que más en serio sigue el proceso catalán”. Es decir, que Cataluña debía aspirar a colocarse como fuerza de choque de la estrategia de Trump en Europa.
EE.UU. no tiene en sus planes la disgregación de España, un país que es un peón fiable y alberga importantes bases militares. Pero sí contempla la utilización de las heridas contra la unidad como un instrumento de intervención en nuestro país. Y existen élites independentistas dispuestas a entregar Cataluña al mejor postor internacional. La combinación de ambas cosas supone un peligro que no debemos nunca despreciar.