En primer lugar, porque la escala de las operaciones financieras en un mundo que desde los años 80 ha empezado a abrir las puertas de sus mercados de capitales a Wall Street es esencial para mover los mercados, mediante la alteración de los precios, en la dirección en la que deseas para reportarte el mayor volumen de ganancias en el menor tiempo posible.
En segundo lugar, porque el ritmo de revalorización y acumulación de capital por parte de la oligarquía yanqui ha ido decayendo a medida que su peso económico relativo en el mundo decrecía. No es que los monopolios norteamericanos no sigan obteniendo unas plusvalías anuales fabulosas, tanto de la explotación de su propio pueblo como del resto del planeta. Pero el crecimiento más veloz de otras masas de capitales en otras partes del mundo limitaban su capacidad de hegemonía financiera. Había que idear un sistema que permitiera mantener (o incluso acrecentar) esa hegemonía con un menor volumen de capitales. Y los ingenieros de Wall Street lo idearon. El sistema podríamos denominarlo como el del endeudamiento sin fin o “esquema Ponzi” a escala global. Como es sabido, Carlo Ponzi salió en 1903 de su ciudad natal italiana de Parma con dos dólares y medio en el bolsillo y el sueño de hacerse millonario en la “tierra de las oportunidades”, EEUU. Ponzi observó que los sellos internacionales de correos se podían vender en Estados Unidos más caros que en el extranjero, por lo que su cambio producía un pequeño margen de ganancia. A partir de ahí montó un negocio que prometía a sus clientes un 50% de beneficios en 45 días y del 100% en tres meses. En apenas año y medio había recaudado millones de dólares de pequeños inversores. «Había que idear un sistema para mantener la hegemonía de Wall Street» A medida que pagaba los intereses convenidos, miles de inversores acudían a él, las viudas hipotecaban sus casas y la gente le entregaba sus ahorros. Lo que no sabían era que Ponzi estaba simplemente usando el dinero de los últimos inversores en llegar para pagar el beneficio de los primeros, mientras él acumulaba una fabulosa fortuna.Todo iba viento en popa hasta que se descubrió que, en realidad, Ponzi había creado una gigantesca pirámide invertida, puesto que no reinvertía ni un céntimo de sus enormes beneficios en la empresa. Para cubrir las obligaciones contraídas de pago a sus inversores, habría necesitado tener en circulación 160 millones de cupones. Lo cierto es que solo tenía 27.000. Desde entonces, los economistas utilizan el término «esquema Ponzi» para describir un mecanismo en el que alguien paga las deudas viejas mediante una progresión constante de deuda nueva. La liquidación de las deudas –el vencimiento de los préstamos, más los intereses– se difiere a un futuro indeterminado, pero siempre lejano, alimentando un eterno proceso de refinanciación de la deuda.Los bancos de inversión de Wall Street no actuaron de manera muy diferente al estafador Ponzi.De vuelta al sistema bancario en la sombraPorque el denominado sistema bancario en la sombra no hace referencia sólo a los agentes que actúan en el, como los hedge funds, sino también a las prácticas y productos que utilizaron los bancos de inversión para expandir su endeudamiento.Desde finales de la década de 1990, una parte cada vez mayor de este sistema bancario en la sombra ha sido el mercado de productos derivados crediticios negociados en mercados que no son públicos, no están regulados por ninguna ley ni están sometidos a la vigilancia del Estado, de ahí su nombre, “en la sombra”. Se trata, por resumirlo de forma sencilla, fundamentalmente de obligaciones de deuda garantizadas (los llamados CDO) y de permutas financieras de impago de crédito o CDS. Desde los inicios del capitalismo, los bancos comerciales han estado obligados a asegurar sus operaciones de crédito, lo cual implica ofrecer garantías reales como contrapartida al préstamo contraído. El atractivo más obvio de los CDS radicaba en el hecho de que, como productos de un mercado no público y no regulado, no exigían el compromiso de tramos de capital como garantía, facilitando así un endeudamiento cada vez mayor. Si puedo obtener préstamos sin necesidad de exponer mi propio capital, ¿dónde está el límite? La expansión a gran escala de estos productos comenzó cuando los especialistas en productos derivados de JP Morgan Chase persuadieron a la mayor aseguradora del mundo, la norteamericana AIG, para que comenzase a suscribirlos en 1998. Los CDO constituían también una inteligente manera de potenciar el endeudamiento sin fin. Al adquirir grandes cantidades de préstamos, los bancos deberían haber aumentado en correspondencia su base patrimonial. En el sistema jugaban un papel primordial las agencias de calificación. La solidez de la emisión de los CDO eran suscrita por éstas a cambio de una comisión. Inmediatamente, al lanzarlos al mercado, recibían la calificación triple A por esa misma agencia a cambio de una segunda comisión. Con estas calificaciones, los bancos pudieron pasar a lanzar gigantescas emisiones de deuda sin necesidad de incrementar su base de capital para respaldarlos: las agencias de calificación aseguraban que eran tan seguros y de tanta calidad, que no hacía falta. Al iniciarse el siglo XXI, Wall Street se lanzó a la emisión masiva de préstamos titularizados de todo tipo, procedentes de las hipotecas del mercado inmobiliario, de los créditos vinculados a las tarjetas de crédito, a la adquisición de automóviles,… Al ofrecer a los inversores unas tasas de rentabilidad mucho mayores que las que podían obtener en los mercados monetarios, una ingente masa de capitales de todo el planeta acudieron al reclamo. Había, sin embargo, un punto crucial de diferenciación entre estos nuevos productos y el resto de productos crediticios, como por ejemplo los bonos corporativos (las emisiones de deuda que lanzan las grandes empresas para financiar sus proyectos) o los bonos soberanos (la deuda emitida por los Estado para financiar sus déficit). Todos estos bonos, digamos “clásicos”, tienen un origen claramente identificable en un operador cuya fiabilidad crediticia y recursos de tesorería pueden evaluarse de manera bastante objetiva; operando también en un mercado secundario de bonos que tiene reglas claras y precios precisos. «En unos meses, los bonos triple A fueron degradados a bonos basura» Los productos sintetizados en los CDO, sin embargo, provienen de cientos de miles de orígenes inidentificables, cuya fiabilidad crediticia y capacidad de generar flujos de tesorería no son conocidas. Además se vendían en un mercado no público y no regulado, careciendo, pues, de un mercado secundario que pudiera determinar objetivamente los precios y, mucho menos, de un mercado organizado para minimizar el riesgo de la contraparte. En el mejor de los casos, encerraban un riesgo enorme, dado que eran totalmente opacos para quien los compraba. En el peor, como resultó ser finalmente, eran un auténtico fraude, un gigantesco esquema Ponzi a escala global. De tal modo que, en los breves meses que van de la caída de Bearn Stearns a la de Lehman Brothers, los teóricamente superseguros CDO, con calificación de triple A, fueron degradados al estatus de bonos de deuda basura.Todavía se está reconstruyendo la historia para calcular con exactitud los billones de dólares que alcanzó la estafa. Pero su efecto fue devastador sobre la banca alemana y francesa, unos de los mayores compradores de los productos de ingeniería financiera de Wall Street, verdadero origen de la crisis del euro. La pata quebrada del euroA mucha gente en Europa le indigna que Obama no se canse de exigir a la eurozona resolver rápidamente la cuestión de la deuda para evitar una crisis mundial de consecuencias catastróficas. Justamente la que han provocado ellos.Pero indigna también que las advertencias y amenazas provengan de un país con déficit anual superior al 10% de su PIB, y que acumula una deuda pública real que llega a los 100 billones de euros, el 700% de su PIB. Y que mientras exige a Europa resolver sus problemas de deuda, eleva año tras año el techo de endeudamiento permitido a su gobierno, para poder seguir viviendo a cuenta de sus acreedores.¿Y por qué los mercados acosan inmisericordemente la deuda de muchos de los países europeos mientras toleran que Estados Unidos siga viviendo del dinero ajeno? Sencillamente, por el papel del dólar como principal moneda de reserva mundial. Una pérdida importante del valor del dólar en el mercado internacional, no sólo gravísimos problemas a los países –que como China o Japón– tienen denominadas buena parte de sus reservas en dólares, sino que causaría un auténtico caos en el comercio internacional, en el que el predominio del dólar en las transacciones es abrumador. «Por el papel del dólar en la economía mundial, EEUU puede endeudarse indefinidamente» El dólar concentra el 85% de las transacciones en divisas, el 65% del comercio global y un porcentaje semejante de las reservas mundiales de divisas. La mitad de la deuda internacional está nominada en dólares y el grueso de las operaciones con el petróleo y la mayoría de las materias primas se liquidan en dólares.Aunque el dólar haya perdido el reinado absoluto que tuvo desde el fin de la segunda guerra mundial hasta comienzos de este siglo, sin embargo es capaz de mantener su primacía antes que nada por la ausencia de una moneda o monedas que puedan reemplazarlo como divisa de reserva mundial. Pese a ser la moneda unitaria de 15 países, el euro no ha logrado la influencia requerida para actuar como moneda global. El yen japonés ha perdido la influencia mundial que una vez pudo tener. Y el yuan chino todavía no se ha internacionalizado como para ser una moneda fácilmente convertible y ocupar ese papel.Justamente por ese papel que el dólar desempeña en la economía mundial, Estados Unidos puede endeudarse indefinidamente. A través de las emisiones de dólares de la Reserva Federal pueden mantener el control del tipo exacto de inflación que necesitan –puesto que deciden la cantidad de dólares circulantes en cada momento– para rebajar el valor de su deuda mediante el descenso continuo del valor del dólar. La Reserva Federal tiene cuantificado con exactitud que debe mantener, como media, una inflación anual del 3% en EEUU. Al tener denominada toda su deuda en su propia moneda, una inflación anual del 3% significa que en el curso de cada década, EEUU rebaja en un 30% el var de su deuda pública y privada. Por eso, en el terreno monetario, la máxima prioridad para Estados Unidos es mantener a toda costa el dólar como divisa de reserva, algo que a medio plazo cuestiona tanto el fortalecimiento y el desarrollo del euro como la emergencia económica de China y su expansión comercial. Con la crisis de la deuda soberana, por primera vez en sus 10 años de existencia se empieza a hablar de lo que haces sólo unos meses ere impensable: el estallido de la eurozona y la desaparición del euro. Si ello llegara a ocurrir, además de fortalecerse enormemente el dólar, sus poseedores estarían en condiciones de comprar Europa a precio de saldo.