Cualquier valoración o debate que aborda la cuestión de la Universidad, Bolonia, o los efectos de la crisis en el ámbito universitario, salvo excepciones, suele enmarcarse casi exclusivamente entre las cuatro paredes del claustro. De las aulas a las aulas.
Decía Unamuno en su obra “De la enseñanza suerior”, refiriéndose al profesorado de la época: “La comparación no será muy cortés, ya lo sé, pero es exacta; muchos me parecen caballos de noria. Pónelos su dueño a que saquen agua y ellos, con sus ojos vendados, dan vueltas y más vueltas, y ‘cumplen con su obligación’, sin dárseles un ardite del fin que aquella agua haya de tener. ‘Tú ganarás tres mil pesetas por explicar latín’. Y él dale que le das, a dar vuelta a la noria, con los ojos vendados. Enseña latín, sin preocuparse de la utilidad o inutilidad social que el latín puede tener, fuera de proporcionar un título" Algo parecido es lo que pasa hoy en día en muchos de los debates en torno a la Universidad, Bolonia y la “sociedad del conocimiento”, y, en este caso, no es principalmente por la mayoría del profesorado. ¿A quién y a qué sirve la Universidad? Podía leerse en uno de tantos blogs de un profesor, una defensa cabal del “método Bolonia” que había estado poniendo en práctica a modo de prueba piloto. Decía que cuando se lanzan críticas al EES – Espacio Europeo de Enseñanza Superior – suele obviarse que esos errores ya existían antes de Bolonia. En todo caso el problema nunca puede ser si ya existían, si no si se corrigen, se agudizan o se crean otros peores. Pero no son errores, más bien son un lastre. Más ante la crisis, necesitamos una Universidad que sea nacional, es decir, que sirva a la construcción de un proyecto para España de desarrollo y progreso de acuerdo a las exigencias propias del país y de las diferentes clases populares. Que sirva al interés de la mayoría. Necesitamos una Universidad que sea independiente, rectificando una estructura de gobierno cada vez más lastrada por intereses ajenos al mundo universitario que llegan a tener incluso capacidad de veto. Y que no dependa de una normativa europea nacida de la pérdida de soberanía entregada a las principales potencias, a través de la OCDE. Necesitamos una Universidad científica, capaz de colocarse a la vanguardia en los sectores más avanzados de la investigación y poniendo sus recursos al servicio del conocimiento y las necesidades sociales, no del interés particular de tal o cual mercado. Y necesitamos una Universidad que esté al servicio del pueblo y por lo tanto democrática. Cuyo carácter práctico y ligazón con la sociedad no venga de los convenios empresariales o las “necesidades” del mercado. Estos no deberían ser tratados más que como un agente más supeditando sus fuerzas al interés de todos y a la resolución de los problemas y retos reales, futuros e inmediatos. Y por eso con una mayor participación en las decisiones de estudiantes, profesores y trabajadores en general, además de la presencia de organizaciones populares que hoy ni se consideran. No hay que consultar lo que ya se ha decidido, sino poner las decisiones en sus manos. Así la Universidad ha de convertirse en un motor para salir de la crisis y construir otra sociedad. Un arma verdaderamente poderosa.