El 2 de octubre de 2018, Jamal Khashoggi -un prestigioso periodista árabe residente el EEUU y columnista del Washington Post– entró en el consulado de su país en Estambul para retirar los documentos necesarios para casarse con su novia turca. No se sabe si de allí salió en pedazos o incinerado, pero está claro que no con vida.
En el interior de la embajada fue secuestrado, torturado, asesinado y descuartizado por un comando de los servicios de inteligencia saudíes, bajo las órdenes del príncipe heredero Mohammed Bin Salmán (MBS), auténtico hombre fuerte de Arabia Saudí.
Un año después, muchas y muy escabrosas preguntas rodean aún el asesinato de Khashoggi. Se desconoce qué fue de su cuerpo, pero también que ha sido de sus ejecutores, que han desaparecido sin dejar rastro. Pero de lo que ya no queda ninguna duda -por más que la Casa Real saudí se empeñe en negarlo- es de que la autoría intelectual del crimen conduce inequívocamente al príncipe heredero. El periodista, que había trabajado para la inteligencia saudí alineado con otra rama de la Casa Real, era una figura crítica y opositora al mandato de MBS. Sabía demasiado y tenía un altavoz demasiado grande.
Desde noviembre del año pasado, Donald Trump cuenta con un detallado informe de la CIA cuya conclusión es meridianamente clara: el todopoderoso MBS es el responsable directo de la orden de matar al periodista Jamal Khashoggi. La misma directora de la CIA, Gina Haspel, reveló la existencia de una conversación grabada entre Mohamed bin Salman y su hermano menor Khalid, embajador saudí en Washington, en la que MBS da instrucciones de “silenciar a Khashoggi cuanto antes”.
Y sin embargo, desde el primer momento, Trump ha querido mostrar sus cartas contra MBS… para luego guardarlas. La Casa Blanca ha quitado importancia a las conclusiones de la CIA, recalcando que su apoyo a Riad es estructural y no va a cambiar. «No voy a renunciar a cientos de miles de millones en contratos para que vengan Rusia y China a llevárselos. Se equivocan si piensan que voy a destrozar nuestra economía simplemente por ser ingenuos con Arabia Saudí»
Pero lo que ha hecho la Casa Blanca es mucho más que proteger las «inversiones» de EEUU. Arabia Saudí ha sido históricamente -junto a Israel- el principal gendarme norteamericano en Oriente Medio. Desde el año pasado, y gracias a un acuerdo de 110.000 millones de dólares con la industria armamentística de EEUU, Riad es el tercer país del mundo en gasto militar y es ya el mayor importador de armamento del planeta.
Pero eso no quiere decir que no existan contradicciones entre Washington y Riad. Arabia Saudí bajo el dominio absoluto de MBS había adquirido tintes autónomos que la superpotencia no podía ni quería permitir, como los acercamientos a Rusia y China, o los tanteos para realizar las transacciones de crudo en yuanes, y no en dólares.
Poco antes del asesinato de Khashoggi se produjo una bronca conversación entre Trump y el rey Salman. “Sin nosotros no duraríais ni dos semanas”, le dijo el norteamericano. Pocos días después, los precios del crudo bajaron, tal y como exigía Trump.
Un año después del crimen, Arabia Saudí está plenamente enclavada en los planes de guerra de EEUU en Oriente Medio. En la guerra de Yemen, pero sobre todo contra Irán. Con el «dossier Khashoggi», Washington se ha asegurado que uno de sus principales aliados en Oriente Medio no sigue adelante con ciertas veleidades.