Balance de 2010

Un 25% más pobres

Manel Fontdevila en Público. 30-12-2010

El titular, publicado por uno de los más importantes diarios económicos del paí­s esta misma semana, puede parecer a muchos impactante: «Luz, gasolina y recortes de nómina: la familia Lozano es desde ayer un 25% más pobre». Pero quienes siguen habitualmente nuestra publicación saben que esto es, exactamente, lo que venimos anunciando y denunciando desde marzo del pasado año.

Retener el dato es imortante: la mayoría de las familias españolas son, al comenzar el 2011, como la familia Lozano, un 25% más pobres. Y lo es porque en ese número está contenido el centro nodular del balance del año 2010. Balance de un año al que se han dedicado estos días los grandes medios de comunicación, añadiendo confusión y medias verdades (la peor de las mentiras) donde es más necesario que nunca que haya claridad y conciencia. Un proyecto anunciado ¿Es que acaso poseemos una especie de don adivinatorio, algún tipo de bola mágica para acertar, con precisión casi matemática, hacia dónde nos dirigíamos? Nada de eso. A comienzos de año, y mientras Zapatero hablaba de los “brotes verdes” en la economía española, una pequeña columna publicada por el New York Times –uno de los órganos de expresión más importantes de la burguesía monopolista norteamericana– afirmaba que “los españoles deben comprender que han de rebajar un 25% sus salarios”. La frase, dicha desde el centro del Imperio, era algo más que una declaración de (malas) intenciones. Concentraba en una sola línea el centro del proyecto de nuestros enemigos. Debilitadas por el estallido de la crisis en Wall Street y acosadas por el ascenso de unas potencias emergentes que les arrebatan pedazos cada vez mayores de la “tarta” del poder económico mundial, las viejas potencias imperialistas capitaneadas por EEUU se han revuelto agresivamente contra los países más débiles políticamente y más dependientes de ellas, como es nuestro caso. Su objetivo es degradarnos aún más, hacernos más débiles y dependientes de ellos para poder apropiarse de un 25% de los salarios y las rentas del 90% de la población. Recuperando por este lado una parte de lo que están perdiendo en el mercado global. Para que ellos puedan mantener su poder mundial, su nivel de beneficios y riquezas es necesario que nos empobrezcan y degraden a nosotros. Este, y no unos etéreos “mercados” o unas evanescentes bandadas de “especuladores financieros” sin rostro ni apellidos, es el origen de la sucesión de ataques y turbulencias que hemos vivido este año. Cuando todos aquí repetían una y otra vez, en medio de la debacle griega, “España no es Grecia” como una especie de mantra con el que creían conjurar los peligros, nosotros ya advertimos, “cuando las barbas del vecino veas pelar…”, anunciando que tras hundir a Atenas en el abismo, Dublín, Lisboa y Madrid eran los siguientes objetivos a batir. La llamada de Obama a Zapatero en el mes de mayo puso las cosas en su sitio. Además de la suprema degradación de la posición internacional de España que supuso que la Casa Blanca hiciera pública la llamada y su contenido a las 24 horas, a Zapatero le faltó tiempo para ejecutar las órdenes precisas impartidas desde Washington. Congelación de las pensiones, recorte del sueldo a los trabajadores públicos, subida del IVA y reforma laboral para abaratar el despido y recortar los salarios de los trabajadores. Ya entonces dijimos que la llamada de Obama significaba la liquidación política de Zapatero. Más de 6 meses después el PSOE es un hervidero buscando la forma de quitárselo de en medio y el diario más progubernamental, El País, anunciaba en un editorial reciente “Un año de calvario” para Zapatero. Arrecian los ataques Pero quien creía que las grandes potencias iban a conformarse con esto es que no conoce su naturaleza. En noviembre, coincidiendo con el rescate de Irlanda, una nueva oleada de turbulencias sacudía la economía española. Al mismo tiempo que el gobierno Zapatero creía hacer una demostración de autoridad frente a los controladores aéreos, la cumbre franco-alemana de Dauville dictaba una nueva sentencia: la amenaza de una intervención económica y política de España al estilo griego o irlandés empezaba a proyectar la sombra inminente de una brutal operación de cirugía ejecutada por Berlín y Washington a través de la Comisión europea, el BCE y el FMI. La escasa resistencia, el servil plegamiento y la docilidad encontrada en Zapatero para imponer sus primeros planes de ajuste, unido a la voracidad y la agresividad de las viejas potencias cada vez más impotentes frente a los países emergentes, han hecho que su proyecto haya dado un salto cualitativo. Si pueden saquear el 40 o el 50% de nuestras rentas y salarios, ¿por qué iban a conformarse con menos? ¿Para qué degradarnos a jugar en tercera división si disponen de los medios y la oportunidad de condenarnos a un máximo nivel de degradación, sin voz y sin voto en ninguna liga mundial? La supresión de la ayuda de 426 euros a los parados sin recursos, la privatización de Aena y Loterías, las rebajas de impuestos a las rentas de capital y, sobre todo, el anuncio de una brutal reforma de las pensiones con plazo fijo a 28 de enero son los síntomas más evidentes de que ha empezado la cuenta atrás y España ha pasado a vivir en un estado de emergencia nacional, en el que las perspectivas de futuro que dibujan esta gente no pueden ser más sombrías. A comienzos de diciembre, el banco de inversión norteamericano Goldman Sachs hacía público el papel que nos tienen reservado. Según su informe, dentro de 20 años, en 2030, nuestro peso en la distribución de la riqueza mundial habrá caído al menos en dos terceras partes, situándonos al nivel de países como Filipinas y Malasia. Este es el destino que Washington y Berlín nos tienen preparado. Su primera etapa, rebajar un 25% los salarios y rentas del 90% de la población se ha cubierto a una velocidad vertiginosa, en apenas 9 meses. ¿Hasta dónde, hasta cuándo? Sin embargo, también a lo largo de este año hemos venido repitiendo incansablemente que Washington y Berlín –que consideran que nada que no pueda ser controlado por ellos se opone a su proyecto, porque a su llamada telefónica el poder económico y político español se pone a sus pies– están cometiendo un error estratégico de consecuencias incalculables, al dirigir el centro de sus ataques contra los intereses fundamentales del 90% de la población. Y que una cosa es controlar a unas miserables y serviles castas políticas y a un puñado de clanes oligárquicos, y otra bien distinta creer que ellas reflejan y son representativas del estado de la nación y del pueblo. El éxito incontestable de la primera respuesta popular a su proyecto, la huelga general del 29-S, lo confirmó de una forma rotunda. Pero llevados por su ciega y desenfrenada voracidad, las grandes potencias se han metido en un terreno pantanoso, el de las pensiones, donde su capacidad de maniobra es limitada. Por primera vez desde que estalló la crisis tenemos condiciones para obligar a nuestros enemigos a dar la batalla en el terreno más desfavorable para ellos y más favorable para nosotros. En ningún otro terreno como en el de la reforma de las pensiones se dan condiciones más favorables para conseguir la más amplia unidad del 90% de la población. Y la exigencia de un referéndum para que el pueblo decida sobre la reforma de las pensiones es una alternativa políticamente cualitativa, capaz de unir y movilizar a amplísimos sectores populares. En torno a la reforma de las pensiones se nos ha abierto la oportunidad de dar un golpe contundente que permita empezar a frenar sus agresivos planes de rebajas y recortes. Y empezar a cambiar una correlación de fuerzas que hasta ahora les ha sido extraordinariamente favorable. Ahora es el momento y la reforma de las pensiones nos ofrece una ocasión inmejorable. Ellos han conseguido, en este año, empobrecernos un 25%. Pero nosotros ahora disponemos con la exigencia del referéndum de una herramienta de un valor incalculable para transformar la indignación y el rechazo popular en fuerza política organizada para hacer frente a sus planes.En nuestras manos está el utilizarla, convirtiendo la exigencia del referéndum en un clamor nacional y popular que retumbe por todos los rincones de la geografía española. Y que al hacerlo sume fuerzas a la tarea de construir un amplio frente de unidad capaz de hacer que se abra paso una alternativa de salida a la crisis basada en la redistribución de la riqueza y no en el empobrecimiento del 90% de la población.