Por abrumadora mayoría, y «en los términos más enérgicos posibles», el Parlamento Europeo ha aprobado una durísima resolución contra el gobierno húngaro de Viktor Orbán, uno de los más derechistas y autoritarios de la Unión, condenando la homófoba Ley aprobada en este país, que prohíbe cualquier representación de la homosexualidad en las escuelas y en televisión o publicidad. Pero detrás de este castigo hay objetivos menos nobles que la defensa de los derechos humanos y de la diversidad sexual y afectiva.
Con el voto favorable de 459 eurodiputados de todo el arco parlamentario -desde la izquierda, los verdes, los socialdemócratas a los liberales y la mayor parte del grupo popular- 147 votos en contra y 58 abstenciones (entre los que destacan casi todos los europarlamentarios españoles del Partido Popular, menos González-Pons), el Parlamento Europeo ha aprobado una resolución que reclama a la Comisión Europea que inicie un procedimiento acelerado de infracción contra Hungría.
El texto denuncia que la controvertida Ley húngara discrimina, estigmatiza y criminaliza la libertad sexual y afectiva, que constituye un nuevo paso del Gobierno de Viktor Orbán en su campaña de promoción del odio hacia la comunidad LGTBI y supone “una violación manifiesta de los valores, principios y el derecho de la Unión”.
Se exhorta a las autoridades comunitarias a que bloqueen las partidas del fondo de recuperación y que no aprueben el desembolso de los fondos estructurales previstos para el periodo 2021-2027. De ser así, Hungría se quedaría sin los fondos destinados a la agricultura, pero también sin las cuantiosas sumas del Fondo Next Generation, destinado a reparar los estragos de la Covid.
La decisión ha sido celebrada por los colectivos LGTBI de toda la UE, y por buena parte de la opinión pública. Pero ¿es la defensa de «los valores y los principios de la UE», de los derechos humanos, o de la libertad sexual y afectiva, lo que mueve el severo castigo que la Unión Europea -encabezada por Alemania- está dando al gobierno húngaro?
El Grupo de Visegrado, un frente «trumpista»… sin Trump
En los últimos años, y alentados desde el otro lado del Atlántico, un grupo de países de la UE, todos con gobiernos ultraconservadores y/o de tics autoritarios, han hecho un frente común contra la hegemonía de las principales potencias europeas, Alemania y Francia, que dominan los resortes del poder comunitario. Durante cuatro años Hungría, Eslovaquia, Polonia y la República Checa, más conocidos como el Grupo de Visegrado, recibieron el apoyo explícito e implícito de Donald Trump, embarcado en una política de debilitar y golpear a la Vieja Europa para poderla someter a sus mandatos, forzando las costuras de la UE y alentando a los gobiernos y opciones políticas más eurófobos y centrífugos.
La Hungría de Orbán tiene excelentes relaciones con China. El país magiar es una de las terminales ferroviarias de la Nueva Ruta de la Seda, y el aeropuerto de Budapest es la cabeza del puente aéreo por donde entran las mercancías chinas a la UE.
Trump ya no está, pero el trumpismo tiene vida propia, lo mismo que sus apadrinados. Pero las tornas se les han vuelto en contra.
Por un lado, porque una vez despojados del apoyo de Washington, están frente a frente con Berlín y París, que han encontrado en las homófobas leyes húngaras un motivo perfecto para dar un escarmiento al miembro más díscolo de los de Visegrado: la Hungría de Orban.
Pero por otra parte porque el nuevo emperador, Joe Biden, ha visitado recientemente Europa, y ha tocado la corneta. Ha instado a sus aliados y vasallos europeos a que se encuadren mucho más firmemente en el frente contra el principal oponente geopolítico de EEUU: China. El demócrata ha exigido a los europeos que vayan cortando los lazos económicos, comerciales, políticos con China, y que le secunden en su ofensiva contra Pekín «en nombre de la democracia y los derechos humanos que representa Occidente».
Y resulta que la Hungría de Orbán tiene excelentes relaciones con China. El país magiar es una de las terminales ferroviarias de la Nueva Ruta de la Seda, y el aeropuerto de Budapest es la cabeza del puente aéreo por donde entran las mercancías chinas a la UE. Y además, durante la pandemia, Budapest se salió del guion comunitario al comprar vacunas made in China. «China utiliza Hungría como puerta para expandir su influencia en Europa», titulaba hace unos meses el ABC.
Por tanto, cabe pensar que no es “lucha contra la LGTBIfobia” todo lo que reluce en el severo castigo que está recibiendo Viktor Orbán.