Es la mayor victoria de Ucrania en los ocho meses y medio de guerra. Las tropas de Kiev han entrado en la estratégica ciudad de Jersón, en la orilla occidental del Dnieper, mientras las fuerzas rusas se han replegado al lado suroriental del rio. La capital llevaba ocupada por Moscú desde los primeros días de la invasión, y es el punto más occidental hasta donde habían llegado las tropas del Kremlin.
Mientras los ciudadanos de la ciudad y de las localidades liberadas salen a recibir -con lágrimas, flores y alegría desbordante- a las tropas ucranianas, y la victoria se festeja en todo el país, el gobierno de Kiev llama a la cautela. «El enemigo no hace regalos», ha repetido Zelenski, insistiendo en que «puede ser una trampa».
En una ciudad donde hace pocas semanas, después de una farsa de referéndum, Putin trataba de hacernos creer que el 87% de la población aceptaba ser anexionado a Rusia, miles y miles de personas salían a las calles a celebrar su liberación.
Ya circulan cientos de imágenes. Ancianas con su ‘justka’ (el típico pañuelo ucraniano), gente empuñando banderas azules y amarillas o ramos de flores, salen a recibir los convoyes de soldados que entran en sus localidades. Lágrimas, besos, cánticos de ¡Slava Ukraini! (¡gloria a Ucrania!) y todo tipo de muestras de alegría y de alivio.
Un recibimiento de los ciudadanos de Jersón y alrededores, antagónico a más no poder al que prodigaron a las tropas rusas en los primeros días de la ocupación. Entonces también se hicieron virales las imágenes de los jersonitas, espetando a las tropas del Kremlin en su propia lengua -se trata de una región mayoritariamente rusoparlante- «¿qué hacéis aquí?», «¡largaos a vuestra tierra!», «¡fuera, no os queremos!». Las manifestaciones espontáneas frente a los tanques acababan cuando los soldados rusos comenzaban a disparar.
¿Punto y final del proyecto “Novorrósiya”?
Esta ciudad, que antes de la guerra tenía 280.000 habitantes y que da nombre al Oblast (provincia) del mismo nombre, era la única capital regional que las fuerzas del Kremlin habían logrado ocupar desde el 24 de febrero, tiene un valor estratégico más que notable. Ubicada en la desembocadura del Dnieper, el rio que divide en dos a Ucrania, Jersón se encuentra cerca de la península de Crimea, que Rusia se anexionó en 2014. La península no sólo se coloca a tiro del fuego ucraniano, sino que Kiev podría cortarle el suministro de agua, procedente del rio.
Además de su importancia económica y portuaria, y de ser una puerta de entrada al Mar Negro, la recuperación de Jersón significa con toda probabilidad el punto final del proyecto que una vez Putin contempló, conquistar lo que él llama la “Nueva Rusia” o “Novorrósiya”: toda la franja rusófona y costera de Ucrania -desde el Donbás y el corredor de Mariúpol al este, a Zaporyia, Jersón y Crimea por el sur, llegando finalmente a apoderarse de Mikolaiv y Odesa- para dejar a una Ucrania mutilada y sin acceso al Mar Negro, dejando por tanto a su economía agrícola y exportadora rehén para siempre de Moscú.
La pérdida de esta capital significa un duro revés para el Kremlin, y ya yan unos cuántos en esta guerra. Primero fue el fracaso de la ofensiva relámpago que intentó tomar Kiev rápidamente, derrocar al gobierno de Zelenski y sustituirlo por un títere de Moscú; luego, en septiembre, vino la contraofensiva ucrania que recuperó más de 8.000 kilómetros cuadrados en la zona al este de Járkov. Y ahora es Jersón, capital además de un Oblast que -tras los referéndum-farsa de octubre- ha sido anexionado ilegalmente por Rusia a su territorio.
Una victoria para Ucrania, una derrota para Rusia
A pesar de la cautela y de la contención del triunfalismo, nada puede esconder que desde finales de este verano, Ucrania tiene la iniciativa y está desplegando una ofensiva que le ha llevado a recuperar miles de kilómetros de territorio invadido. Si las tropas rusas se han retirado de Jersón ha sido porque se las ha obligado a hacerlo.
Al contrario que en la contraofensiva de Járkov, en el frente de Jersón el ejército ucranio ha procedido metódicamente, avanzando con pies de plomo, y atacando desde meses atrás las líneas de suministro hacia esta capital: atacando con la artillería de precisión occidental -los sistemas Himars- puentes, arsenales y centros logísticos en la retaguardia rusa. Creando una situación muy complicada para que el Kremlin pudiera defender Jersón, y obligando a las tropas rusas a replegarse en la otra orilla del rio antes de ser rodeadas y embolsadas. Finalmente, los rusos se han retirado y Ucrania ha reconquistado la capital sin -de momento- grandes pérdidas.
Por el contrario, hay un claro aroma a humillación en el lado ruso. El Kremlin escenificó el anuncio por televisión, y -como es habitual cuando se trata de dar malas noticias- no lo hizo Putin, sino sus subalternos. Ante las cámaras, con tono serio, el general Surovikin -el más sangriento de los carniceros de Moscú, experto en la «doctrina Grozni»- anunciaba al ministro de Defensa, Serguéi Shoigu, que era imposible abastecer la ciudad de Jersón y que su defensa sería “inútil”. Desde hacía semanas, los rusos habían estado retirando armas y equipamiento de Jersón, en una retirada ordenada que trataba de evitar -como pasó en septiembre en la contraofensiva de Járkov- toneladas de armas y municiones útiles al enemigo.
Moscú ha disfrazado esta retirada con la bandera de querer preservar la vida” de sus tropas, a las que Putin ha enviado a combatir desde el principio de la invasión en condiciones penosas, con equipos anacrónicos, sin buena formación e incluso sin avituallamiento. Pero nada puede ocultar que, durante semanas, Putin se había negado tajantemente a entregar Jersón. Si lo ha hecho es porque no se le ha dejado otra.
Sin embargo, este repliegue permite a Rusia utilizar el Dnieper como barrera natural desde la que parapetarse frente al avance ucraniano, ante la llegada de un implacable invierno que limita muy seriamente los grandes movimientos tácticos. Desde esa posición defensiva, Rusia gana varios meses para reabastecerse de material militar -vía drones iraníes, por ejemplo- y para terminar de entrenar a los nuevos soldados reclutados forzosamente por toda la Federación. El oso ruso ha sido golpeado y hecho retroceder, pero conserva poderosas y afiladas garras.
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¿Puede ser una trampa?
Kiev tiene poderosas razones para extremar la cautela. A pesar de que Putin haya sido hecho retroceder y que la recuperación de Jersón sea un innegable y valioso triunfo, las autoridades ucranianas temen un ardid del Kremlin. Y hay varias formas en las que algo así podría ocurrir.
Para empezar, hay fuentes militares ucranianas que han advertido que en los edificios de Jersón se podrían ocultar 20.000 militares rusos, dispuestos a llevar al ejército de Kiev a un combate urbano muy costoso en vidas. Y no solo eso: “los militares rusos habrán minado todo lo que puedan: viviendas, alcantarillas. Y la artillería en la orilla izquierda planea convertir la ciudad en ruinas”, ha advertido el gobierno ucraniano.
Está la amenaza de la presa de Kajovka, 200 kilómetros Dnieper arriba, todavía en manos rusas
Pero aunque esas sospechas finalmente no se materialicen, está la amenaza de la presa de Kajovka, 200 kilómetros Dnieper arriba, todavía en manos rusas y con importantes daños estructurales.
La eventual voladura de esta presa, que embalsa una superficie de agua de 2.155 kilómetros cuadrados, podría provocar la liberación súbita de 18 millones de metros cúbicos de agua, inundando miles de hectáreas y hasta 80 localidades, incluida la ciudad de Jersón. Un auténtico tsunami que -además de la destrucción de miles de vidas e infraestructuras- podría cortar durante meses cualquier avance ucraniano en este sector, y más de cara al barro y la nieve del invierno.