El 23 de febrero de 2022 las calles de Kiev, Járkov o Mariúpol bullían de vida. La gente madrugaba para ir a trabajar, corría con sus hijos para no llegar tarde a la escuela, hacía sus compras, paseaba por los parques o quedaba en los cafés con sus amigos. En las fronteras se acumulaban, amenazadoras, cerca de 200.000 tropas rusas, pero pocos creían que Putin llegaría tan lejos.
Pero el 24 de febrero, de madrugada, los tanques de Putin cruzaron la frontera y los misiles rusos comenzaron a caer en las calles, quebrando para siempre la existencia cotidiana de los 44 millones de hombres, mujeres y niños de Ucrania. Pasaron a correr con sus hijos para salvar la vida o salir del país, a hacer colas para conseguir alimentos bajo las bombas rusas, a acudir a los parques para enterrar los cadáveres de sus vecinos, y a despedirse de sus seres queridos para ir al exilio… o al frente de batalla.
Cien días después, el horror imperialista decretado por Putin llena los televisores y las portadas: decenas de miles de muertos, millones de refugiados, crímenes de guerra, ciudades y pueblos reducidos a escombros, un país parcialmente ocupado y una guerra que no tiene visos de acabar, y que se estanca a la par que se intensifica.
No ha habido ni uno solo de estos cien días en las que las imágenes de Ucrania no nos hayan golpeado en el estómago. Hemos visto los cadáveres de las calles de Bucha, un hospital materno-infantil o un teatro con más de 300 civiles arrasado por los misiles rusos en Mariúpol, el caos tras el bombardeo en una atestada estación de trenes en Kramatorsk, las lágrimas de quienes tienen que enterrar a sus hijos o a sus padres, o la mirada perdida de miles de mujeres y niños llegando a las fronteras de la UE.
Esas imágenes apenas plasman toda la dimensión del horror de la peor guerra en Europa desde la de los Balcanes. Es necesario ponerle cifras para comprender la magnitud del infierno de sangre y muerte que Moscú ha desatado sobre Ucrania.
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Las vidas perdidas
Es muy difícil saber con exactitud cuántas vidas ha costado hasta ahora la guerra de Ucrania. Las agencias de Naciones Unidas o de las ONGs que se encargan de la ingrata tarea de contar los muertos no siempre tienen acceso a los lugares de conflicto, o no pueden saber cuántos cadáveres hay debajo de los escombros. Las cifras mortales que ofrecen uno y otro bando pueden exagerarse o reducirse por razones de propaganda, como en el caso de Mariúpol, donde las fuerzas del Kremlin han sido acusadas de tratar de encubrir los fallecimientos o de arrojar los cadáveres a fosas comunes, lo que enturbia el balance general.
Según la Oficina de la ONU para los Derechos Humanos, en los primeros cien días de guerra en Ucrania han fallecido de manera fehaciente 4.031 civiles, y hay otros 4.735 heridos. A primeros de junio, Unicef informaba de que al menos 262 niños habían sido asesinados y que otros 415 habían resultado heridos.
Pero todas esas agencias son conscientes de que el cálculo es parcial y que la cifra real será mucho, mucho mayor. Sólo en Mariúpol, antes de la conquista total por parte de Rusia, las autoridades ucranianas reportaron la muerte de más de 21.000 civiles. Y en Sievierodonetsk, una ciudad de la región oriental de Luhansk que se ha convertido en el último epicentro de la ofensiva rusa, se han registrado alrededor de 1.500 decesos según su alcalde. Estas estimaciones incluyen a los muertos por soldados o proyectiles rusos y las muertes por el hambre y las enfermedades, provocadas por el colapso del reparto de alimentos y de los servicios sanitarios.
En cuanto a las bajas de soldados ucranianos, y atendiendo a las propias declaraciones del gobierno de Kiev -que dijo que perdía entre 60 y 100 soldados en combate cada día y que cerca de 500 más resultaban heridos- Ucrania acumularía cerca de 10.000 muertes y 50.000 heridos en sus fuerzas armadas.
En el caso de Rusia es aún más difícil determinarlo con seguridad, porque el Kremlin guarda su número de bajas como un secreto de Estado, ante su propia población y ante la opinión pública mundial. La última cifra oficial publicada por Moscú data del 25 de marzo, cuando un general dijo a medios estatales que 1.351 soldados habían muerto y 3.825 más resultaron heridos. Todos los analistas internacionales han dado esa cifra por irrisoria. El gobierno ucraniano afirma haber abatido a más de 30.000 soldados rusos, pero tampoco es creíble.
A finales de abril, una estimación de la inteligencia británica estimó en 15.000 los soldados rusos muertos, y en alrededor de 40.000 los heridos en combate. Algunas estimaciones de la OTAN hablan de entre 7.000 y 10.000 soldados rusos muertos. Cogiendo las cifras británicas, en tan sólo 100 días, se habría igualado la cifra de 15.000 soviéticos muertos durante una década de guerra en Afganistán, un número de ataúdes que provocó un trauma nacional comparable al «síndrome de Vietnam» en EEUU.
Es muy difícil saber con exactitud cuántas vidas ha costado hasta ahora la guerra de Ucrania. Los que se encargan de la ingrata tarea de contar los muertos no siempre tienen acceso a los lugares de conflicto, o no pueden saber cuántos cadáveres hay debajo de los escombros
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La devastación
Según la comisión de derechos humanos del Parlamento de Ucrania, el ejército ruso ha destruido cerca de 38.000 edificios residenciales, lo que ha dejado a unas 220.000 personas sin hogar. Las bombas rusas han destruido casi 1.900 centros educativos, dañando o arrasando desde guarderías a escuelas de primaria, desde institutos a universidades. Entre la infraestructura atacada hay 300 puentes automovilísticos y 50 de ferrocarril, o 500 fábricas. La Organización Mundial de la Salud ha contabilizado 296 ataques a hospitales, ambulancias o personal sanitario en Ucrania en lo que va de año.
Estas cifras evidencian que los edificios e infraestructuras civiles destruidos no son «víctimas colaterales», ni errores de cálculo balístico de la artillería rusa.
Desde el primer momento de la invasión, los proyectiles de Moscú han impactado no sólo contra objetivos de valor militar, sino contra infraestructuras de uso civil. Forma parte de la ‘doctrina Grozni’, ensayada por el Kremlin en Chechenia, perfeccionada en Siria, y aplicada ahora en Ucrania. Consiste en arrasar una ciudad, aplastarla, allanarla, usando toda la potencia de fuego disponible, en lanzar la devastación contra la población para doblegarla por el terror. Es el crimen de guerra como teorema militar.
El mayor y más trágico ejemplo de esta devastación deliberada es sin duda Mariúpol -una vibrante urbe de 450.000 habitantes antes de la guerra a orillas del Mar de Azov- donde el 90% de sus edificios han sufrido daños o han sido reducidos a escombros. Pero idénticos resultados -a mayor o menor escala- podemos ver en Borodyanka, Mykolaiv, o ahora en Sievierodonetsk.
La enorme cantidad de edificios civiles destruidos no se debe a errores de cálculo balístico de la artillería rusa. Forma parte de la ‘doctrina Grozni’, que usa el crimen de guerra como fundamento militar
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Crímenes de guerra
Cualquier guerra imperialista es en sí misma un enorme crimen. Pero hay barreras, reglas y convenciones -en especial los Acuerdos de Ginebra- que hacen referencia a la población civil, y que no deberían traspasarse. La Rusia de Putin, heredera del socialfascismo soviético, y entre cuyas tropas encontramos a algunos de los cuerpos más sanguinarios, como los batallones chechenos o los mercenarios nazis de Wagner, ha triturado esos límites, perpetrando todo tipo de crímenes de guerra y de sistemáticas violaciones de los derechos humanos.
Cuando tras la retirada de las tropas rusas del asedio de Kiev, las fuerzas ucranianas entraron en Bucha, un suburbio de Irpin a pocos kilómetros de la capital, encontraron cientos de cadáveres abandonados en medio de las calles, o en sus viviendas, o enterrados en enormes fosas comunes. Los testimonios de los habitantes supervivientes contaron que fueron asesinados por las fuerzas invasoras sin provocación alguna. Las señales de ensañamiento y ejecuciones sumarias -cuerpos maniatados, con disparos en la nuca o en la boca, otros con quemaduras o desmembrados- se contaban por cientos, e incluso estaban por escrito. «Esto os pasa por querer entrar en la OTAN”, habían pintado los soldados rusos en una pared,
La masacre de Bucha es apenas una muestra de las atrocidades cometidas por los invasores. Las autoridades ucranianas han documentado hasta el momento un total de 13.073 hechos constitutivos de crímenes de guerra cometidos por las tropas rusas.
Además de los bombardeos sobre Mariúpol y otras ciudades, las tropas del Kremlin han disparado sobre civiles que hacían cola para comprar pan en Chernígov, los misiles han caído sobre estaciones de tren atestadas de civiles, intentando huir de Kramatorsk, y hay testimonios que aseguran que el Ejército ruso ha llegado a utilizar a niños como “escudos humanos” mientras se replegaba de los alrededores de Kiev.
La masacre de Bucha es una muestra de las atrocidades cometidas por los invasores. Hay documentados hasta el momento un total 13.073 hechos constitutivos de crímenes de guerra
Dentro de estos crímenes de guerra, un capítulo especial lo ocupan las violaciones y crímenes sexuales cometidas por las tropas invasoras. En los bolsillos de casi todos los soldados rusos que han sido capturados o abatidos por las fuerzas ucranianas a lo largo de estos meses de guerra hay algo terriblemente habitual: preservativos. Y a menudo, drogas y pastillas de Viagra. Los soldados de Putin no sólo han sido enviados a invadir, a asesinar y a saquear. La violación es un «botín extra» de guerra.
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Un desastre humanitario
En los primeros cien días de invasión, ACNUR ha cifrado en 6,8 los millones de refugiados ucranianos que han huido del país. De ellos, 3,6 millones han ido a Polonia, un millón a Rumanía, a Eslovaquia 444.000, a Hungría 649.0000 y a Moldavia 472.000. Desde la retirada de las tropas rusas de la ofensiva sobre Kiev y otras partes del norte del país, una parte de estos refugiados -alrededor de 2,2 millones de personas- han regresado a Ucrania
A estos refugiados hay que añadir a más de 7,1 millones de desplazados internos (es decir, que huyeron de sus hogares pero no del país, desplazándose a zonas más seguras al oeste de Ucrania), según la Organización Internacional para las Migraciones de la ONU.
Dado que los hombres mayores de 18 años están llamados a las armas, la inmensa mayoría de estos refugiados son mujeres y niños. Según Unicef, unos 5,2 millones de niños ucranianos, entre ellos 2,2 millones refugiados en otros países, precisan urgentemente de ayuda humanitaria. Dos de cada tres menores ucranianos han tenido que abandonar el país.
Pero además de los que han tenido que abandonar Ucrania o desplazarse dentro del país, están los que han sido forzosamente deportados… al territorio del invasor. Según el gobierno de Kiev, más de 200.000 niños ucranianos han sido separados de sus familias. El Kremlin admite que 1,6 millones de personas, de ellos más de 259.000 niños han sido «evacuados» de Ucrania y el Donbás a Rusia.
En los primeros cien días de invasión, ACNUR ha cifrado en 6,8 los millones de refugiados ucranianos que han huido del país.
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Territorio invadido
A las cifras anteriores, que dan una medida del sufrimiento humano, hay que añadir el despedazamiento de Ucrania como país.
La línea de frente de combate se extiende a lo largo de más de mil kilómetros. Las tropas rusas han entrado en 3.620 localidades o aldeas de Ucrania, de las cuales 1.017 han logrado ser recuperadas por el ejército ucraniano.
Antes de la invasión, el conflicto del Donbás y la anexión de Crimea habían entregado a Rusia el control del 7% del territorio ucraniano. Tras cien días de invasión, las tropas del Kremlin controlan un 20% de Ucrania, una superficie de 58.000 kilómetros cuadrados, más o menos como si juntáramos Cataluña con el País Valenciano.
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Un devastador impacto económico y social
Antes de la guerra, Ucrania ya era un país con unos índices socioeconómicos nada favorables. Su PIB en 2021 fue de 82.108 millones de euros, colocando al país en el puesto 56 de las economías mundiales. Su PIB per cápita era de 3.291 euros por habitante y año, un bajísimo nivel de vida que colocaba al país en el puesto 120 de los 196 países del ranking.
La invasión rusa ha venido a agravar aún más esta situación. La devastación ha hecho que el PIB descienda un 45% en lo que llevamos de 2022, que las exportaciones caigan un 80%, la inflación se dispare al 15% y la deuda externa alcance un 90,7% del PIB.
Según un informe de la Escuela de Economía de Kiev, los costes de reconstrucción de la guerra tras los primeros cien días ascienden a de unos 568.000 millones de euros, y podrían aumentar aún más a medida que se prolongue la guerra. Para poder asumirlos, Ucrania habrá de incrementar su deuda externa a niveles estratosféricos, lo que -sea cual sea el resultado de la guerra- multiplicará su dependencia e intervención del exterior.
Estos datos harán que la pobreza en Ucrania se dispare a niveles desconocidos. Según estimaciones de la ONU, el porcentaje de población con unos ingresos por debajo del índice mínimo de subsistencia alcanzará un 70% en 2022. La pobreza se incrementará un 19,8% este año con un 59% más de personas vulnerable en caer en ella.
La invasión rusa hará que la pobreza en Ucrania se dispare a niveles desconocidos. Según la ONU, los ucranianos por debajo del índice mínimo de subsistencia llegarán a ser un 70% en 2022.
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Un desastre agrícola
Ucrania es conocida por ser uno de los graneros del mundo… y de Europa. En 2022, el país solo producirá un 65% de su cosecha normal.
Según la FAO, la superficie agrícola de Ucrania es de 41 millones de hectáreas, un 71,3% de la superficie de las tierras. El 31% de la población es rural. La agricultura supone el 9,3% del PIB ucraniano. El 41% de la producción agrícola corresponde a pequeños productores
Entre el 20 y el 30% del cereal que se plantó en invierno -antes de la invasión- permanece sin recoger, y no podrá ser vuelto a cultivar para la cosecha que viene. Se plantaron 7 millones de hectáreas de trigo entre septiembre y octubre de 2021 que no podrán recogerse este verano. Esto no sólo tendrá un grave impacto sobre la economía ucraniana, sino sobre el precio de las materias primas -la harina o el aceite de girasol- de la industria alimentaria europea, y sobre todo, sobre amplias zonas de África, produciendo hambrunas de dimensiones desconocidas.