Washington y la derecha criolla no han conseguido sus objetivos en el primer round del intenso proceso desestabilizador que se ha abierto en Venezuela tras la autoproclamación de Juan Guaidó como «presidente interino» del país. Trump y Guaidó no cejan en llevar al máximo la tensión y la polarización en Venezuela, pero no han conseguido el rápido derrumbe del régimen de Maduro que ellos esperaban. Las razones fundamentales están en que -a pesar de los graves errores de Maduro- la mayoría del pueblo venezolano no respalda un golpe de Estado que pone al país al borde de un enfrentamiento civil de irreparables consecuencias.
La Casa Blanca es consciente de que ha fracasado en sus esfuerzos de conseguir un colapso rápido del régimen de Maduro. Así lo reconoció el vicepresidente norteamericano, Mike Pence, en la cumbre del Grupo de Lima en Bogotá tras el fracaso del operativo de entrada de «ayuda humanitaria» desde la frontera de Colombia.
Según el portal de noticias argentino La Política Online, en esa reunión Mike Pence lanzó a Juan Guaidó un duro diagnóstico del estado de la ofensiva desestabilizadora contra el régimen de Maduro. Un análisis en el que reprochaba al «presidente encargado» (por Washington) buena parte del fracaso.
Al parecer, Guaidó había asegurado a la Casa Blanca que si la mayoría de los líderes de las potencias mundiales lo reconocían como presidente interino, al menos la mitad de los oficiales de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana (FANB) desertarían y/o se unirían al golpe de Estado para derribar a Maduro. No ha ocurrido. Apenas 300 efectivos -de un total de 300.000 que componen las FANB- han roto filas, y la práctica totalidad de la cúpula se mantiene con el gobierno.
En una charla tensa, Pence también reprochó a Guaidó sus aseveraciones sobre que la base social del chavismo estaba desintegrada. Aunque la crisis ha revelado una evidente polarización social y un palpable desafección de los votantes chavistas hacia Nicolás Maduro -fruto también de sus propios y graves errores- también ha mostrado que el gobierno bolivariano cuenta con al menos unas 6-7 millones de personas dispuestas a cerrar filas ante una intervención imperialista. Pero también que amplios sectores de la población, incluso los fuertemente críticos con Maduro, no están dispuestos a apoyar la peligrosa senda de Trump y Guaidó para Venezuela.
El vicepresidente norteamericano incluso trasladó a Guaidó el enfado de la Casa Blanca por la actitud «poco comprometida» de los millonarios venezolanos que viven en el exterior. Se esperaba un aporte más decidido de dinero para financiar el cambio de chaqueta de policías, militares y políticos a la esfera de Guaidó. Tal lluvia de dólares no ha sido tan abundante. «La oposición podría perder el momentum que ganó con su proclamación», le vino a decir Pence a Guaidó.
La intervención golpista de Washington sobre el país caribeño en ningún modo ha concluído, y EEUU sigue concentrando -junto a los gobiernos de Colombia y Brasil- una gran cantidad de fuerzas militares en torno a Venezuela. Pero las expectativas de un rápido derrumbe del régimen de Maduro se han esfumado, y las expectativas de la “opción militar” se han enfriado. Según cita La Prensa Online, en la reunión de Bogotá se evaluó que tan factible era conseguir que Guaidó se asegurara el control de una parte del territorio de Venezuela, donde militares locales lo reconocieran como máximo autoridad, abriendo paso así a la fragmentación del país y a una más que segura guerra civil. Pero la Casa Blanca, escarmentada de los inciertos de ese tipo de estrategias de fragmentación territorial en Siria y Libia no dio su respaldo -por el momento- a esa operación.
El gobierno de Maduro se contiene
Consciente de lo delicado de la situación, el gobierno bolivariano está modulando su estrategia y dando con pies de plomo cada paso. Así parece indicarlo el hecho de que Guaidó no haya sido detenido tras su gira por sus países aliados en América Latina. El «presidente interino» desafió una prohibición judicial de salir del país y el gobierno de Caracas había asegurado que se tomarían medidas contra él. Washington había amenazado con redoblar las sanciones si Guaidó era detenido, pero tal cosa no ha sucedido ni en su llegada a Venezuela en un vuelo comercial, ni tras una manifestación posterior convocada por la oposición.
El gobierno bolivariano también está siendo más selectivo en sus relaciones internacionales. A pesar de haber roto relaciones diplomáticas con Colombia y de haber expulsado al embajador alemán en Venezuela, Daniel Martin Kriener, por “actos de injerencia en los asuntos internos del país”, ha asegurado que no hará extensiva esa medida al resto de embajadores de la UE, con quienes mantiene abiertos los canales de comunicación y un sistema de reuniones.
Maduro es consciente de lo que el ministro de exteriores español, Josep Borrell, ha llamado la ‘realpolitik’ de la UE hacia Venezuela. Aunque la mayoría de los países europeos hayan reconocido a Juan Guaidó como «presidente encargado», mientras el poder lo tenga Maduro están obligados a hablar con él. Y la UE se ha desmarcado en numerosas ocasiones de cualquier «opción militar» que lleve Venezuela a una guerra civil, una brecha en el cerco diplomático decretado por EEUU que Caracas parece dispuesta a aprovechar.