Hablar de máxima incertidumbre o de empate técnico en unas elecciones presidenciales norteamericanas parece un clásico, casi un cliché. Así ocurrió en las elecciones de 2016, que enfrentaron a Trump con Hillary Clinton; en las de 2020, con Trump midiéndose con Biden; y así pasa en las de 2024, en las que la candidata demócrata, Kamala Harris, está sólo unos puntos por delante del republicano, pero sin poder despegarse.
Cuando quedan cuatro semanas para el 5 de noviembre de 2024, el empate técnico entre Kamala Harris y Donald Trump no sólo no se despeja, sino que se enquista. Si hacemos un promedio ponderado del conjunto de las principales encuestas, pronósticos y estudios demoscópicos de EEUU, la demócrata tiene una leve ventaja, un 55% de opciones de ganar, frente a Trump con el 45%.
Los pronósticos no sólo no se han movido significativamente en las últimas semanas, desde el debate electoral -a pesar del fallido atentado contra Trump en Florida- sino que lo poco que lo han hecho es para igualar ligeramente las opciones de ambos candidatos.
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Todo depende de un puñado de Estados clave
En las elecciones norteamericanas los ciudadanos no eligen directamente al inquilino de la Casa Blanca, sino a una serie de compromisarios de cada Estado (según la población de cada territorio) que luego forman un colegio electoral para investir a un presidente de uno u otro color.
Para ganar la presidencia, los candidatos necesitan 270 delegados, o votos electorales, sumando los que reparte cada lugar. Pero en casi todos los Estados, los compromisarios caen todos en uno u otro color siguiendo la ley del «todo o nada». Así, si en un Estado -pongamos Wisconsin- el partido más votado ganara por un 51% de los sufragios, todos sus 10 compromisarios caerían de su lado. Es por esta aritmética que Donald Trump fue investido presidente en 2016, aunque sacó tres millones de votos menos que Clinton.
De acuerdo a las encuestas, Kamala Harris tiene razonablemente asegurados unos 226 votos electorales, mientras que Trump tiene bastante amarrados otros 219. La cuestión recae entonces ahora sobre siete Estados clave -Michigan, Wisconsin, Pensilvania, Nevada, Arizona, Georgia y Carolina del Norte- que se reparten 94 votos electorales. Estos territorios «pendulo» o «bisagra» son los determinantes en la pugna electoral, y sobre los que los candidatos están centrando su campaña.
Pero de nuevo, dentro de estos Estados clave encontramos un igualado empate. La candidata demócrata parece tener una pequeña ventaja (entre el 60% y el 54%) en cuatro de ellos, mientras que Trump parece ser algo más favorito (61-51%) en los otros tres. Sin embargo, basta un error de dos puntos en los sondeos -algo perfectamente normal- para que los siete territorios decisivos acaben todos de uno u otro color.
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Una marcada polarización… fruto de una aguda pugna en su clase dominante
Este más que ajustado pronóstico electoral, que no permite vislumbrar cuál es el curso más probable de los acontecimientos, si una victoria de Harris o de Trump, demuestra hasta qué punto ha llegado la polarización de la sociedad norteamericana. El espacio en el centro es cada vez más estrecho, y la inmensa mayoría de los votantes se dividen ya en dos bloques cada vez más separados.
Pero esto de nuevo es el reflejo de la aguda división en el seno de la propia clase dominante norteamericana, en la que desde hace décadas han aparecido dos fracciones oligárquicas, que apuestan por diferentes líneas para la superpotencia. Esta lucha de fracciones se expresa en una pugna política cada vez más bronca -Bush vs. Obama; Clinton vs. Trump; Trump vs. Biden; y ahora Harris vs. Trump-, pero también en formas cada vez más extremas y violentas, como la toma tumultuaria del Capitolio por los seguidores de Trump en 2021, o los dos intentos de magnicidio del republicano este mismo año.
Ambas opciones oligárquicas, ambos caminos para la superpotencia, ambas líneas, tienen un mismo y último objetivo -salvaguardar la hegemonía norteamericana- y tienen que atender a los mismos imperativos estratégicos: contener el ascenso de China, incrementar el expolio norteamericano en las áreas del planeta que todavía están en la órbita norteamericana, y defender los intereses de EEUU frente a la creciente lucha de los países y pueblos del mundo.
Pero, representando a diferentes sectores de la burguesía monopolista yanqui, ambas líneas difieren sustancialmente en las políticas, en la estrategia y la táctica a seguir para conseguir esas metas.
Ninguna de las últimas presidencias de EEUU ha sido capaz de revertir, ni detener, ni siquiera de ralentizar el acelerado ocaso imperial de la superpotencia. Y cuanto más avanza este acentuado declive, más intensa se vuelve esta aguda disputa en el seno de la oligarquía norteamericana y de su establishment político… y más se acentúa la polarización de su opinión pública.
Esta es la razón subyacente a la máxima incertidumbre que caracteriza a las últimas elecciones norteamericanas.