Desde hace décadas, el pueblo saharaui y el pueblo palestino están unidos por una historia, tristemente semejante, de invasión y opresión. Ahora, la iniquidad de Donald Trump ha vuelto a unirlos en la ignominia. El presidente norteamericano, a sólo seis semanas de su salida de la Casa Blanca, ha roto todos los consensos internacionales y ha reconocido la soberanía de Marruecos sobre el Sáhara Occidental, a cambio del pleno establecimiento de relaciones diplomáticas del régimen alauita con Israel, alcanzado con la mediación de Washington.
De unos meses a esta parte las maniobras de la Casa Blanca han venido rompiendo una regla sagrada en el mundo musulmán: ningún país islámico reconocería jamás al Estado de Israel mientras éste siguiera ocupando Palestina. El apoyo a este veto es un clamor entre los pueblos de cualquier país islámico, sea sunní o chií, sea del Magreb, del Sahel, de Oriente Medio o de Asia Central. Otra cosa, claro está, son sus taimadas clases dominantes, siempre dispuestas a hacer negocios, aunque el precio sea vender su propio país… o cualquier otro.
Así, desde agosto, las petromonarquías de Emiratos Árabes Unidos y luego de Baréin pasaron por el aro de los llamados «Acuerdos de Abraham», reconociendo al Estado de Israel, restableciendo plenas relaciones diplomáticas, y multiplicando el volumen de unos negocios que -de forma encubierta y vergonzante- ya venían de todos modos desarrollándose desde hace tiempo. En octubre se ha sumado Sudán, y muchos dicen que Arabia Saudí o Egipto pueden incorporarse en cualquier momento. Con esto, Washington tiene allanado el camino para conformar una suerte de «OTAN de Oriente Medio» entre Israel y las potencias militares sunnitas, para hostigar a sus enemigos en la zona: Irán, Siria… e indirectamente Rusia.
Todos ellos han traicionado las aspiraciones de una Palestina que no sólo ha sido ocupada y cuarteada durante más de medio siglo, y su población sometida a un represivo apartheid o a periódicos castigos militares como en Gaza, sino que durante la presidencia de Trump ha sido humillada con unos «Acuerdos del Siglo» entre Washington y Tel Aviv que no sólo esfuman la «Solución de los Dos Estados», sino que entregan el 20% del suelo cisjordano a Israel.
El último al subirse a este podio de Judas ha sido el régimen marroquí de Mohamed VI. Son las treinta monedas convenidas por Trump, a cambio de que EEUU se convierta en este momento el único país occidental que reconoce la «soberanía» de Marruecos sobre el Sáhara Occidental, territorio que Rabat invadió en 1975, y ahora ocupa, controla y gestiona de hecho en un 80% desde que España abandonara su excolonia.
Esto, obviamente, supone una violación de las resoluciones de la ONU -que, como el resto del mundo, se enteró por un tuit de Trump- y de la legalidad internacional. A pesar de la imperdonable inconsecuencia en llevarlo a cabo -sobre todo, por las presiones abiertas de Francia y encubiertas de EEUU, grandes protectores de Marruecos- la posición de la ONU siempre ha sido que la única salida posible pasa por la celebración de un referéndum de autodeterminación en el Sáhara Occidental, algo que los saharauis -condenados a vivir en las tiendas de Tindouf, en medio del desierto, o bajo la brutal opresión policial en el Sáhara ocupado- no han dejado de exigir en 40 años.
Así, Donald Trump respalda las tesis de Rabat, que defiende la anexión del Sáhara Occidental por los hechos consumados y que ofrece la zanahoria de una «autonomía» a unos saharauis que se han vuelto a alzar en armas, ante la ruptura del alto el fuego por parte de Marruecos hace unos meses.
Pero el restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre Marruecos e Israel puede levantar ampollas en la sociedad marroquí, donde el apoyo a la causa palestina es abrumador, y donde crecen los factores de descontento -potenciados por la pandemia y la crisis económica- ante el Palacio Real.
Con esta decisión -doblemente ignominiosa y traicionera, para saharauis y palestinos- se consuma el apoyo de Washington al sátrapa Mohamed VI. La pregunta ahora es ¿deshará Biden este acuerdo cuando llegue a la Casa Blanca, volviendo al consenso de la ONU? ¿O hará gala de su conocido pragmatismo?