Finalmente ha ocurrido: un jurado de Manhattan ha declarado -por unanimidad- culpable a Donald Trump de 34 cargos delitos derivados de la ocultación de pagos para silenciar a la actriz porno Stormy Daniels en los últimos días de la campaña electoral de 2016.
Trump se convierte así en el primer expresidente de EEUU declarado culpable de delitos penales. Y no es el final de su viacrucis judicial: el magnate afronta cuatro casos penales y 88 imputaciones más -entre ellas, su implicación en la toma golpista del Capitolio en 2020- que podrían llevarle a la cárcel.
Pero sin embargo, ninguna ley impide a un reo penal presentarse a las elecciones, ganarlas, e incluso dirigir al país cumpliendo condena. Trump podría volver a la Casa Blanca desde la cárcel.
Hasta 34 veces el jurado cantó la palabra «culpable» delante de un Donald Trump visiblemente desencajado. Al salir de la sala, se recompuso, y en su habitual tono desafiante, el republicano dijo que el juicio estaba “amañado”, cargó contra el juez y el fiscal y anunció que recurrirá la decisión.
Pero es un hecho. Los delitos por los que ha sido condenado pueden acarrear hasta cuatro años de cárcel, aunque seguramente se saldarán con un arresto domiciliario que el multimillonario pasará en su lujosa mansión de Mar-A-Lago.
Sin embargo, y por extravagante que parezca a todo el mundo, las leyes de EEUU no impiden a Trump ser candidato desde la cárcel, incluso ser presidente. Desde hace un tiempo, la hegemonía del trumpismo en el Partido Republicano se ha vuelto tan aplastante que no hay ya rivales de peso capaces de lanzar un impeachment interno dentro del Grand Old Party para arrebatarle el timón de los conservadores, ni mucho menos hay tiempo para organizar unas nuevas primarias y buscar otro candidato. Y por muy graves que sean los delitos que se imputan a Trump, todo ello no resta ni un ápice de popularidad entre sus millones de seguidores en unos EEUU extraordinariamente polarizados.
En noviembre, Trump y Biden se volverán a ver las caras, y uno de ellos podría estar entre rejas.
Además de esta condena, Trump debe afrontar aún tres gravísimas causas penales. En Washington debe afrontar un juicio por la incitación al asalto al Capitolio; en Florida, por la sustracción de papeles clasificados de la Casa Blanca, y en Georgoa por las presiones para falsear y revertir los resultados electorales de 2020.
Una honda división de clase
Es un terreno desconocido para EEUU, y muchos se preguntan cómo es posible que la superpotencia norteamericana haya llegado hasta aquí.
La respuesta no está sólo en el personaje de Trump, ni en su impunidad y desprecio por las leyes. La respuesta está en la honda división que desde hace décadas enfrenta a dos fracciones de la clase dominante norteamericana.
Desde hace más de treinta años, y agravándose según avanza el ocaso imperial en el que se halla la superpotencia, la burguesía monopolista estadounidense está dividida en dos fracciones representadas por dos líneas cada vez más antagónicamente opuestas: Bush vs. Clinton, Obama vs. Bush, y ahora Biden contra Trump. Ambas fracciones coinciden en el objetivo fundamental de salvaguardar la hegemonía de EEUU, pero están radicalmente enfrentadas en la estrategia y la táctica para conseguirlo.
La honda división de estas dos fracciones ya no sólo se manifiesta en la continua pugna entre republicanos contra demócratas, sino que recorre todos los aparatos de poder de EEUU: la judicatura, los medios de comunicación, el FBI, los servicios secretos…
Y por supuesto, se expresa en la propia sociedad. Sólo podemos entender el cada vez más crispado y polarizado ambiente político y social de EEUU desde la aguda lucha de fracciones que enfrenta y divide a la misma clase dominante.
Dime quién te paga
Detrás de Donald Trump -lo mismo que de Biden- se encuentran poderosos sectores de la clase dominante norteamericana, de la oligarquía financiera de Wall Street de la burguesía monopolista yanqui, cuyos intereses materiales coinciden con la política que defiende -para EEUU y para el mundo- el trumpismo.
Por ejemplo, la promesa trumpista de bajar los impuestos a los ricos y a las grandes empresas entusiasma a amplios sectores de las finanzas del Upper East Side. La defensa de una línea mucho más belicista y agresiva en Oriente Medio o contra China hace sonreír a la poderos industria armamentística del complejo militar-industrial, y por supuesto al lobbie judío-estadounidense.
Pese a sus causas penales, los multimillonarios que abandonaron temporalmente a Trump tras los acontecimientos tumultuarios del Capitolio en 2020 vuelven a apoyarle. Tras conocerse la condena en Manhattan, la campaña de Trump recibía 53 millones de dólares… en apenas 24 horas.
Entre los máximos donantes de Trump tenemos a grandes figuras de Wall Street como el cofundador y consejero delegado del grupo Blackstone, Steve Schwarzman; a Omeed Malik, presidente de 1789 Capital; a Nelson Peltz, fundador Trian Partners; o a Bill Ackman, consejero delegado de Pershing Square Capital Management. También tenemos a la israelí Miriam Adelson, viuda del multimillonario de los casinos Sheldon Adelson, uno de los mayores donantes republicanos. Y por supuesto está el segundo hombre más rico del mundo, Elon Musk, dueño de Tesla y de la red social X (antes Twitter).