Internacional

Trump lleva la batuta

En estos últimas semanas, el presidente norteamericano Donald Trump ha tenido que enfrentarse a importantes turbulencias. Desde la investigación federal contra su abogado, al caso Rusiagate, o a la cercanía de unas elecciones legislativas a mitad de mandato en las que Trump se juega tener o no tener la mayoría republicana en ambas cámaras que le ha permitido gobernar.Que la presidencia de Trump se enfrenta a un conjunto de agudas contradicciones no es ningún secreto. Pero es preciso dejar claro, de forma rotunda, el balance de sus veintiún meses de mandato.

Trump lleva la iniciativa. Trump tiene el sólido y decidido apoyo del sector mayoritario y hegemónico de la clase dominante norteamericana. Trump está consiguiendo avances cualitativos en terrenos clave para el futuro de la hegemonía norteamericana. Puede que su presidencia se abra paso en medio de una violenta tempestad, pero la línea que representa Donald Trump ha demostrado ser capaz de desplegar sus iniciativas y políticas y de mantener el pulso firme para llevarlas adelante.

En el seno de la burguesía norteamericana existen dos grandes fracciones, que defienden dos programas diferentes sobre cómo debe garantizarse y fortalecerse su hegemonía global. Lejos del sambenito de outsider que circuló durante sus primeros meses de mandato, Trump está respaldado y sostenido por la misma fracción de la clase dominante yanqui que aupó la presidencia de G. W. Bush, los sectores nucleados en torno al complejo militar-industrial norteamericano, la mayor concentración de capital del planeta. Y se ha ganado el respaldo y el beneplácito especialmente de los grandes bancos de Wall Street, nódulo principal del poder financiero, gracias a que les ha hecho ganar mucho, mucho dinero.

Sus medidas de relajar la regularización para bancos, multinacionales, la construcción o la energía, invertir un billón de dólares en infraestructuras y rebajar los impuestos a las empresas han hecho del primer año de Trump uno de los mejores arranques presidenciales para los grandes capitales en EEUU. Y para la economía norteamericana en general, que lleva un año y medio de crecimiento robusto.

Al mismo tiempo, en el plano social interno, Trump se ha dotado de una sólida base de masas, de un suelo electoral, que aunque no representa a la mayoría del país (ronda el 37%), no baja ni sube. Pese a las críticas -a veces feroces- de una parte del establishment del Partido Republicano, lo cierto es que la inmensa mayoría de los votantes conservadores de EEUU respaldan y aplauden su gestión.

En el decisivo plano internacional, con la consigna del “América primero” o “hagamos grande a América de nuevo”, la línea Trump, lejos de ser una alocada amalgama de los impulsos de la ultraderecha yanqui, representa un intento de imponer un reordenamiento global que paralice o revierta en parte el declive estadounidense.

La presidencia de Trump se caracteriza por perseguir con mayor ahínco la contención de su mayor rival geoestratégico (China); por fortalecer el poderío militar norteamericano, ampliando la ya sideral distancia que separa a EEUU de sus rivales en alta tecnología bélica; y por imponer una recategorización de los países y potencias de acuerdo a su grado de utilidad o de plegamiento a los planes de la superpotencia.

Por ahora, Trump se ha destacado por mantener el pulso firme, ejecutando las medidas ya anunciadas (la guerra comercial, la ruptura del tratado nuclear con Irán…) sin someterlo a consenso o discusión alguna con el resto del mundo. Al mismo tiempo, ha demostrado ser capaz de flexibilizar posiciones -como ha sucedido respecto en la negociación con Corea del Norte- si eso contribuye a defender los intereses norteamericanos.

Bajo la batuta de Trump, EEUU ha fortalecido notablemente su brazo militar, con un aumento del 10% de los gastos del Pentágono o con el anuncio de la creación de un “Ejército orbital” que impulsará un potente desarrollo de la alta tecnología militar de doble uso (bélica y civil) y significará un enorme estímulo económico para el conjunto de la superpotencia.

En el objetivo de la recategorización global, Trump ha logrado importantes avances, sobre todo en la relación con sus aliados y vasallos europeos, con los que ha ganado el primer asalto de la guerra comercial y a los que está consiguiendo encuadrar en sus exigencias de aumento del gasto militar (ya ha conseguido que Europa eleve en 30.000 millones sus presupuestos bélicos para la OTAN). Trump está consiguiendo hacer efectiva una recategorización a la baja de las potencias del Viejo Continente, en especial de su cabeza, Alemania.

La firma de un nuevo acuerdo comercial con México -de momento bilateral y que sustituirá al antiguo Nafta en el que también participaba Canadá- supone un avance en la estrategia de Washington de imponer tratados comerciales «bis a bis» a los países de su órbita. Acuerdos en los que los intereses monopolistas yanquis tengan un dominio aún más draconiano.

Los hechos demuestran que Trump lleva la iniciativa y está consiguiendo importantes avances para los intereses de Washington. Ahora bien, sus avances agudizan todo tipo de tensiones y contradicciones. Con sus aliados y con sus enemigos. Con el conjunto de países y pueblos del mundo. E incluso en la batalla con la fracción de la clase dominante norteamericana opuesta a su gestión.

Trump lleva la ventaja en sus embates contra la UE. Pero la relación transatlántica, aunque tupida y estructural, se resiente. Que líderes como Merkel o Macron -representantes de poderosas burguesías monopolistas del segundo mundo, que exigen que la superpotencia respete sus intereses y no actúe de forma unilateral- declaren abiertamente que “ya no se puede confiar en EEUU” es todo un síntoma.

A pesar de sus avances internacionales, en el objetivo central de la geoestrategia norteamericana -la contención de China- Trump no ha conseguido aún avances significativos: ni en el plano político, ni en el diplomático, ni en el económico, ni en el comercial, ni en el militar.

Tampoco ha logrado por el momento, no ya que la Rusia de Putin se acerque a EEUU en la perspectiva de unirla a un eventual frente mundial antichino, sino tampoco que Moscú y Pekín dejen de estrechar lazos en su cooperación estratégica. Tampoco India se ha dejado seducir por los planteamientos de Washington de una “alianza indo-pacífica”, y las relaciones entre Delhi y Pekín llevan meses mejorando sustancialmente.

Vistos de conjunto, los acontecimientos en la decisiva región de Asia-Pacífico tienden a ir por vectores contrarios a los designios norteamericanos. Y en el resto de las regiones del planeta, -en Oriente Medio, América Latina, África- la lucha de los países y pueblos del mundo, de forma desigual y zigzagueante, no deja de asestar golpes a la superpotencia mientras el año y medio de presidencia de Trump no ha logrado avances en revertir esta tendencia.

Pero sobre todo, el avance de la línea Trump está exhacerbando y agudizando la profunda división en el seno de la clase dominante norteamericana. El enfrentamiento entre las dos fracciones de la burguesía monopolista yanqui ha dado un salto cualitativo, pasando de realizarse entre sus representantes políticos (republicanos vs. demócratas) a exhibirse públicamente en el seno de los principales aparatos del Estado: el FBI, los medios de comunicación… Esta división afecta a la gestión de la hegemonía norteamericana, y debilita la capacidad de la superpotencia para pilotar la turbulenta y cambiante situación mundial.

Aunque desata nuevas tormentas a cada nuevo paso que da, es preciso remarcar que Trump lleva la iniciativa y que sus avances son notables. No debemos olvidar que, en el curso de este convulso periodo de transición entre el mundo unipolar y otro multipolar, las respuestas que dé la superpotencia son el primer factor decisivo. Y el inquilino de la Casa Blanca maneja las mejores cartas.