Ha sido una cumbre marcada por las tensiones comerciales y geopolíticas provocadas por la estrategia de la Casa Blanca, que busca golpear a su principales oponentes y rivales -principalmente la ascendente China, pero también la díscola Rusia de Putin- y también someter a una drástica recategorización a los países de su órbita, en base al peso real de cada uno y a las necesidades de la hegemonía norteamericana.
Se ha presentado este encuentro entre las principales potencias como una cumbre entre el «aislacionismo» de Trump y la defensa del «libre comercio». Esta es una visión superficial, porque los EEUU no buscan ningún aislamiento, ni se desentienden de los asuntos mundiales. Todo lo contrario: estos dos años de Trump en la Casa Blanca se han caracterizado por un aumento de todas las tensiones mundiales provocadas por una cada vez más intensa y agresiva intervención de Washington en múltiples áreas del planeta. Aunque en retroceso y a la defensiva estratégica, la línea Trump lanza zarpazos aquí y allá -en zonas como Oriente Medio, el norte de África o América Latina- para intentar recuperar parte del terreno perdido.
La administración Trump no aspira a “tumbar el mercado mundial y volver al proteccionismo”, sino a imponer condiciones más favorables para el capital norteamericano. No pretende “acabar con todos los organismos internacionales”, que los propios EEUU crearon tras la IIª Guerra Mundial, sino impedir el avance del multilateralismo, plasmado en la influencia que otras potencias mundiales han logrados en esos mismos organismos.
Por eso, la cumbre se ha saldado con un alto el fuego en la guerra comercial que EEUU ha declarado a China, un conflicto entre los dos primeros motores económicos globales que amenaza a toda la economía mundial. Una tregua frágil que servirá para abrir un nuevo periodo de negociaciones entre ambos, algo que ya sucedió durante la anterior cumbre del G20 celebrada en Argentina.
El encuentro ha servido para escenificar el trato cada vez más áspero y desdeñoso que Trump depara a sus aliados: a Alemania, Japón, Francia o la propia España. Pero también para constatar que crecen los países que -como China, Rusia o India- aspiran a ser tratados como iguales por la declinante superpotencia.