De forma súbita -aunque fuera un anuncio esperado hace meses- Donald Trump ha cesado a Rex Tillerson como secretario de Estado. En su lugar, Mike Pompeo, hasta ahora director de la CIA y considerado un halcón en Washington, dirigirá los esfuerzos diplomáticos en un momento convulso, con asuntos en ciernes como el cara a cara con el líder de Corea del Norte, la guerra comercial con la UE o con Canadá, y el acuerdo nuclear con Irán.
A su vez, la jefatura de la CIA será ocupada por Gina Haspel, responsable de prácticas de tortura en las cárceles secretas de Tailandia. Con la defenestración de Rex Tillerson -junto a la del consejero económico, Gary Cohn, la semana pasada, otra figura moderada dentro del gabinete- se configura un gobierno más duro, rocoso y compacto, y se avecina un giro en la política internacional de EEUU.
Ya eran conocidas las cada vez más profundas desavenencias entre el presidente norteamericano y su secretario de Estado -más reflexivo y partidario de lograr acuerdos en el largo plazo- en cuestiones centrales de política exterior. Hace bien poco, Trump recortó un 30% el presupuesto del Departamento de Estado, al tiempo que reforzaba la dotación económica del Pentágono, dejando bien claro a qué aparatos de Estado da primacía. Trump y Tillerson había chocado en cuestiones como las relaciones con Rusia, el Acuerdo de París contra el Cambio Climático, el desplazamiento a Jerusalén de la embajada de EEUU en Israel, la incipiente guerra comercial, o sobre todo, el pacto nuclear con Irán. Trump es un encendido partidario de demolerlo sin contemplaciones. Tillerson había defendido mantenerlo, posición en la que la Casa Blanca ha seguido manteniéndose gracias al apoyo del consejero de Seguridad Nacional, Herbert McMaster, y del secretario de Defensa, James Mattis, a las tesis de Tillerson.
Pero todos los medios han dicho que ha sido el asunto de Corea del Norte el que ha precipitado el llamado ‘Rexit’ (de Rex y Exit). Frente al criterio y al consejo de Tillerson, el presidente norteamericano quiere mantener un cara a cara con Kim Jong-un. Donald Trump recibió en la Casa Blanca a los emisarios surcoreanos que se habían entrevistado con el Líder supremo de Pyongyang, que le trasladaron su oferta de diálogo directo. Allí mismo Trump aceptó la oferta y lo anunció al mundo. Tillerson, perplejo, fue informado después.
Esta maniobra diplomática hacia Corea del Norte tiene un objetivo oculto: China. Durante el último año, la espiral de tensión entre Washington y Pyongyang ha servido útilmente de palanca al hegemonismo norteamericano para incrementar enormemente su presencia militar en la península de Corea y en el Mar de China, reforzando el cerco bélico a su gran rival geoestratégico. Sin embargo, los últimos acontecimientos no han transcurrido según la dirección que conviene a la superpotencia, con el acercamiento entre las dos Coreas en los Juegos Olímpicos de Invierno, y la administracíon estadounidense necesita mover ficha.
Tras este episodio, la salida de Tillerson se mascaba en los pasillos de Washington. «Quiero agradecer a Rex Tillerson el servicio prestado. Le deseo lo mejor a él y a su familia», tuiteó Trump. «Nos llevamos muy bien pero no estamos de acuerdo en determinadas cosas, por ejemplo el acuerdo con Irán. Yo creo que es terrible y supongo que para él está bien. Creo que Rex será más feliz ahora».
Su sustituto al frente del Departamento de Estado es un auténtico halcón: Mike Pompeo, hasta ahora director de la CIA y con el que Trump tiene una conocida buena sintonía. Se trata de un republicano de la línea dura, un congresista de Kansas miembro del Tea Party, graduado el primero de su clase en la academia militar de West Point (1986). Antes de ser el jefe de la inteligencia norteamericana ha formado parte de los comités de Inteligencia, Comercio y Energía de la Cámara de Representantes. Es conocido por haber protestado con dureza contra el pacto nuclear de Irán o haber defendido prácticas como el waterborading (ahogamiento) en los interrogatorios de la CIA, argumentando que era ilegal, pero no un acto de tortura, y llamando «patriotas» a quienes lo utilizaron tras el 11-S. También se ha mostrado partidario de una línea más agresiva en Afganistán.
Sin embargo Mike Pompeo parece ser un partidario del encuentro de Trump con el líder norcoreano. ¿Una veleidad pacifista en un cuadro de marcado carácter duro?. No suena nada probable. El cambio de táctica de Washington con respecto a Pyongyang -que ya veremos en qué desembica- parece haberse convertido en un punto nodal de la política exterior norteamericana. Y no solo -o principalmente- por el peligro que suponga el programa nuclear de Kim Jong-un a su seguridad nacional, sino por la relación directa que tienen los acontecimientos en la Península de Corea con el cerco a China, el verdadero gran rival geoestratégico de EEUU. El acercamiento diplomático de las dos Coreas en los Juegos Olímpicos de Invierno y el inicio de cierto clima de apacigüamiento hacen que los acontecimientos caminen en un rumbo no deseado por Washington, que ha utilizado la espiral de tensión con Pyongyang para incrementar su presencia militar en la Península y el Mar de China. EEUU necesita recuperar la iniciativa en la zona.
La dirección de la CIA -el aparato de inteligencia e intervención encubierta de la superpotencia- será llevado ahora por una mujer veterana de la Agencia, otra halcón de la línea dura recomendada por Pompeo. Gina Haspel, de 61 años, atesora una larga carrera y una enorme experiencia como agente de la CIA en operaciones clandestinas y contrainteligencia en muchos lugares del mundo. Pero sobre todo es conocida por ser una practicante -y defensora- de la tortura a los detenidos. Haspel, hasta ahora subdirectora de la CIA dirigió en Tailandia el primero de los centros clandestinos de detención conocidos como ‘black sites’ (agujeros negros) donde se utilizaron métodos como el del ‘waterboarding’ -entre otros muchos- contra los prisioneros. Y además está probada su participación, no solo en los interrogatorios, sino en la destrucción de los videos sobre los abusos. Claro que ahora cuenta con el pleno respaldo de su presidente. “Me gusta mucho. No creo que sea suficientemente duro”, ha dicho Donald Trump sobre el ‘waterboarding’.
Con la defenestración de Tillerson -unos días después de la de Gary Cohn, el ex Goldman Sachs que se había convertido en el principal asesor económico del presidente, representante del ala más moderada de su equipo, y opuesto por completo a la guerra comercial que parece dispuesto a iniciar Trump- el mandatario norteamericano parece rodearse de un gabinete más afín a sus políticas más duras en el plano internacional. Aún es pronto para establecer hasta que punto es un giro, una reorientación, o un reacomodo de la política exterior. Pero no tardaremos mucho en saberlo.