«ESPAÑA CERRÓ 2009 al borde mismo de los cuatro millones de parados. Aunque el dato oficial del Gobierno ya resulta terrible, la realidad es aún peor, ya que en esas cifras de paro registrado no se incluyen como desempleados los temporeros del campo ni las personas en periodo de formación, que ascienden a 251.830. Y hay que recordar que la última EPA conocida, correspondiente al tercer trimestre de 2009, contabilizaba los 4.123.000 desempleados. No es, por tanto, una exageración decir que ya en este momento podemos estar cerca de los 4.500.000 de parados».
Las medidas que se han tomado hasta la fecha no han cambiado la tendencia. El Plan E creó uestos de trabajo temporal y en sectores poco cualificados. Tal vez la situación sería distinta si esos miles de millones que se utilizaron para crear un empleo tan efímero se hubieran destinado a ayudas a las empresas para la contratación de trabajadores. (EL MUNDO) LA VANGUARDIA.- Pakistán se desintegra mientres usted lee estas líneas. Pakistán está perdiendo el control de su mayor provincia, Baluchistán -memoricen este nombre y su gentilicio, baluchis, como ya han aprendido el de pastunes- la más rica en recursos naturales y desde siempre la menos apegada al disfuncional artificio político pakistaní. En la capital de Baluchistán, Quetta, el tiro en la nuca -perpetrado por motoristas, de dos en dos- se ha convertido en una práctica casi diaria que está provocando el éxodo del armazón que sustenta el estado pakistaní: maestros, policías, funcionarios y militares punyabíes, y sus respectivas familias Editorial. El Mundo Triste récord de parados con foto en La Moncloa ESPAÑA CERRÓ 2009 al borde mismo de los cuatro millones de parados. Concretamente, 3.923.603 desempleados registraron los servicios públicos de empleo el pasado mes de diciembre, lo cual sitúa el aumento del paro a lo largo del año en 794.640 personas, un 25,4% más que en 2008. Aunque el dato oficial del Gobierno ya resulta terrible, la realidad es aún peor, ya que en esas cifras de paro registrado no se incluyen como desempleados los temporeros del campo ni las personas en periodo de formación, que ascienden a 251.830. Y hay que recordar que la última EPA conocida, correspondiente al tercer trimestre de 2009, contabilizaba los 4.123.000 desempleados. No es, por tanto, una exageración decir que ya en este momento podemos estar cerca de los 4.500.000 de parados. Por ello resulta no sólo inútil sino contraproducente para la propia credibilidad del Gobierno hacer cualquier lectura complaciente o restar dramatismo a la situación, que es precisamente lo que hicieron ayer los responsables del Ministerio de Trabajo, al señalar que en 2009 «el desempleo aumentó mucho menos» por lo que «continúa frenándose la destrucción de empleo». Es verdad que en 2008 hubo casi un millón más de parados y que en 2009 fueron 794.640. No parece que la desaceleración sea tan significativa como sostiene el Gobierno. Y aunque habrá que confiar en que se frene la destrucción de empleo con la misma rapidez con la que se han perdido puestos de trabajo, no existe consuelo posible cuando estamos a la cabeza del paro en la UE. Alemania, por ejemplo, creó empleo neto en el mes de diciembre. En este contexto, la reunión que mantuvo el presidente Zapatero con Felipe González, Jacques Delors y Pedro Solbes para intercambiar ideas sobre la Presidencia española de la UE sólo puede ser analizada desde la ironía, puesto que tampoco de la cumbre salió ningún resultado concreto para el gran problema español. No deja de ser sarcástico que Zapatero -actual campeón de Europa del paro- se reúna para tratar la crisis con González, que ostentó idéntico título como presidente del Gobierno en 1994, cuando la tasa de desempleo se situó en España en un 24,55%, cifra récord en términos relativos, ya que el número de parados era menor debido a que también había menos población activa. Al margen de las fotos más o menos oportunas, lo verdaderamente importante es que las dramáticas cifras del paro en España no parecen ser suficientes para que el Gobierno reaccione y el presidente deje de guiarse por los cantos de sirena sindicales en su política económica. Las medidas que se han tomado hasta la fecha no han cambiado la tendencia. El Plan E creó puestos de trabajo temporal y en sectores poco cualificados. Tal vez la situación sería distinta si esos miles de millones que se utilizaron para crear un empleo tan efímero se hubieran destinado a ayudas a las empresas para la contratación de trabajadores. Lo que resulta increíble es que habiéndose destruido nada menos que casi dos millones de empleos en España desde que comenzó la crisis en julio de 2007, el presidente del Gobierno siga negándose a impulsar una reforma del mercado laboral que por una parte facilite la creación de puestos de trabajo fijos y acabe con la exagerada temporalidad que perjudica a los trabajadores, y por otra, favorezca la contratación flexibilizando las condiciones de los despidos. EL MUNDO. 6-1-2010 Opinión. La Vanguardia La implosión de Pakistán (1) Jordi Joan Baños Pakistán se desintegra mientres usted lee estas líneas. No es la primera vez, ya ocurrió en 1971, cuando más de la mitad de la población se desentendió de este experimento de base religiosa -contemporáneo de la formación del estado de Israel- para crear Bangladesh. Pero esta vez podría ser la definitiva. Pakistán está perdiendo el control de su mayor provincia, Baluchistán -memoricen este nombre y su gentilicio, baluchis, como ya han aprendido el de pastunes- la más rica en recursos naturales y desde siempre la menos apegada al disfuncional artificio político pakistaní. En la capital de Baluchistán, Quetta, el tiro en la nuca -perpetrado por motoristas, de dos en dos- se ha convertido en una práctica casi diaria que está provocando el éxodo del armazón que sustenta el estado pakistaní: maestros, policías, funcionarios y militares punyabíes, y sus respectivas familias. Baluchistán es hoy en día pasto de guerrilleros baluchis, talibanes pastunes, narcotraficantes, contrabandistas, servicios secretos e intrigas transnacionales. En la carretera que enlaza el puerto de Karachi con Chamán -en la frontera afgana- pasando por Quetta, se cruzan los convoyes de la OTAN y los mayores cargamentos de heroína del mundo, sin interferir los unos con los otros. Unos convoyes segarán vidas afganas, otros, más lentamente, muchas más vidas de europeos o americanos que cualquier plan terrorista. Si Baluchistán se va, los pastunes podrían seguir el mismo camino en las zonas donde son una abrumadora mayoría, cansados de ser innominados (en el norte de Baluchistán) o anulados con una sigla (en NWFP, FATA), así como de la línea Durand -nunca reconocida por Kabul- que los separa de sus hermanos pastunes de Afganistán, a menudo de la misma tribu. La balcanización de Pakistán, sin baluchis ni pastunes, proseguiría en Sind, siempre reticente al control por parte del lejano triángulo Islamabad-Rawalpindi-Lahore. Luego Pakistán quedaría reducido a una de sus cuatro provincias, el Punyab -hegemónico como Serbia lo quiso ser en Yugoslavia- que en solitario difícilmente podría justificar el mantenimiento del actual arsenal nuclear pakistaní. Este es sólo uno de los escenarios posibles, claro, aunque cada vez parece menos imposible. Hay que recordar que ante tal escenario, los vecinos de Pakistán, principalmente Irán -que cuenta con una provincia baluchi- e India, no permanecerían de brazos cruzados. Y EE.UU. no habla en vano de la región, Af-Pak, como un solo problema. Aunque parte del problema, nunca explicitado, sea la cada vez más clara adscripción de Pakistán -y en el futuro, quizás de Afganistán, como atestiguan multimillonarias adjudicaciones mineras- a la órbita de influencia de la vecina China. EE.UU. e India son los principales adversarios de este escenario y los principales interesados en apoyar al desacreditado Hamid Karzai en Kabul. India fue decisiva para que los bengalíes -algunos millones de los cuales fueron masacrados por "su" ejército pakistaní, que también violó a decenas de miles de mujeres- consiguieran escindirse en 1971, pese a la enérgica oposición de EE.UU. y China. En breve, el dilema encima de la mesa podría estar entre un Afganistán "antes verde (por islamista) que roto" y un Pakistán "antes roto que verde". Pakistán empezó ya mal, dejándose un enorme desgarrón en el lado indio, Cachemira, que seis décadas después todavía sigue sangrando. Es significativo que la creación de una nueva provincia pakistaní, Gilgit-Baltistán (antiguos Territorios del Norte) y la celebración de algo parecido a unas elecciones apenas haya merecido atención en Nueva Delhi, a pesar de que en los mapas oficiales de India dicha región figura como territorio indio (como parte del antiguo principado de Cachemira, aunque sin población de lengua cachemir). Hoy en día, de las cuatro provincias pakistaníes, sólo en una, Punyab, persiste un sentimiento anti-indio, fruto de su traumática división. Ni los pastunes, ni los sindis, ni los baluchis, comparten el odio a India. De hecho, los baluchis apoyan a India en lugar de Pakistán cuando los dos equipos nacionales de críquet se enfrentan. Todo un síntoma de desapego. En estas tierras la historia ha sido forzada hasta el punto de querer hacer pasar Pakistán por un país a caballo entre Oriente Medio y Asia Central, sin relación alguna con la India de la que procede, de manera inequívoca en lo que respecta a punyabíes, sindis, mohayires y cachemires, es decir alrededor del 80% de los pakistaníes. Cuando hasta la palabra India procede de allí, del río Indo y de la provincia de Sind, ambos en Pakistán. En más de la mitad del territorio de Pakistán, sus políticos electos no pintan nada, por mucho que sobre el papel, la democracia fuera restaurada en 2008. En la enormidad de Baluchistán, en las áreas tribales pastunes, en gran parte de la Provincia Fronteriza (NWFP) y en retazos de Cachemira, los votos de la democracia pakistaní no cuentan. El ejército impone la ley, en muchos casos. En otros -principalmente en retazos de FATA (Federally Administered Tribal Areas) y en la mayor parte de Baluchistán- quienes lo hacen son grupos insurgentes. Desde hace un par de meses, todos los focos están concentrados en las FATA. Principalmente en Waziristán del Sur. Al primer ministro, Yusuf Raza Gilani, se le escapó decir que la campaña militar ha terminado y que el ejército controla ya todos los núcleos de población. Lo que no dijo fue que el territorio ha quedado prácticamente vacío y que los cabecillas guerrilleros presumiblemente lo abandonaron ya antes del inicio de la ofensiva. Una operación sin testigos -en el que muchas bajas civiles por bombardeo habrían sido camufladas como bajas de guerrilleros- pero que ha servido a las élites pakistaníes para mantener el indiscriminado chorro de dólares de EE.UU. -en su quimérica ‘guerra contra el terrorismo’, una licencia literaria del tipo ‘guerra contra el hambre’, aunque en este segundo caso, a diferencia del primero, por lo menos todavía no se aplica con la misma obtusa literalidad. Lo que para la mayoría de los españoles puede ser evidente -que el terrorismo no se combate ni se derrota con aviones de guerra sino con acción policial, judicial y política- en caso de ser aplicado privaría a poderosos particulares y firmas de Pakistán (y Afganistán) y EE.UU. de su modo de enriquecimiento. A pesar de que el número de bajas para EE.UU. es muy inferior al sufrido en las selvas vietnamitas, el coste de sus aventuras militares en Iraq y Afganistán es superior para sus arcas públicas. Aunque sus firmas de armamento tengan, obviamente, otro punto de vista. Y desde 2010, el presupuesto asignado al yermo afgano (la guerra de Afganistán que pasa por Pakistán) va a ser superior al asignado al ejército de las barras y las estrellas en Iraq. Para justificar la inaprensibilidad de Osama Bin Laden o el mulá Omar -y el incesante flujo de dólares en el empeño- se habla de refugios inaccesibles y montañosos. Eso es una mentira como una casa en lo que respecta al alto comando talibán -el mulá Omar y los que dirigen la guerra contra los aliados en el sur de Afganistán- que se encuentra en el vasto altiplano alrededor de Quetta (Pakistán), llano como una mesa, excepto algunas colinas desiertas. Eso sí, con superpoblación de refugiados. De cualquier modo, los atentados terroristas y la situación de guerra civil en determinadas zonas de Pakistán son sólo el fenómeno más visible de una crisis política y económica de índole más profunda. Como en 1947 o en 1971, Pakistán se enfrenta a una crisis existencial. La ayuda norteamericana apenas consigue camuflar el colapso de las finanzas pakistaníes. A lo largo de los últimos doce meses, el Fondo Monetario Internacional ha tenido que ampliar su último préstamo a Pakistán, hasta los once mil trescientos millones de dólares. El maquillaje de las cifras macroeconómicas, habitual en la región, simula un crecimiento del 3,7% en 2009 (y una previsión del 2,4% para 2010). Así lo reproduce The Economist. Sin embargo, tras hablar con gente de tres de las cuatro provincias, más la capital federal, no hay duda de que Pakistán se enfrenta a un hundimiento económico sin paliativos. Lo confirma el dato que las inversiones extranjeras se han reducido más de un 50% este año respecto al año anterior. Y me lo reconfirman, en un restaurante de Islamabad, un funcionario del ministerio de Hacienda y dos consultores extranjeros del Banco Mundial. "He trabajado en trece países, pero en ninguno con un gobierno tan paralizado como este", exclama uno de ellos, chileno por más señas. Ellos son los ojos del Banco Mundial, puesto que los auténticos funcionarios asignados a Pakistán residen cómodamente en Dubái, tras el atentado que hace varios meses tuvo como objetivo las oficinas de la FAO. Tradicionalmente, Arabia Saudí y los Emiratos han actuado como fiadores de Pakistán. Sobre todo Arabia, valedor del magnate y dos veces primer ministro, el corrupto Nawaz Sharif, actualmente en la oposición, al que el ejército vería con mejores ojos que al actual presidente Asif Ali Zardari (representante de la dinastía Bhutto y su Partido Popular de Pakistán-PPP). Las enemistades políticas en Pakistán son a menudo de carácter feudal. El patriarca de los Bhutto -Zulfikar Ali Bhutto- nacionalizó la fundición de los Sharif. El dictador Zia ul-Haq se la devolvió, al poco de mandar ejecutar a Bhutto y Nawaz Sharif llegó a presentarse como su heredero político. Posteriormente, el actual presidente y viudo de Benazir Bhutto, Zardari, ingresó en la cárcel -en la que permanecería cerca de once años- durante el mandato de Nawaz Sharif. También es cierto que la vecina China es un socio cada vez más importante en lo económico -véase el estratégico nuevo puerto de Gwadar, con el que China alcanza las aguas cálidas del mar Arábigo sin empantanarse en la Gran Partida de Afganistán -como le ha ocurrido sucesivamente a británicos, rusos y norteamericanos. Pakistán está basculando hacia Pekín en detrimento de Washington -el antiamericanismo, instigado por el propio ejército y por los ulemas, es furioso- y el soborno en forma de ayuda militar no basta para contener esta corriente de fondo. El último episodio es el paquete legislativo Kerry-Lugar, con el que EE.UU. se compromete a triplicar su ayuda no militar a Pakistán, hasta los 7500 millones de dólares, a lo largo de cinco años. Pues bien, los medios afines al ejército han removido cielo y tierra -con éxito- para presentarlo como un ataque a la soberanía de Pakistán, al reforzar al poder civil sobre el militar, por ejemplo a la hora de promover oficiales. LA VANGUARDIA. 4-1-2010