Sobre el auge de la extrema derecha y su relación con el poder

Tres tesis sobre el ascenso de la ultraderecha

Ofrecemos tres conclusiones que sacaron las Jornadas de Verano de Unificación Comunista de España sobre el auge de la extrema derecha y su relación y "utilidad" para las clases dominantes, en España y en el mundo.

El auge de la extrema derecha en Europa y en el mundo es un tema que preocupa seriamente a la mayoría social, a los demócratas y progresistas de nuestro país.

En los últimos números de De Verdad hemos abordado diversos aspectos sobre este preocupante ascenso, desde las vías de financiación de los principales partidos y lobbies de la extrema derecha en España -notablemente dopados por sectores de la clase dominante, pero sobre todo por centros de poder extranjeros- y hemos propuesto tres terrenos de combate político e ideológico contra los ultras y su reaccionario y venenoso discurso.

Queremos exponer ahora tres conclusiones que sacaron las Jornadas de Verano de Unificación Comunista de España sobre el auge de la extrema derecha y su relación y «utilidad» para las clases dominantes, en España y en el mundo.

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1. Sí, el auge de la extrema derecha es real e inquietante, y urge detenerlo.

Si hubo un tiempo en el que alguien pudo minusvalorar el avence de los ultras, creyendo que era un repunte pasajero o que no iría muy lejos, ese tiempo definitivamente ha pasado.

Infografía de El Orden Mundial sobre el ascenso de la extrema derecha en Europa (2023)

En el curso de una década, la extrema derecha -en España, en Europa o en numerosos países del mundo- ha pasado de ocupar un papel marginal, a estar agazapada en las cloacas de la política, a saltar a la primera plana, a conquistar importantes gobiernos -Italia, Hungría, Polonia, Brasil, Argentina-, ser la principal fuerza de la oposición -Alemania, Francia- o a ser la tercera o cuarta fuerza política, llegando a tocar poder territorial, autonómico o municipal, como es el caso de Vox en España.

En todo este tiempo, sus tóxicas ideas e incendiarios discursos han ido contaminando el debate político, primero como un vertido insidioso, luego como una boca de cloaca tras una riada, vomitando toneladas de racismo y xenofobia, de ataques contra los derechos de las mujeres y del colectivo LGTBI, y de andanadas contra los avances sociales y laborales. Su ponzoña ideológica y política ha impregnado incluso a partidos de la derecha «clásica», que para no perder votos a su derecha han mimetizado parte de su ultrareaccionario discurso.

Sí, la ultraderecha es un peligro más que real para los derechos, las libertades y para las condiciones de vida de las masas. Hay que combatir sin tregua ni cuartel a la serpiente ultra -en lo político y en lo ideológico- hasta enterrarlos en el mar, hasta devolverlos a la ciénaga de donde nunca debieron salir.

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2. No, el Fascismo no es la alternativa de las clases dominantes.

Ante el auge de la ultraderecha y su llegada a algunos importantes gobiernos, o ante el empuje de un Donald Trump aún más radicalizado hacia las posiciones de la alt-right, muchas voces en la izquierda nos alarman sin cesar que, como en los años 30 del siglo XX, estamos ante el ascenso real de regímenes fascistas.

Viñeta de Simón Regis (Tanzania)

No, no tienen razón. Por real y amenazante que sea el ascenso y crecimiento de la extrema derecha, no estamos ante el peligro de la llegada del fascismo, de regímenes totalitarios que aplasten con una dictadura terrorista cualquier forma de disidencia y rebelión.

No, el fascismo no es la alternativa actual de las burguesías monopolistas occidentales: ni de la clase dominante española, ni de las oligarquías europeas ni del hegemonismo norteamericano

Hay una simple razón para afirmar esto. No lo necesitan. Las clases dominantes solo recurren a regímenes fascistas cuando su poder es abiertamente desafiado cuando es necesario un periodo de terror y sangre para aplastar a un movimiento popular y revolucionario que les mueve la tierra bajo los pies.

¿Es esta la situación en España, en algún país de la UE, o en EEUU? ¿O en todos estos casos asistimos al avance -con mayor o menor oposición popular- de sus proyectos, y a un fortalecimiento de su poder de clase?

Muchos contestarán que no se puede afirmar que la extrema derecha no sea una alternativa de gobierno para las élites, cuando en un país del G7, Italia, está gobernando una ultraderechista como Giorgia Meloni. Algo que ha estado cerca de ocurrir en un país de la dimensión geopolítica de Francia.

Pero precisamente el caso de Giorgia Meloni sirve para comprobar que una cosa es la ultraderecha en el gobierno y otra el ascenso del fascismo. El caso de Italia nos permite constatar cómo, antes de que la extrema derecha pueda gobernar, tanto la clase dominante italiana como los centros de poder del hegemonismo norteamericano han «leído la cartilla» a los ultras de Fratelli d’Italia, dejándoles claro qué pueden aplicar de su programa y qué no, marcándoles claras líneas rojas desde sus intereses de clase e imperativos geopolíticos.

La primera de las líneas rojas de la «cartilla» a los ultras la verbalizó Úrsula von der Leyen en la pasada campaña a las elecciones europeas, defendiendo la posibilidad de que el Partido Popular Europeo pudiera aliarse con los ultras que -como Meloni- han dejado clara su lealtad a Washington y a la OTAN, y se han demarcado -al contrario que Matteo Salvini, que Le Pen o que Alternativa por Alemania- de la influencia de la Rusia de Putin.

La segunda es no llevar adelante su ultrareaccionario programa hasta el punto de amenazar la paz social, desatando una ola de protestas y conflictividad que es veneno para la taquilla para los intereses de la burguesía monopolista italiana o para los fondos de Wall Street. Es constatable cómo Meloni, aunque ha llevado adelante ataques contra los migrantes y otras minorías, ha puesto «sordina» a su programa y se ha dejado asesorar por el ex-Goldman Sachs Mario Draghi como peaje para permanecer en el Palacio Chigi.

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3. La ultraderecha es una útil herramienta al servicio de los más agresivos planes de las oligarquías financieras.

Una vez dejado claro que la alternativa actual de las burguesías monopolistas occidentales no pasa por los regímenes fascistas, hay que añadir que a ambos lados del Atlántico, para las burguesías monopolistas de EEUU y de Europa, la existencia de partidos y grupos de ultraderecha es una excelente y valiosísima herramienta de intervención y control, de degradación, intoxicación y polarización de la vida política… condición necesaria para poder hacer avanzar sus más agresivas políticas de recortes, privatizaciones y degradación de las condiciones de vida y de trabajo de la mayoría.

Viñeta de Zez Vaz (Portugal). «Yo también financio a Chega». Caricatura sobre Chega, el partida de extrema derecha portugués financiado por familias de la oligarquía financiera lusa

La extrema derecha funciona como un agresivo «ariete», para introducir en el debate político cuestiones extremadamente impopulares, que la derecha clásica no se atreve a poner claramente encima de la mesa por su coste electoral.

El mejor ejemplo es un Milei que ha llegado a decir que «la justicia social es una aberración» y que está llevando adelante un feroz programa de recortes salvajes, privatizaciones y entrega de las riquezas nacionales al capital extranjero (sobre todo norteamericano).

Otro ejemplo lo tenemos en las agresivas banderas contra los trabajadores inmigrantes, que buscan crear una sub-división de la clase obrera despojada de derechos políticos, oprimida, marginada y segregada por su color de piel o su procedencia, a la que poder super-explotar con muchas peores condiciones de vida y trabajo, arrancándoles una mayor tasa de plusvalía.

Por último, la existencia de partidos de extrema derecha -con sus escuadrones de camisas pardas, a los que se les alienta para agredir en las calles- es una útil y violenta herramienta para golpear y reprimir a los movimientos populares que inevitablemente se van a levantar contra sus políticas de saqueo y empobrecimiento.

Por más que en el plano ideológico y político -y financiero-podamos ver la mayor afinidad de estas ultraderechas europeas y latinoamericanas con la línea Trump, sus acometidas ultraprivatizadoras, ultraentreguistas y ferozmente antipopulares son de interés… para el conjunto de la clase dominante norteamericana y en menor medida de las burguesías monopolistas europeas, como la española.

Cuando más aprietan el acelerador de la explotación, las clases dominantes necesitan de «perros de presa» para reforzar la opresión y control de la respuesta popular.