Quizá algún día sus nombres sean una respuesta en Saber y Ganar, pero de momento son dos imágenes para la esperanza que tanto necesitamos al acabar este durísimo 2020.
Araceli Rosario Hidalgo, de 96 años, granaína de nacimiento y manchega de adopción, y que vive en la residencia Los Olmos (Guadalajara) ha entrado en los libros de historia al ser la primera española en recibir la vacuna contra la Covid-19. En la retransmisión en directo, que millones de ciudadanos siguieron como si de la llegada a la Luna se tratara, se ve a Araceli santiguarse, levantarse la manga de la camisa, y recibir el pinchacito.
“¿Qué nota, un poquito de picor?”, le dice la enfermera. “Un poquitillo, pero nada, nada”, contesta Araceli. Dice que le dió impresión enterarse de que era la elegida para ser la pionera, pero que luego le hizo ilusión. “¿Lo hice bien, no? Muy serena he estado”, dice riéndose, y luego confiesa las ganas que tiene de ver a sus dos hijos, a sus cuatro nietos y a su bisnieta. Hace meses que no los abraza, aunque ahora presumirán de ella, que se ha hecho famosa. Después añade, decidida, «a ver si conseguimos que el virus se vaya”.
Araceli pertenece a una generación que ha sentido en sus carnes los estragos que hacen las enfermedades infecciosas, y que también sabe la bendición que suponen las vacunas. Esa generación que tiene en los brazos una marca -esa cicatriz circular que dejaba la vacuna de la viruela- que los más jóvenes miramos ahora con la feliz extrañeza de quién ha nacido en un mundo donde la viruela ha sido erradicada. Por eso, la naturalidad y la templanza de Araceli al recibir la vacuna es el espíritu que necesitamos.
Junto a Araceli está Mónica Tapias, de 48 años, enfermera en Los Olmos desde hace una década. Es la segunda en recibir la vacuna, en representación de todos los sanitarios que han estado cuidando de nuestros mayores en estos trágicos meses donde la epidemia se ha cebado cruelmente en las residencias. No puede evitar las lágrimas, pensando en todos los residentes – unos ancianos que «se convierten en tu segunda familia»- que ha visto morir solos por la enfermedad. «Ojalá se vacunase el 100% de la población», dice Mónica que, como Araceli, lleva desde marzo si poder dar un beso a sus padres.
La llegada de las vacunas es solo el principio del fin de la pandemia. Se irán administrando en sucesivas oleadas, empezado por los sectores más vulnerables y descendiendo progresivamente al conjunto de la población. Pero pasarán aún largos meses hasta que se alcance el porcentaje necesario -en torno al 70%- para que la «inmunidad de grupo» empiece a impedir la transmisibilidad del virus. Hasta entonces debemos -colectiva e individualmente- redoblar las precauciones, y más a las puertas de una temida tercera oleada del Covid-19.
Araceli y Mónica representan mucho y nos enseñan mucho. Todos como ellas.