El Foro de Davos traza las perspectivas de la crisis mundial (II)

«Sólo Dios lo sabe…»

Ellos, a diferencia de la mayorí­a sí­ son conscientes de que aunque los grandes movimientos sí­smicos no han llegado todaví­a, el cataclismo ya está aquí­

Concluí­amos el artí­culo de ayer afirmando que, aun rodeados por la incertidumbre y el desconocimiento, en Davos se ha reflexionado sobre los primeros y más urgentes parches que las principales oligarquí­as financieras del planeta necesitan poner en marcha para evitar las peores consecuencias de la crisis. Y de todas ellas, cómo la más importante es la de evitar que la crisis económica derive en una aguda crisis social susceptible de trasladarse, con mayor o menor virulencia, al terreno polí­tico, al trascendental terreno de las relaciones de poder entre las clases y los Estados.

Y es que, si bien nada o muy oco ha transcendido sobre esto, es inevitable que sobre el Foro de Davos haya estado sobrevolando ese fantasma. Las necesarias (y previsiblemente virulentas, dada su envergadura sistémica) repercusiones sociales y políticas de una crisis económica de la que todavía no llegan a atisbar su dimensión real, ni, mucho menos, los medios de superarla. Ellos, a diferencia de la mayoría –a la que ya se preocupan de mantener en el mayor grado de inconsciencia sobre el asunto– sí son conscientes de que, aunque los grandes movimientos sísmicos, las grandes sacudidas, no han llegado todavía a manifestarse con toda su plenitud, el cataclismo ya está aquí. El Fondo Monetario Internacional pronostica un crecimiento del Producto Bruto Mundial de un 0’5% para este año. Desde el año 46, con una Europa todavía en ruinas, la URSS devastada, China en medio de la guerra civil, la India sumergida en el caos del proceso descolonizador y numerosas partes del mundo con los rescoldos de la guerra mundial aún sin apagar, el mundo no había conocido un crecimiento tan exiguo. Un veterano columnista de la prensa catalana –de los pocos que se atreven a llamar las cosas por su nombre– afirmaba días atrás que “la estrepitosa crisis financiera se ha transformado en una crisis económica. Los manuales de los politólogos indican que después de estas dos crisis concatenadas llegan las crisis sociales que acaban transformándose en crisis políticas”. Y el director de opinión de un medio tan moderado como El País manifestaba recientemente en una tertulia televisiva que “se sabe que estos acontecimientos desembocan en graves periodos de explosión de violencia”. La dimensión y la virulencia de la crisis indica con consistencia que hemos pasado de un largo periodo de calma y equilibrio relativo, en el que las distintas contradicciones, rozamientos y conflictos tendían a anularse y neutralizarse mutuamente entre sí, a uno de cambio manifiesto. Período de cambio caracterizado porque cada contradicción, y cada uno de sus dos polos, tiende a adquirir una velocidad y una dirección propia de desarrollo, chocando violentamente entre sí y sometiendo a feroces sacudidas la hasta entonces tranquila superficie. El alcance sistémico de la crisis actual –que cierra toda una etapa de tres décadas, veremos incluso si de seis– no puede sino forzar a que todos los violentos antagonismos que encierra en su seno el modo de producción capitalista comiencen a sacudir la superficie. En una situación así, las cuatro contradicciones fundamentales que mueven el mundo adquieren su verdadera dimensión. Y las tensiones y conflictos larvados que durante las épocas de calma y prosperidad parecen atenuados, revelan su auténtica magnitud. A la rebelión de los marginados, los explotados y los oprimidos –a los que la crisis en numerosos puntos del planeta va a condenar a vivir por debajo incluso de las condiciones mínimas de subsistencia–, los poderosos de Davos sólo pueden oponer la violencia organizada, la represión y la fuerza de sus Estados. Únicamente es cuestión ya de tiempo que se produzcan las explosiones, aunque nadie sepa todavía cuándo, cómo y dónde surgirán. Tal vez sea este el significado más profundo del lema propuesto para Davos este año: “Sólo Dios lo sabe…”