Sobre la interminable polémica de los deberes, me pronuncio claramente y taxativamente: las tareas en casa son indispensables. Por mucho que se pueda aprender en el aula, y en efecto en clase se aprende mucho, el estudio y el aprendizaje tienen una parte insoslayable de trabajo a solas y en silencio. Bien es cierto que esto se ha de matizar, porque algunas de las críticas que se han hecho a las tareas escolares son legítimas.
La primera, que llevan mucho tiempo, y el niño no tiene tiempo para jugar y estar con sus compañeros. Esto es verdad en cierta medida. Un profesor no puede poner tareas como si su asignatura fuera la única. La solución está entonces en calcular cuánto tiempo, según su edad, debe razonablemente dedicar un estudiante a sus tareas y dividir ese tiempo por el número de asignaturas. Después, cada profesor ha de poner los deberes que se puedan hacer en el tiempo estipulado. Pero hay otra cosa más grave: hay tareas que no valen para nada y roban muchísimo tiempo. Esa absurda moda de que el niño tiene que investigar ha llevado a que tenga que hacer trabajos de recortar y pegar, que no tienen nada que ver ni con la investigación ni la creatividad, que consume un montón de tiempo y que son completamente inútiles, porque recortando y pegando no se aprende nada.
La segunda, que con las tareas salen ganando los hijos de padres con estudios, que tienen más ayuda en casa. Pues eso se resuelve poniendo deberes que el chaval pueda hacer solo. Por ejemplo en matemáticas, los problemas que podríamos llamar de mantenimiento, como cuentas con fracciones o problemas del sistema métrico decimal. En cuanto al profesor le consta que ya sabe hacerlos, puede ponerle algunos problemas, de cuando en cuando, para que no los olvide y siga ejerciendo la actividad mental. Lo mismo sucede con la lengua. Una redacción de no más de diez líneas, sobre la última película que se ha visto, o sobre la amistad, o sobre lo que sea, lo puede hacer el estudiante sin ayuda de nadie, y además es más útil y lleva menos tiempo que recortar y pegar. Lo mismo si se trata de memorizar algo. Pongamos que el profesor de historia les ha hablado de un tema. Se trata de que los alumnos escuchen, no de que tomen notas, sino de que aprendan a escuchar. Yo recuerdo muchos cuentos que me contaron de niño y escuchaba sin tomar apuntes. Ahora bien, como un tema de historia exige más rigor que un cuento, terminada la explicación el profesor, puede poner en la pizarra un esquema con las ideas y datos más importantes de aquello que ha explicado para que los alumnos lo copien y lo memoricen en casa. Y para memorizar (sea el esquema de una clase de historia o un poema) no se precisa la ayuda de nadie.
Lo que es sencillamente delirante es la huelga de deberes planteada por algunas asociaciones de padres. Las cuestiones educativas han de ser discutidas entre adultos, y es un disparate usar a los propios hijos como ariete. Cuando sean mayores y trabajen, ya decidirán cuándo deben hacer huelga y cuándo no, pero no pueden ser manejados de niños, y mucho menos por los propios padres, algunos de los cuales se han portado en este caso con absoluta irresponsabilidad.
*Ricardo Moreno Castillo (Madrid, 1950), licenciado en matemáticas y doctor en filosofía, ha sido catedrático de instituto y profesor asociado en la facultad de matemáticas de la UCM. Es autor de más de una veintena de obras sobre matemáticas y su historia, sobre filosofía y de numerosos artículos; ha traducido varios códices matemáticos árabes, y ha publicado tres obras sobre la situación de la educación en España.