Uno de cada seis habitantes del planeta pasan hambre. Sin embargo, la producción de alimentos se ha multiplicado por tres en las últimas décadas y la capacidad de producir riqueza de la Humanidad por dos. Si distribuyésemos lo que se produce en todo el mundo de forma equitativa entre los habitantes del planeta saldríamos a unos 10.000 dólares por cabeza al año. Al mismo tiempo países como China o Brasil avanzan exitosamente en la mejora de las condiciones de vida de su población, reduciendo las muertes por inanición o por enfermedades que se convierten en mortales ante la extrema debilidad. ¿Hay quien hace sus deberes y quien no, entre una y otra reunión del G-20?, ¿es un problema de buena gestión o del «sistema alimentario» como dice la ONU?
El asado 16 de octubre, coincidiendo con el Día Mundial del Hambre, la FAO – Organización de Naciones Unidas para la Agricultura y Alimentación – en colaboración con el PMA – Programa Mundial de Alimentos – hizo público el estudio “El estado de la seguridad alimentaria, 2009”. En él se plantea la “urgente” necesidad de “reformar el sistema alimentario mundial”, anunciando que este año hasta 1.020 millones de personas son las que sufren hambruna, un siniestro récord histórico. Y empieza la guerra de las causas, los responsables y lo que no se dice. Paralelamente la organización internacional ActionAid, con sede sede central en Johannesburgo, presentaba el resultado de su propio ranking de naciones en la “lucha contra el hambre”. Según el informe Brasil ha conseguido reducir en un 73% la cantidad de niños mal alimentados a través de la creación de bancos alimentarios, cocinas comunitarias y ayudas a los pequeños campesinos. Y China redujo en 58 millones de personas las que pasan hambre en el país con una fuerte línea de apoyo estatal a los pequeños agricultores: una nación con 1.200 millones de habitantes en la que el 9% pasa hambre. En el furgón de cola Italia, Japón o EEUU, con un 10% de hambruna y en crecimiento. Los responsables de ActionAid señalaron que Brasil y China son un ejemplo de lo que se puede hacer cuando “el Estado tiene los recursos y la voluntad política de reducir el hambre”. Durante la rueda de prensa Anne Jellema, directora de políticas de ActionAid, aseguró que “es el papel del Estado y no el nivel de riqueza lo que determina los progresos en la lucha contra el hambre". Alto y claro.Las cuentas claras En la última reunión del G-8 en Aquila, Italia, se llegó al acuerdo de destinar 15 mil millones de dólares en ayudas a los países del Tercer Mundo. Multitud de organizaciones reaccionaron con una mezcla de indignación y carcajada a pecho partido, pues nada se sabe todavía de los 50 mil millones que se prometieron hace cuatro años para el mismo fin. También la ONU clama al cielo. De los 4.585 millones de euros necesarios para los Programas de Alimentos, solo han sido recaudados 1.779, por no hablar del objetivo óptimo de 30 mil millones necesario para paliar la hambruna. Es decir, realmente las grandes potencias reunidas alrededor del tablero mundial destinan 2 dólares al año por persona en ayudas contra el hambre. Sin embargo nadie se olvida de los 700 mil millones de dólares del rescate bancario norteamericano, ni de los 350 mil del rescate entregado por Zapatero a la banca… iniciales, claro. A estas alturas entre ambos países deben haberse destinado 1 billón y medio de dólares solo en inyecciones directas, firmas de avales y garantías, compra de acciones… Pero esto es tan solo un aperitivo. África, con 265 millones de hambrientos, concentra una de las mayores disputas del planeta por el control de las riquezas nacionales, y el aumento del expolio desde el estallido de la crisis. Los más de 50 billones de dólares perdidos con la crisis han agudizado el saqueo mundial, sobretodo por parte del principal dueño de las pérdidas, EEUU. Saqueo que se dirige en tres direcciones: hacia las potencias dependientes – Alemania, Francia, Italia, España… -, hacia los países del Tercer Mundo como un pozo sin fondo y hacia las potencias emergentes como India o China, aunque éste último quede en intenciones que veremos más adelante. Botswana, Congo y Sudáfrica producen el 50% de los diamantes del mundo, mientras que en Ghana, Sudáfrica y Zimbawe se extrae el 50% de la producción mundial de oro. Además, para el 2020 África producirá el 11% del petroleo del planeta, una parte de estos nuevos yacimientos – especialmente concentrados en el Golfo de Guinea – satisface el 19% de las importaciones norteamericanas – el 25% en el próximo lustro -. Exxon-Mobil y Chevron-Texaco disfrutan de un trato especial en la Comisión para el Petroleo del Congreso de EEUU. Trato que les permitió, por ejemplo, invertir 500 millones de dólares en la RD de Santo Tomé y Príncipe tres meses después del golpe de estado, hacer desaparecer al gobierno de Obiang de la lista de países que infringen los Derechos Humanos, o sumir a Nigeria en un conflicto permanente por la disputa de los yacimientos con Francia. Ayudas envenenadas Pese a que asociaciones humanitarias y ONG’s se indignen por el reticente y sistemático incumplimiento de los compromisos de ayuda al Tercer Mundo e, incluso, se denuncie el saqueo histórico y presente, o la ignominia que supone comparar los rescates bancarios con los presupuestos de los programas de la ONU – el propio Jacques Diouf, responsable del informe de la FAO denunciaba como con los rescates bancarios podría aplacarse el hambre durante 50 años -, lo que no se dice, o se oculta, es que lo que sí que se destina a “ayudar” revierte en ingentes beneficios para las potencias humanitarias. Por una parte asegurando que esos recursos son destinados a la compra de mercancías a las multinacionales que operan en el país, consiguiendo estrangularlo con precios desorbitados y sometiéndolo al chantaje camorrista que les permite la intervención y control de los Estados. Y por otra utilizando todos los mecanismos internacionales y financieros a su alcance. Muchas de las ayudas son paralizadas en destino por el FMI porque su inversión “incumpliría” los criterios de estabilidad requeridos por la institución. Así miles de millones son puestos a buen recaudo para luego reconducirlos con adecuadas políticas y acuerdos comerciales, de manera que más tarde multipliquen exponencialmente los beneficios del país donante. Cada vez que se reúne el G-20, las organizaciones humanitarias deberían cambiar sus consignas para pedir que cese tanto hostigamiento humanitario y solidaridad envenenada. Lo contrario es, como en la fábula, pedirle a la rana que confíe en el escorpión y le cruce al otro lado del río, con la diferencia de que en este caso el escorpión no se hundirá al picar al anfibio porque tiene un petrolero esperándole en la orilla. Dame carne y dime tonto Otra de las razones del alarmante incremento de hambrientos en el mundo – 100 millones en un año – hay que buscarla en la subida de precios. La crisis trajo el aumento de los precios del petróleo, lo que inevitablemente trajo a mediados del año pasado un aumento de los precios de los alimentos. Pero también la fuga de capitales del sector inmobiliario al sector alimenticio, de material agrícola y químico buscando recuperar la tasa de ganancia perdida ha provocado que las necesidades más básicas para la subsistencia se conviertan en artículos de lujo: solo los precios de los cereales aumentaron un 70%, un 100% el arroz o un 130% el trigo. A esto debemos añadir también el destino final de la producción agrícola. Pese a que algunas voces han señalado la producción de bio-combustibles no puede ser ésta en sí misma. No hay más que mirar el ejemplo de Brasil y comprobar que con un incremento de la inversión en bio-combustibles ha cosechado grandes éxitos en el combate con la pobreza. Sin embargo basta con consultar los propios datos del Ministerio de Agricultura norteamericano: el 50% de la pesca mundial, el 91% del maíz, el 77% de la harina de soya, el 65% de la cebada, el 68% de la avena, el 99% del sorgo… tienen como destino el mercado cárnico, la alimentación del ganado, la carne que después se venderá en los mercados norteamericanos y europeos. No en vano los índices de obesidad, problemas vasculares y muchas otras enfermedades vinculadas, aumentan sin variación cada año en los países de capitalismo desarrollado. Lógicamente el problema no somos los que consumimos, sino el monopolio de quien produce y vende. Por no hablar del control de la producción de semillas y pesticidas, lo que nos llevaría de nuevo al monopolio y la extorsión. Solo para ilustrar hay que tener en cuenta que multinacionales como Monsanto – que recientemente ha engullido a Dere Co., su inmediato competidor – controlan el 50% de la producción de semillas mundial, lo que ha dado como resultado, por ejemplo, la desaparición de 6.800 variedades de manzana y 7.950 tipos de arroz. La receta milagrosa Cuando se presenta el crecimiento económico chino, actual y en las últimas tres décadas, la palabra milagro suele aparecer con bastante asiduidad. Desde luego las cuotas de creación de riqueza no tienen parangón, ni si quiera en la historia de la potencia norteamericana o en el desarrollo soviético en el primer cuarto de siglo socialista. Pero lo que normalmente desaparece es el factor más importante y que es determinante también en el caso de Brasil o de India, la independencia y soberanía nacional. Es decir, regir los asuntos y el destino del país sin someterse al vilipendio de EEUU y las principales potencias. Y esto vale también para explicar los resultados en la lucha contra la pobreza. Tanto es así que desde el Diario del Pueblo de Pekín, poco después del estallido de la crisis, se señalaba como cuestión central, como aviso a todos los países y pueblos del mundo, que había que evitar “cerrar la factura en favor de los EEUU”. Evitar que sus pérdidas, la crisis que ellos han provocado, la tengamos que pagar el resto. A partir de 1986, China pone en marcha de manera ordenada un ambicioso plan destinado a combatir la pobreza. A lo largo de más de dos décadas, el gobierno chino adopta una serie de medidas que incluyen la capacitación de mano de obra del campo para su posterior transferencia a otros sectores, la reforma de los modos de otorgar subsidios gubernamentales a las tasas de interés de los créditos para los campesinos y la ejecución de los proyectos de asistencia a los pobres, que han permitido que la población en pobreza absoluta se haya reducido en más de 200 millones en un plazo de 20 años. Pero en el último año han sido 58 millones las personas que han salido de la “pobreza severa” gracias a una nueva política de ayudas de la que se han beneficiado directamente 40 millones de chinos. Por su parte, el gobierno de Lula, pese a recoger numerosas críticas ante la insuficiencia de la política campesina de reparto de tierras, ha encabezado un proceso de transformación política en el país que ha cosechado grandes éxitos. En primer lugar el gobierno adoptó el compromiso de no tocar los recursos asignados a acción social y educativa, aunque se produjeran ajustes presupuestarios. En segundo lugar convirtió el hambre en una cuestión de Estado: con Patrus Ananias a la cabeza del ministerio, el gobierno supeditó otras cuestiones – partidarias o electorales – a lograr acuerdos de acción común en este frente, llegando a presentar una propuesta de reforma constitucional para convertir el derecho a la alimentación en un derecho constitucional. Y en tercer lugar el Estado hizo, y sigue haciendo, una especial inversión – 30 mil millones de dólares al año – en equipos que controlaran el diseño y la ejecución de los programas detectando desde eventuales problemas a prácticas clientelistas o derroche de los presupuestos públicos. La soberanía y la independencia nacional es el factor determinante, no solo para acabar con el hambre, sino para el desarrollo y prosperidad de cualquier país del mundo. Ocultar esta cuestión no hace sino abonar la tierra que luego los monopolios y el Imperialismo esquilmarán.