“Sin novedad en el frente” es un clásico de la literatura antibelicista. García Márquez nos informaba en “El amor en los tiempos del cólera” que el protagonista de la novela “la había leído con el corazón desolado por la barbarie de la guerra”.
El libro, publicado en 1929, estaba firmado por Erich Maria Remarque, pseudónimo de Erich Paul Remark, soldado alemán arrastrado a la contienda por las arengas patrióticas de su profesor y que en las trincheras de la Primera Guerra Mundial descubrió un horror inimaginable.
La frase que da nombre a la novela hace referencia a la muerte del protagonista bajo una bala en las trincheras “en un día tranquilo y calmado, calificado por el parte militar con la frase de sin novedad en el frente”. La muerte de un soldado, o de decenas de miles de ellos, no era un hecho relevante en el relato oficial.
La obra fue perseguida por los nazis, calificada de antipatriótica, y quemada en las hogueras donde eran arrojados los libros prohibidos. Su autor se vio obligado a exiliarse, escapando del terror de la esvástica.
Fue rápidamente adaptada al cine en EEUU, bajo la dirección del Lewis Milestone, triunfando en los Oscars de 1930. Pero ha debido transcurrir casi un siglo para que se convierta en película en Alemania.
El pulso de la más que libre adaptación de Edward Berger lo marca una brutal primera escena en la que, antes de proporcionarnos información alguna, nos sumerge en la barbarie de las trincheras, con soldados arrojados a una ofensiva que solo podía culminar en una muerte segura.
La mirada se dirige hacia un grupo de jóvenes, arrastrados a la guerra por soflamas que les instan a luchar “por el Kaiser, por Dios y por la patria”, camuflando de ardor patriótico la disputa imperialista entre dos grupos de bandidos.
Acuden a la guerra como si fuera un juego, pero en las trincheras descubren la verdad. Sin apenas instrucción, son utilizados como carne de cañón por las élites alemanas o francesas, que no dudan en sacrificar millones de vidas para ganar algunos centímetros de territorio.
Las imágenes sin filtro nos impactan, la muerte a niveles industriales es reflejada en su brutal realidad, el despiadado cinismo de unas élites que se alimentan de vidas humanas para saciar sus apetitos expansionistas nos revuelve.
Por eso “Sin novedad en el frente” se ha convertido en una de las películas más vistas, más comentadas, y con sus nueve nominaciones es una de las protagonistas de los Oscars de 2023.
Los culpables tienen nombre y apellidos
Puede contemplarse “Sin novedad en el frente” como un alegato antibelicista, expresión del horror que iguala todas las guerras. Adoptar esa visión sería volver la espalda a la realidad, y sobre todo permitir que los culpables de la barbarie sigan impunes.
La Primera Guerra Mundial empequeñeció los horrores que la humanidad había sufrido. 17 millones de muertos, la mayoría de ellos civiles, 20 millones de heridos, nuevas y sofisticadas formas de matar.
El imperialismo, el mismo que había despiezado Asia y África, ofrecía su primera gran guerra, mostraba al mundo hasta donde podía llegar su capacidad de destrucción.
No era la “despiadada naturaleza humana”, ni siquiera el “horror de la guerra”. Los culpables de ese nivel de barbarie, desconocido antes, eran las mismas grandes burguesías que se habían erigido como dueños del mundo.
En 1914 el imperialismo, la moderna sociedad burguesa, mostraba su auténtico rostro. Ya nada volvería a ser como antes. Ya nunca podría volver a presentarse bajo disfraces de progreso.
Hemos sufrido más veces esta plaga. Bajo el signo de la cruz gamada en la Segunda Guerra Mundial, de las barras y estrellas en Vietnam o de la infame Z exhibida por el imperialismo ruso en Ucrania.
Pero esa pandemia, la de las guerras imperialistas, la peor que haya conocido la humanidad, tiene cura. Y está presente, aunque parcialmente y de forma confusa, en la película de Edward Berger. Cuando nos presenta la trama del armisticio solicitado por Alemania y firmado ante el alto mando francés en un vagón de tren.
Existieron diplomáticos alemanes que trabajaron por la paz. Como Matthias Erzberger interpretado en la película por el actor hispanoalemán Daniel Brühl, que encabezó la delegación germana que firmó el armisticio y fue por ello asesinado en 1922 por escuadrones ultras.
Pero para explicar el precipitado fin de la Primera Guerra Mundial hay que viajar al Moscú de 1917. El triunfo de la revolución se expande. Obreros alemanes se niegan a trabajar en las fábricas de armamentos. Soldados y obreros forman consejos, a modo de soviets, en las principales ciudades. El antes intocable kaiser abdica, y la burguesía germana debe pedir un armisticio de urgencia para dedicar las tropas que combatían a los franceses a sofocar la revolución que estaba triunfando en Alemania.
Fue la revolución quien detuvo la barbarie.