¡Tam-tam-tam…! Hace meses que el runrún de una nueva crisis recorre las noticias que nos llegan desde organismos internacionales como Eurostat, el Banco Central Europeo o la OCDE y los análisis de los economistas. Las últimas hablan de que este año el PIB de la Eurozona apenas crecerá un raquítico 1% y revisan a la baja las previsiones de crecimiento.
Y aunque en algunos países como España el crecimiento del PIB siga en cifras positivas, las señales indicando que estamos ante una desaceleración de la economía se multiplican. ¿Es un clima de opinión o hay bases materiales, indicadores objetivos, que deben preocuparnos y justifican las alertas ante el riesgo de una recesión y una nueva crisis? ¿Cuáles serían algunos de esos indicadores?
La noticia sobre uno de esos indicadores la daba el informe de Red Eléctrica sobre el consumo eléctrico en la industria en el primer trimestre de este año. El consumo de electricidad en la industria sufre la mayor caída de los últimos siete años. Según los datos de Red Eléctrica, en el primer trimestre de este año el consumo eléctrico industrial ha caído un 4,4%, una caída similar a la del año 2012 en los peores años de la crisis económica.
Este indicador está considerado como uno de los más fiables para medir la situación del sector; de ahí que su hundimiento haya hecho saltar las alarmas. Y junto con el de caída de la producción industrial en 2018 alertan sobre los riesgos de una nueva crisis.
El sector encadena cinco trimestres consecutivos de caídas desde principios de 2018. Especialmente alarmantes son las caídas en los subsectores de automoción y metalúrgico.
En la automoción (que representa el 12% del PIB nacional) es donde más profunda es la caída, un 10% en el primer trimestre de 2019. Le sigue el subsector metalúrgico donde el consumo ha caído un 9,5%; es el que más electricidad utiliza de toda la industria y juega un papel estructural ya que está directamente relacionado con la producción de materiales como el acero y el aluminio, ampliamente utilizados en todo el sector. La bajada es también importante en la industria química y del refino.
Los datos publicados por Red Eléctrica vienen a confirmar las primeras señales de alarma que anticipaban las cifras del Instituto Nacional de Estadística (INE) sobre la caída de la producción industrial al cierre de 2018.
Según las cifras adelantadas de la Contabilidad Nacional de 2018 dadas a conocer por el INE en marzo, el sector industrial habría entrado en recesión técnica por primera vez desde 2013 al caer su actividad un 0,9% en el cuarto trimestre de 2018, y acumular tres trimestres seguidos descendiendo desde abril de hace un año.
Tal y como puede verse en la gráfica, la desaceleración industrial es evidente en los últimos cuatro meses del año pasado, desde el pasado mes de septiembre, hasta hudirse un 5,9% en diciembre. Una tendencia que la mayoría de los medios económicos consideran preocupante a pesar del repunte positivo en enero de este año.
Si el indicador de consumo eléctrico es considerado como uno de los más fiables para medir la salud de la industria, la caída de la producción industrial es un indicador adelantado de la evolución de la economía. Y ahora está marcando una inquietante ralentización.
Lo preocupante de la situación no está solo en la macroeconomía, en la tendencia que marcan los indicadores y las luces rojas que se encienden en nuestra economía, sino en las consecuencias que llegan a la población. Especialmente en lo que hace referencia al empleo y que ya está afectando en dos sentidos. Por un lado, en la pérdida de empleos industriales de los últimos meses, con cierres y EREs anunciados en fábricas como Alcoa, Cemex, Vestas, La Naval, Siemens Gamesa o Nissan. Y por otro, en que la destrucción de empleo industrial significa profundizar la precariedad, ya que no hay que olvidar que es el sector que genera empleos de mayor calidad en salarios y estabilidad. Los datos de la EPA del primer trimestre de 2019 lo reflejan con rotundidad: el 41% del empleo es precario, temporal y a tiempo parcial.
Además la industria ejerce un importante efecto de arrastre sobre otros sectores de la economía y la caída de la producción industrial puede arrastrar especialmente al sector servicios.
Todos estos hechos no significan necesariamente que estemos a las puertas de una crisis, pero los indicadores marcan una tendencia y elevan las probabilidades.
El inestable marco internacional
La situación internacional, lejos de favorecer contribuye y acentúa los indicadores de alarma de una nueva crisis.
De Europa llegan noticias preocupantes. Eurostat, FMI y la OCDE anuncian que en 2019 la Eurozona crecerá 9 décimas menos de los previsto. “Europa se convierte en el epicentro de la ralentización de la economía mundial”; “La OCDE prevé un frenazo abrupto en la economía de la Eurozona este año”; “El frenazo de la Eurozona mayor de lo esperado”; “Bruselas teme más inestabilidad”. Son algunos de los titulares que en los últimos meses han aparecido en los principales medios de comunicación y que ponen de manifiesto que las señales de desaceleración económica se acumulan mientras las previsiones se revisan a la baja.
Todos los medios internacionales señalan como principales factores de alarma las consecuencias de la guerra comercial desatada por Trump entre Estados Unidos y China y, colateralmente, las amenazas de Trump de imponer aranceles a las exportaciones de automóviles europeos a Estados Unidos y sanciones a las empresas europeas que comercialicen con Rusia, Irán o Cuba. Las empresas españolas serían unas de las más afectadas.
En segundo lugar los cambios normativos en el sector del automóvil cuyas consecuencias ya se han reflejado en España: en enero la producción de automóviles cayó el 1,4% y las exportaciones el 2,73% según Anfac, la patronal de fabricantes de automóviles.
Y en tercer lugar la posibilidad que aún a día de hoy sigue habiendo de un “Brexit sin acuerdo”.
Un informe de la OCDE publicado en marzo consideraba la eurozona como un área de constantes turbulencias y rebajaba del 1,8% al 1% las previsiones de crecimiento, con una industria alemana “gripada”, Italia en recesión y una Francia que apenas crece por encima del 1% a menor ritmo que hace una año.
La desaceleración de la economía europea es preocupante y así lo reflejan las medidas anunciadas por el Banco Central Europeo que en su reunión de marzo decidió mantener en el 0% los tipos de interés y retrasar la subida de tipos, al menos, hasta principios de 2020; y renovar a partir de septiembre la provisión de liquidez a largo plazo a los bancos, que había acordado suprimir hace siete meses.