Hace tiempo que la extrema derecha ha dejado de ser un actor marginal en Europa y en el mundo. En múltiples países la ultraderecha ha pasado a estar o liderar gobiernos, o a ser el apoyo decisivo de sus socios conservadores. Junto a ellos y su discurso ultrareaccionario, tóxico y divisorio, vienen ataques más que reales a las libertades y derechos de todos.
Sí, la ultraderecha es un peligro real para la democracia… al que hay que hacer frente
Varios ataques fascistas han hecho saltar todas las alarmas en Alemania. El principal candidato del socialdemócrata SPD a las elecciones europeas en el estado federado de Sajonia, el eurodiputado Matthias Ecke, resultó gravemente herido al ser atacado mientras colgaba carteles electorales en la ciudad de Dresde. Cuatro ultradechistas le dieron una paliza, mandándolo al hospital donde tuvo que ser operado en el pómulo y la cuenca del ojo. Minutos antes, los cuatro neonazis ya había atacado a otro voluntario de los Verdes, también cuando cuando estaba pegando carteles.
A los pocos días, otro cobarde ataque por la espalda hirió a la exalcaldesa de Berlín en una biblioteca, mientras que -otra vez en Dresde- una candidata de Los Verdes fue empujada y escupida por dos camisas pardas al grito de «viva la AfD» (Alternativa para Alemania, el partido de extrema derecha).
Como era de esperar -tras pasarse años inflamando sus discursos con odio y ataques contra la migración o los progresistas- los dirigentes de AfD han negado estar detrás de estos ataques y han deseado que «las campañas electorales transcurran sin violencia». Estos hechos demuestran hasta que punto la ultraderecha ha envenenado de crispación, demagogia y enfrentamiento el debate político. Y no es porque la sociedad alemana no haya reaccionado políticamente contra AfD y los neonazis. A finales de enero de este año, las calles y avenidas de las capitales germanas se inundaban de más de medio millón de manifestantes, para protestar enérgicamente contra los ultras. Dias antes una información periodística había desvelado como destacados dirigentes de Alternativa para Alemania, e incluso dos miembros de la facción más reaccionaria de la CDU (la llamada Unión de Valores) habían acudido en Posdam a una reunión secreta con neonazis y grupos ultras para trazar un «plan maestro» para deportar a millones de personas de ascendencia inmigrante, incluidos ciudadanos alemanes con pasaporte pero “no integrados” (sic).
A pesar de estas masivas movilizaciones, las espectativas electorales de AfD tenebrosas para la democracia. Según la encuesta de ‘Euronews’ de abril, el partido de extrema derecha alemán ocupa el segundo lugar en los sondeos de cara a las elecciones europeas de junio.
Partido Popular Europeo: «¿cordón sanitario? ¿qué cordón?»
A este auge ultra contribuye un más que notable cambio de orientación en la derecha clásica alemana, con un jefe del Partido Popular Europeo, Manfred Weber (figura importantísima de la CSU bávara) como principal adalid de que los conservadores europeos derriben el «cordón sanitario» y se abran a pactar y negociar con la ultraderecha -sea en el Parlamento Europeo, sea en cada país- con tal de garantizar el gobierno.
La presidenta de la Comisión Europea, Úrsula Von der Leyen ha abrazado ya sin tapujos esta orientación. Durante el primer debate entre los candidatos a presidir la Comisión, ante la pregunta directa sobre si iba a pactar con el grupo de ultraderecha en el que están integrados Fratelli d’Italia de Giorgia Meloni y Vox, Von der Leyen dijo, sin pestañear: “depende de cómo quede la composición del Parlamento Europeo».
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Un peligro más que real
Ya están aquí
No es el futuro, es el presente. No es una vaga amenaza, es un peligro real para la democracia que actúa ya en el debate político, nacional y europeo. La extrema derecha ya no es marginal. Ha pasado a liderar -u optar a liderar- participar o a ser el apoyo decisivo de importantes gobiernos mundiales
Una admiradora de Mussolini está al frente de Italia, un país del G7 y tercera economía de la zona euro. Un autócrata iliberal, amigo de Putin y enemigo de los derechos de las mujeres, los migrantes, el colectivo LGTBI y la prensa crítica, lleva desde 2010 al frente de Hungría. Francia lleva más de una década viendo cómo la cabeza de la oposición y permanente candidata de la segunda vuelta de las elecciones es la ultraderechista Marine Le Pen. El gobierno de la derecha sueca gobierna con el apoyo de una extrema derecha que hace dos días era neonazi. En Alemania, los ultras de Alternativa para Alemania, que ya son los segundos en intención de voto a escala federal. Y en España, aunque Vox tiende a deshincharse, gobiernan junto al PP en la Comunitat Valenciana, en Aragón, o Castilla y León.
En América Latina lo histriónico y estrafalario de sus líderes ultraderechistas no ha impedido que -antes Bolsonaro en Brasil y ahora Milei en Argentina- hayan ganado las elecciones para llevar adelante sus extremadamente reaccionarias agendas, siempre en beneficio de unos grandes capitales extranjeros y siempre siguiendo la batuta marcada desde Washington. Y EEUU se encamina hacia unas elecciones presidenciales donde un Donald Trump y un Partido Republicano cada vez más ultras tienen números para ganar. Por no hablar del brutal genocidio que el gobierno más fanáticamente sionista, ultraderechista y ultrareligioso de la historia de Israel está perpetrando en Gaza.
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¿Quién les alienta?
Dime quién te paga
Sabemos que la ultraderecha y los partidos fascistas no son otra cosa que la carta más violenta, tóxica y terrorista del dominio del capital monopolista. El instrumento que usan las clases dominantes para enfrentar y dividir a las clases populares, o para contener o someter por el terror y la fuerza el empuje de la lucha popular., imponiendo la versión más despiadada de su dominio de clase.
Muchas voces en la izquierda nos alarman ante la posibilidad real del ascenso del fascismo, como en los años 30 del siglo XX. ¿Es esto así?
No, no estamos ante el peligro del ascenso del fascismo, por más que estos grupos y partidos de ultraderecha inoculen ideas fascistas. Ninguna oligarquía del continente tiene en su agenda un cambio de régimen hacia uno basado en el totalitarismo, la fuerza y el terror como instrumento de dominio. Simplemente no lo necesitan, su poder de clase no está en estos momentos amenazado.
Sin embargo, si es preciso señalar que detrás de estos partidos y opciones ultraderechistas no sólo encontramos sectores ultrarreaccionarios de las clases dominantes nacionales. Siempre aparece, abierta o encubiertamente, la mano (y la financiación) de potencias extranjeras.
Concretamente siempre encontramos la mano de dos poderes en principio contrapuestos: los centros de poder norteamericanos -concretamente del trumpismo, con la Conferencia Política de Acción Conservadora (CPAC) o The Movement, una internacional de extrema derecha impulsada por Steve Bannon, como claros directores del aquelarre ultra-… y de una Rusia de Putin, que ha financiado a partidos como el de Marine Le Pen, la AfD, la Liga de Matteo Salvini o el lobby Hazte Oír, próximo a Vox, en España.
Dime quien te paga y te diré a quién sirves.