El 20 de octubre de 2011, ETA anunciaba, tras 43 años de terror y 829 asesinatos, el abandono definitivo de la violencia.
No significa “el fin de ETA”, que solo se producirá con la entrega de las armas, su disolución incondicional y la reparación del daño causado. Pero es, sin duda, un gigantesco paso adelante que todos los demócratas y antifascistas celebramos.
Sin embargo, en la lectura que se difunde sobre estos hechos hay una batalla donde no solo se juega una mirada limpia sobre el pasado, sino que sobre todo tiene decisivas consecuencias para el futuro.
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(I) La rebelión democrática derrotó a ETA
“Se está gestando una cruz gamada entre nosotros” (Manifiesto fundacional del Foro de Ermua. 1998)
A finales de los años noventa, un grupo de intelectuales vascos publicó un valiente manifiesto donde se denunciaba que “se ha organizado y extendido en Euskadi un movimiento fascista que pretende secuestrar la democracia y atenta contra nuestros derechos y libertades más esenciales”.
Y se llamaba a “luchar pacífica y contundentemente contra ETA y quienes amparan, promueven y se benefician de su proyecto totalitario”.
Fue entonces cuando se empezó a derrotar a ETA.
Las gigantescas movilizaciones contra el asesinato de Miguel Angel Blanco fueron un antes y un después. Y un grupo de vascos valientes se organizaron para dar la batalla contra el fascismo.
Creando un movimiento antifacista que ganó apoyos en la sociedad vasca, con organizaciones como Foro de Ermua, Basta Ya, Covite, AVT, Fundación Libertad…
Ahora se afirma que lo que permitió acabar con el terror de ETA fue la eficacia de la actividad policial, la actividad de la justicia contra el entorno etarra, o la colaboración internacional en la lucha contra el terrorismo.
Todos estos fueron factores importantes, pero hasta la irrupción de la rebelión democrática no habían sido capaces de crear las condiciones para la derrota de ETA. Habían debilitado a la banda, pero no eran capaces de combatir y romper el “humus social” que sostenía y amparaba el terror.
Porque la lucha contra el fascismo, y la batalla contra el terror de ETA sin duda lo es, no puede ganarse si no es con la lucha popular y la movilización ciudadana.
El paso decisivo se dio cuando se ganó la batalla en la calle por la libertad, en un largo proceso que culminó en las multitudinarias manifestaciones de Basta en Donosti.
Cuando se desplegó un combate frente a todas las ideas que justificaban el terror, criminalizaban a las víctimas y sembraban la ambigüedad y la equidistancia.
La lucha contra el fascismo -y la batalla contra el terror de ETA sin duda lo es- no puede ganarse si no es con la lucha popular y la movilización ciudadana.
Y también, cuando se señaló como responsables del terror no solo a ETA o HB, sino sobre todo a los jelkides peneuvistas que encarnaban el nazifascismo étnico, desembocando en la gran movilización contra el plan Ibarretxe.
Una batalla que tiene un doble valor. Porque se realizó contra el poder establecido, y porque se hizo en unas condiciones extraordinariamente difíciles, enfrentando amenazas, ataques, condenando al exilio a muchos y asesinando a otros.
Nombres como Fernando Savater, el recientemente fallecido José Ramón Rekalde, Agustín Ibarrola, Rosa Díez, Elías Querejeta, Maite Pagaza, Pablo Setién. Otros -como Mario Onaindía, Jon Juaristi o Mikel Azurmendi- que militaron en ETA durante el franquismo y luego se enfrentaron al fascismo que supone el terrorismo.
Muchos de estos nombres procedentes de la izquierda, pero que también se unieron a militantes y cuadros del PP vasco que se jugaron, literalmente, la vida.
La rebelión democrática fue capaz de dar organización al rechazo al terror y el nacionalismo étnico que se estaba convirtiendo en un clamor en la sociedad vasca. Y que recibieron el apoyo de todo el pueblo español. Fortaleciendo con ello la unidad en la lucha conjunta por la libertad.
Ellos, los hombres y mujeres que en Euskadi rechazaron y se enfrentaron al fascismo etnicista, son los héroes de esta historia.
Conviene recordarlo ahora, cuando todavía debemos seguir dando batallas para ganar definitivamente la lucha contra el terror. Que no pueden tener como únicos protagonistas a los aparatos del Estado (la policía, la justicia, los partidos…). Sino que debe estar encabezada por la participación y movilización de toda la sociedad.
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(II) Detrás de ETA estaba Arzallus
“Los inmigrantes tienen la culpa de que Euskadi no sea independiente” (X. Arzallus)
Conviene recordar dos hechos imprescindibles para comprender la naturaleza del terror de ETA.
El 20 de agosto de 1981, Arzallus se reunió en secreto en el sur de Francia con los dirigentes de ETA-pm, justo cuando estaba debatiendo si proseguía con la tregua anunciada o reanudaba la actividad criminal. Para recordarles que las negociaciones del nuevo estatuto no estaban cerradas, y era necesario que ellos siguieran intimidando.
En 1990, Arzallus volvió a reunirse en secreto con ETA para firmar el pacto de Lizarra, y estableció una famosa “división del trabajo”: “No conozco de ningún pueblo que haya alcanzado su liberación sin que unos arreen y otros discutan. Unos sacuden el árbol, pero sin romperlo, para que caigan las nueces, y otros las recogen para repartirlas. Antes, aunque sin un acuerdo explícito, había un cierto valor entendido de esta complementariedad”.
A este pacto le siguió la escalada de terror de ETA, sobre la que se asentó la ominosa década de los gobiernos de Ibarretxe. Que llegó a proponer excluir a la mitad de la población vasca, la de origen inmigrante o que no estaba dispuesta a renunciar a ser española, del censo de vascos de pleno derecho.
No pueden entenderse los 43 años de terror, en Euskadi y en el resto de España, señalando solo a ETA. Sin tener en cuenta que en el PNV coexisten dos almas, por un lado un nacionalismo democrático, pero por otro sectores -representados por los Arzallus, Ibarretxe, Eguibar…- que defienden una línea basada en concepciones etnicistas y totalitarias.
Para imponer sus planes de ruptura y sus proyectos étnicos a la sociedad vasca, estos sectores más reaccionarios del PNV necesitaban recurrir al terror para doblegar la resistencia de la mayoría.
Eran los Ibarretxe y Arzallus quienes señalaban a colectivos como“enemigos de Euskadi” que luego eran objetivo de ETA. Resucitando las teorías más racistas de Sabino Arana para señalar quien es vasco y quien no. Fomentando el odio a España y a todo lo español. Justificando el terror de ETA como consecuencia lógica del «conflicto político» que vive Euskadi. Utilizando el poder autonómico para sostener y amparar el entramado del terror.
No pueden entenderse los 43 años de terror, en Euskadi y en el resto de España, señalando solo a ETA. Los sectores más reaccionarios del PNV necesitaban recurrir al terror para doblegar la resistencia de la mayoría.
Conviene recordarlo ahora que el PNV ofrece, de la mano del actual lehendakari, Iñigo Urkullu, un cara mucho más suave y pragmática.
Fue un cambio obligado. El rechazo de la sociedad vasca a los delirios etnicistas les condujo a una perdida acelerada de apoyo social, hasta ser desalojados -por primera y única vez en la historia democrática- del gobierno vasco. Solo entonces, el PNV retiró de la primera plana política a los Arzallus e Ibarretxe, adoptando otra cara.
Si hubo miembros del PNV, algunos destacados como el ex alcalde de Vitoria José Angel Cuerda o Joseba Arregui, que respaldaron a la rebelión democrática. Pero Urkullu era un alto dirigente del PNV en los peores tiempos de Ibarretxe. Y no se recuerda ni una sola ocasión donde lo denunciara. Y personajes como Joseba Eguibar -máxima expresión del fanatismo etnicista- siguen ocupando hoy puestos de alta responsabilidad en el PNV.
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(III) ¿ETA cobra en dólares o… en rublos?
“Me voy de la presidencia sin saber si ETA cobra en dólares o en rublos” (Adolfo Suárez, en la alocución en la que anunciaba su dimisión, el 29 de enero de 1981)
Se cumplen cincuenta años soportando el terrorismo de ETA. Cinco décadas de negra existencia al servicio del fascismo étnico y la fragmentación de España.
¿Pero cómo es posible que durante cinco décadas un grupo terrorista mantenga un enorme poder de desestabilización e influencia política, sin que la octava potencia del mundo haya sido capaz de desarticularlo?
Sabemos que sin el apoyo activo de los Arzallus e Ibarretxe, ETA no habría podido sobrevivir.
Pero sigue sin responderse la pregunta que Suárez formuló hace casi treinta años: “Me voy de la presidencia sin saber si ETA cobra en dólares o en rublos”.
¿Pueden explicarse los cincuenta años de ETA sin la intervención de potencias extranjeras azuzando el terrorismo para incrementar su dominio sobre España?
El terrorismo, un arma del imperio
Norman Birmbaum, un analista independiente norteamericano no duda en afirmar que «el terrorismo rojo italiano, era a menudo bastante negro (o rojo, blanco y azul)», es decir, los colores de la bandera de barras y estrellas.
Y es que, las Brigadas Rojas secuestraron y asesinaron a Aldo Moro, justo cuando el líder de la Democracia Cristiana se disponía a cerrar un acuerdo con el PCI, violando la regla de oro impuesta por EEUU.
En Alemania, grupos terroristas como el RAF aparecieron justo cuando el presidente Helmut Smichdt proponía, en plena guerra fría, un acercamiento a la RDA, y por extensión a la URSS. Y su actividad cesó cuando Smichdt perdió las elecciones.
Desde hace cincuenta años el terrorismo en Europa Occidental ha ido apareciendo y desapareciendo en los momentos en que EEUU –o antes la superpotencia soviética- necesitaban forzar la situación política de uno u otro país.
¿Por qué España iba a ser diferente? ¿Por qué ETA no iba a estar también recorrida por esta contradicción?
Intervenidos desde su nacimiento
Cuando ETA nace, el PNV había fundado sus Servicios de Información, dirigidos por Antonio Irala, que tras obtener la nacionalidad norteamericana trabajaría en el Departamento de Estado. Tal era la colaboración con EEUU que el propio Irala afirma que “EEUU no tuvo necesidad de enviar agentes autóctonos a algunas zonas, porque los vasco-americanos jugaron ese papel”.
La actuación de ETA siempre ha ido en la dirección que interesaba a las grandes potencias extranjeras.
José Murúa, que trabajaba en los servicios vasco-americanos se convirtió en el enlace entre las juventudes peneuvistas y EKI, embrión de ETA. El Servicio de Información del PNV facilitaba la infraestructura para la impresión de propaganda y el pase de fronteras.
Julen Madariaga, uno de los fundadores de ETA, ha reconocido que mantenía contactos periódicos con el vicecónsul norteamericano en Bilbao.
Actuando siempre al servicio del imperio
Las sospechas se convierten en certezas cuando comprobamos que la actuación de ETA siempre ha ido en la dirección que interesaba a las grandes potencias extranjeras.
El asesinato de Carrero Blanco se produjo 24 horas después de que mantuviera una tormentosa entrevista con Kissinguer. Carrero era un obstáculo para el cambio de régimen, que EEUU precisaba para integrar plenamente a España en la OTAN. Hoy sabemos que la facilidad de atentar contra Carrero, a escasos metros de la embajada norteamericana, se la proporcionaron a ETA personas de “fuera de la organización” y alguna de ellas “extranjera”.
Que, como cuenta Pilar Urbano en Yo entré en el CESID o La Reina, los servicios de inteligencia españoles sabían que se estaba “preparando algo” contra el jefe de gobierno y no movieron un dedo, que entre los altos jerarcas del franquismo no existía la más mínima duda de que la CIA estaba detrás del atentado, o que, como más recientemente ha publicado Alfredo Grimaldos en su libro “La CIA en España”, el fiscal que fue apartado del caso tenía el convencimiento tras su investigación de que “la CIA sabía, cuanto menos, que iban a atentar contra Carrero”.
La mayor ofensiva criminal de ETA se produjo en los meses anteriores al 23-F. Tras la llegada de Reagan a la Casa Blanca, Washington exigía a España “poner fecha y hora para su entrada en la OTAN. La negativa de Suárez a cumplir con la orden le convirtió en un objetivo a abatir para Washington, a cualquier precio. EEUU tiró de todos sus hilos de desestabilización, desde ETA al golpismo, con el objeto de acabar con la política neutralista de Suárez.
Pero no sólo EEUU ha utilizado a ETA como medio de intervención en España. Sabemos que ETA mantiene desde su nacimiento un santuario en el sur de Francia. París dispone de una unidad de los servicios secretos especializada en la vigilancia y control de los miembros de ETA residentes en Francia, y maneja la llave del santuario a su conveniencia.
Hace 150 años, el carlismo también disponía de un santuario en Francia, y el embajador galo declaraba que “cuanto más suba el carlismo, más bajarán las minas de Almaden”, en propiedad de la burguesía parisina. Hoy, las costumbres no han cambiado.
De la misma manera, la agudización de la ofensiva etarra a partir del año 2000, no puede separarse del proyecto de la “Europa de los Pueblos”, viejo diseño hitleriano que la burguesía alemana desempolvó para implantar su hegemonía sobre un continente fragmentado en pequeñas y manejables naciones étnicas.
Arzallus se lo explicó claramente a ETA en las conversaciones secretas que dieron origen a Lizarra: “Europa está interesada en que para el 93 esto esté en vías de solución… Nosotros tenemos un plan diseñado ya, y le hemos puesto fechas. La soberanía de Euskadi estilo Lituania, a proclamar entre 1998 y el 2002”.
A lo largo de sus cincuenta años de existencia, detrás de cada crimen de ETA encontramos indefectiblemente los intereses de una u otra potencia por desestabilizar y dominar España.
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(IV) Ahora más que nunca, ni olvido ni perdón
En plena dictadura argentina, las Madres de la Plaza de Mayo salieron valientemente a la calle con la memoria de sus hijos e hijas asesinados por el fascismo como bandera. Gritando a cara descubierta una consigna revolucionaria: “Ni olvido ni perdón, castigo a los culpables”.
¿Qué relación tiene este ejemplo histórico con el celebrado aniversario de cinco años sin atentados de ETA? Todo. Absolutamente todo.
Durante demasiado tiempo, en Euskadi se ha amparado y justificado a los fascistas, y se ha atacado y denigrado a los antifascistas.
Es una excelente noticia que hayan desaparecido el tiro en la nuca y el coche bomba. Pero la lucha contra el fascismo étnico que cargaba las pistolas no ha terminado. Es necesario un rearme ideológico, prolongado en el tiempo y la ofensiva, para triturar y arrojar al basurero de la historia todas las ideas que han sostenido y alimentado el terror.
Escupir el veneno
Conviene recordar lo que ha supuesto el terror de ETA, en Euskadi y en el resto de España.
Una a una, ante nuestros ojos, han ido cayendo asesinados 832 españoles, hombres, mujeres y niños, en el País Vasco, pero también en el Hipercor de Barcelona, en la casa cuartel de Zaragoza, en Vallecas, en Sevilla, Pamplona o Valencia…
Una a una han sido heridas o mutiladas más de 3.000. Uno a uno han sido obligados al exilio más de 150.000 vascos, quizás 200.000 por el sólo hecho de serlo y no plegarse al régimen del nacionalismo étnico.
¿Esto no es fascismo? Sí. Un repugnante y abominable fascismo. ¿Entonces por qué desde importantes sectores de la izquierda, cuya seña de identidad histórica ha sido el antifascismo, se ha conciliado o justificado el totalitarismo etnicista?
Durante demasiado tiempo el fascismo en Euskadi ha estado velado por subversiones disfrazadas de causas progresistas. Mirando la realidad a través de un espejo invertido que, al presentarnos lo que no era sino una auténtica cruz gamada como una bandera progresista, nos desviaba la mirada de lo que realmente estaba ocurriendo. Esgrimiendo la bandera de las nacionalidades oprimidas, de la lucha antisistema, de la rebeldía contra la opresión del Estado, para ocultar que lo que existía realmente era un régimen totalitario imponiendo su dictadura sobre la población.
Todavía hoy se justifica la existencia de bandas de camisas pardas en poblaciones como Alsasua bajo el argumento de “la lucha contra las fuerzas de ocupación”.
¿Cómo es posible que sectores de la izquierda hayan presentado como “progresista” el pensamiento sabiniano más clerical, clasista, antiobrero y reaccionario, que ya en el siglo XIX era retrógrado?
Los crímenes de ETA son de un repugnante y abominable fascismo. ¿Entonces por qué desde importantes sectores de la izquierda, cuya seña de identidad histórica ha sido el antifascismo, se ha conciliado o justificado el totalitarismo etnicista?
Se ha inoculado el viscoso magma fascista del “algo habrán hecho”, para justificar las agresiones y mantener amedrentada a la población. Se ha subvertido la realidad presentando a los verdugos como víctimas y a las víctimas como enemigos. Se han narcotizado conciencias con el discurso de “lo bien que se vive en Euskadi, aunque las cosas no estén bien”.
Es imprescindible declarar la guerra absoluta a todas estas posiciones, señalarlas, destripar sus reaccionarios principios, generando “anticuerpos” en la sociedad que permita detectarlas y combatirlas.
Es necesario emprender un rearme ideológico y teórico que genere una sólida conciencia antifascista en la sociedad.
Este es el elemento decisivo que permitirá conquistar una derrota definitiva de ETA, que solo vendrá con su disolución incondicional y la entrega de las armas, y del fascismo etnicista que ha permitido la pervivencia del terror durante 43 años.
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(VI) Defender la unidad es revolucionario
“La cuestión de las nacionalidades queda, así, unida indisolublemente a la cuestión general de toda España de conquistar su independencia y su libertad frente al imperialismo. (…) La ganaremos solamente (…) si, reconociendo y respetando las libertades nacionales de los pueblos, sabemos soldarlos en la unidad indestructible de la España popular y antifascista” (Comité Central del PCE, 1937)
En el año 2.000, Unificación Comunista de España acudimos a la primera gran manifestación organizada por Basta Ya en Donosti. Con una gran pancarta roja con la hoz y el martillo, y un lema rotundo: “Defender la libre unidad de las nacionalidades y regiones de España es revolucionario”.
Al finalizar la manifestación cantamos la Internacional, puño en alto. Y se sumaron emocionados muchos de los antifascistas vascos que se jugaban su vida que se enfrentaban al terror de ETA y al fascismo étnico de los Arzallus e Ibarretxe.
Lo hicimos porque, como comunistas, somos los más consecuentemente antifascistas. Y porque esa es la histórica tradición de la izquierda en defensa de la libertad y la unidad.
Este es el problema. La conciliación ante el fascismo étnico de una parte de la izquierda y su disposición a considerar “progresista” todo lo que signifique fragmentación están íntimamente unidos.
Se ha difundido que España se ha convertido en “una potencia imperialista”, cuando es en realidad desde hace 200 años un país dominado sometido a los dictados de las potencias más fuertes en cada momento.
Todavía hoy importantes sectores de la izquierda defienden a los “afrancesados”, los que se sumaron al invasor napoleónico, bajo el argumento de que el dominio de una potencia extranjera “ilustrada” nos salvaría de nuestro atraso y fanatismo.
La globalización imperialista exige la fragmentación, necesita separar y enfrentar a los pueblos oprimidos entre sí.
Ésta es una historia común con todos los pueblos iberoamericanos. Primero el imperialismo inglés y después el gigante yanqui, utilizaron el fraccionamiento de la comunidad iberoamericana para extender sus dominios. Separaron Panamá de Colombia para construir y ocupar militarmente un canal que les permitiera el dominio de dos océanos. A esto se reducía la identidad que los «patriotas panameños», organizados por Washington, esgrimían contra la «opresión colombiana».
Recuperemos la memoria histórica de la izquierda. Por ejemplo la defensa y el fortalecimiento de la unidad frente a cualquier tipo de división.
Sin embargo la izquierda en España casi nunca ha tenido en cuenta que la intervención exterior de las potencias imperialistas constituye el origen principal del saqueo y la explotación que se ejerce sobre el pueblo español. Aquí se ha perseguido al cura, sin tocar al Vaticano; se ha ido contra el banquero o el industrial local, olvidándose de los monopolios franceses e ingleses del pasado o de las grandes multinacionales americanas o alemanas del presente; se ha combatido al guardia civil, despreciando el papel de las fuerzas de intervención extranjeras, de las bases militares yanquis o del mando norteamericano en la OTAN sobre el Ejército español. Y se ha apreciado el carácter antifranquista de la lucha de ETA, sin reparar que la fragmentación de España era el sueño apetecido de los principales explotadores de su pueblo.
Recuperemos la memoria histórica de la izquierda. Por ejemplo la defensa y el fortalecimiento de la unidad frente a cualquier tipo de división.
Fue Pasionaria quien afirmó que “ni la burguesía francesa ni el capitalismo inglés deseaban el triunfo de la España popular por múltiples razones, entre otras, por su constante enemiga hacia España, a la que necesitaban pobre, atrasada, para imponerle tratados ominosos y pactos leoninos”.
Y en 1937, el Comité Central del PCE afirmaba que “la cuestión de las nacionalidades queda, así, unida indisolublemente a la cuestión general de toda España de conquistar su independencia y su libertad frente al imperialismo. (…) La ganaremos solamente (…) si, reconociendo y respetando las libertades nacionales de los pueblos, sabemos soldarlos en la unidad indestructible de la España popular y antifascista”.