Los comentarios son prácticamente unánimes: el pequeño David (Wikileaks) armado apenas con una honda (Internet) le ha dado una pedrada en toda la frente al Goliat-Gran Hermano (EEUU) que hasta ahora se suponía que todo lo sabe y todo lo controla.
Pocos acontecimientos como las filtraciones or parte de Wikileaks de más de 250.000 cables enviados por las embajadas norteamericanas de todo el planeta al Departamento de Estado han provocado tantos ríos de tinta. De ellos se ha dicho que sacan a la luz sucesos y datos de tanta relevancia que han desnudado “por completo la política exterior norteamericana”. Algunos han llegado a afirmar que el alcance de las filtraciones es de tal calibre que “seguramente, se podrá hablar de un antes y un después en lo que respecta a los hábitos diplomáticos” o que “la geopolítica [mundial] se dividirá entre el pre y el post Cablegate”. Unas revelaciones, dicen, que pueden acabar nada menos que con toda “una era de la política exterior”. Que Wikileaks ha puesto en entredicho “los métodos tradicionales de comunicación y las prácticas empleadas para la consecución de información” y que, en consecuencia, “todos los servicios diplomáticos del mundo”, pero en particular los estadounidenses, “tendrán que replantearse desde este momento su modo de operar y, probablemente, modificar profundamente sus prácticas”. ¿Hay ago de verdad en estas afirmaciones o estamos ante un puro espejismo? De entrada, creer que las filtraciones de Wikileaks van a traer como consecuencia que EEUU y las grandes potencias imperialistas vayan a utilizar menos a su diplomacia para manejar, presionar, chantajear, forzar, reconducir,… a las elites dependientes de los países que dominan; o que sus embajadores renunciarán a conspirar, infiltrar, subvertir, comprar, cooptar, espiar,… en los países “hostiles” es vivir en un mundo de fantasía, o querer hacernos vivir a nosotros en él. ¿Acaso en el Chicago de los años 20 no eran de dominio público los métodos de Al Capone? ¿Y dejó de utilizarlos por ello? Lo que las filtraciones de Wikileaks ponen sobre el tapete, por el contrario, son una serie de incógnitas y preguntas a las que nadie parece querer contestar. ¿Cuál es el verdadero objetivo que persigue Wikileaks? Su sistema de incitar a las filtraciones ¿constituye un genuino periodismo de investigación que amplia el espacio de libertad en el mundo de la información? En términos de relaciones internacionales, relaciones de poder entre Estados, ¿cuáles están siendo las consecuencias, es decir, quiénes salen políticamente mas perjudicados de esas filtraciones? Los límites del periodismo de investigación Lo revelado por las filtraciones de Wikileaks no desvela nada que, en sustancia, no supiéramos ya. Lo ha dicho, y con toda razón, alguien tan ducho en la política y la diplomacia hegemonista como Javier Solana, el hombre que pasó del “OTAN no” a ser secretario general de la OTAN en un abrir y cerrar de ojos. ¿Que Washington ejecuta una diplomacia imperial, en la que las relaciones diplomáticas se confunden, se entrecruzan y sirven a operaciones de inteligencia de más hondo calado y con la más burda intervención en los asuntos internos? ¿Que sus embajadores se dedican a una labor permanente de espionaje, conspiración, intriga política y búsqueda de influencias por cualquier vía? Vaya novedad. ¿En esto consiste el “nuevo ecosistema de la información en el que Wikileaks es la bomba que lo cambia todo”? Para ese viaje no hacían falta estas alforjas. Hace ya tiempo, mucho tiempo, que el mito del “periodismo de investigación” saltó por los aires, quedando reducido a lo que realmente es: la utilización de los periodistas por parte de los aparatos de poder (o de sectores de ellos) en su lucha contra otros, mediante la filtración de noticias, informes y dossieres secretos. Y el uso de los medios de comunicación como una de las plataformas privilegiadas donde se dirimen de forma encubierta estas disputas, pues de ellos depende en gran medida la conquista de la opinión pública para favorecer o denigrar determinadas causas o personajes o para cambiar la correlación de fuerzas en las batallas políticas. Hasta el indiscutible caso número uno del “periodismo de investigación”, el Watergate que llevó a la dimisión del presidente estadounidense Richard Nixon, hoy sabemos que fue posible gracias a que el entonces número dos del FBI fue la “garganta profunda” que puso tras la pista del espionaje del cuartel general del Partido Demócrata a los periodistas del Washington Post. Su objetivo no era otro que intervenir –desequilibrándolas hacia una determinada dirección– en las divergencias, disputas y luchas intestinas entre los aparatos de poder y la clase dominante de la superpotencia yanqui en torno a la finalización de la guerra de Vietnam, las negociaciones para el desarme con la URSS y el inicio de las relaciones diplomáticas con China. Más recientemente, todos recordamos el auténtico “tsunami” de periodismo de investigación que inundó España a finales de los 80 y principios de los 90 en torno a los GAL, Filesa, los Roldán,… Y que no consistió, en sustancia, en otra cosa que en la utilización de los dossieres secretos que la CIA y los servicios de inteligencia españoles pusieron a disposición de algunos medios de comunicación con el único objetivo de derribar al gobierno de Felipe González que había empezado a desplazar, cauta pero peligrosamente, el centro de gravedad del sistema de alianzas de España desde Washington hacia Berlín, el nuevo poder europeo emergente tras la caída de la URSS y la reunificación alemana. Una vez derribado González, desapareció como por encanto cualquier periodismo de investigación. ¿Alguien cree de verdad que es porque la corrupción ha desaparecido de las altas esferas o porque “las cloacas del Estado” (como las definió Felipe González) se han vuelto ahora mas limpias y transparentes? Aun concediendo a Wikileaks y a Julian Assange el beneficio de la duda de que actúa únicamente movido por la libertad de información y la defensa de la transparencia frente a la opacidad y el secretismo de los poderes públicos, con estos antecedentes cabe preguntarse, ¿a quién beneficia la información secreta revelada por Wikileaks? ¿En qué otra batalla de dimensión y alcance bastante superior a la de la transparencia interviene, conscientemente o no, y al servicio de que o de quién? Dominar a las elites, dividir a los bárbaros Política y globalmente, ¿quiénes son los mayores perjudicados por las filtraciones? No desde luego una diplomacia norteamericana que en última instancia no hace otra cosa que lo que todo el mundo espera de ella, sino el resto de países (y de las elites políticas) que son objeto de sus cables. En un doble aspecto. Para los países dominados y bajo la órbita de dependencia de Washington, las filtraciones no hacen sino poner de manifiesto, de una forma descarnada y brutal, la extrema sumisión y servilismo de sus elites dirigentes hacia el gran poder imperial representado por sus embajadores. Acentuado todavía más por la visión personal y los comentarios subjetivos, en ocasiones corrosivos, que se permiten los diplomáticos yanquis, el retrato que se ofrece es la más acabada muestra de debilidad política de los aliados de EEUU. Cuyos aparatos de Estado políticos, judiciales, económicos, militares,… aparecen como verdaderos quesos de gruyere, horadados en su cúpula por la intervención abierta, la influencia descarada y el control permanente que sobre ellos ejerce un poder de quinto nivel del hegemonismo como es su cuerpo diplomático. ¿Qué no ocurrirá en los primeros niveles de poder y toma de decisiones? Tras las filtraciones de Wikileaks, por ejemplo, todo el mundo sabe ya lo que se puede esperar de un Estado como el alemán, cuyos máximos dirigentes políticos, en plenas negociaciones para formar un gobierno de coalición, se pelean por ser los primeros en llegar a la embajada norteamericana para ofrecer la información secreta de última hora del estado de las negociaciones. ¿Dónde queda ahora la inflexible severidad, el rigor y la autoridad política de la canciller Merkel una vez puesto al desnudo la debilidad orgánica y la inconsistencia del Estado y la clase política a los que encabeza? Con Wikileaks, Alemania ha quedado suficientemente retratada: a nadie le cabe ya la menor duda de que su ambición difícilmente puede ir más allá que el de ser un buen “virrey” europeo, encargado de gestionar los asuntos del imperio en el viejo continente. Lo mismo puede aplicarse al caso francés con el endiosado Sarkozy, al italiano con el vapuleado Berlusconi, a Inglaterra con el diletante Cameron,… ¿Y qué decir de Zapatero y su gobierno o de parte del aparato judicial español? La escasa autoridad y credibilidad política que pudieran quedarles salta por los aires al contemplar el demoledor retrato de una gente mentirosa, experta en la doblez, que en público dicen una cosa para en privado hacer la contraria y, por supuesto, siempre prestos y serviles a acomodarse a las exigencias de Washington. Por su parte, en relación a los países “hostiles” a Washington –es decir, los países independientes que se oponen a sus designios–, la inmensa mayoría de los cables filtrados tienen la curiosa característica común de revelar aspectos de su política interna u opiniones de su máximos dirigentes que los enfrentan con sus vecinos y posibles aliados. Así, de creer a las filtraciones, resultaría que los dirigentes de los países árabes son los mayores interesados en declarar la guerra a Irán antes de que se haga con el arma atómica, que China pretende acabar con el régimen norcoreano y entregar una hipotética Corea reunificada a los dirigentes del Sur, que la presidenta argentina Cristina Kichner participó en –o vio con buenos ojos– movimientos de desestabilización de Evo Morales, que los espías cubanos tienen poco menos que comprada a la cúpula castrense venezolana,… Hace ya tiempo que Bzrezinski definió en su ensayo “El Gran Tablero Mundial” dos de los imperativos estratégicos que EEUU necesita para mantener su supremacía: asegurarse el control y “la influencia sobre las elites extranjeras” dependientes, e “impedir la unión de los bárbaros”.En la consecución de ambos objetivos, el contenido de las filtraciones de Wikileaks viene como anillo al dedo. ¿Será a esto a lo que llaman “resquebrajar al Gran Hermano”? Wikileaks y los papeles del Pentágono En 1968, y mientras trabajaba en la Corporación RAND (un think tank norteamericano creado para ofrecer investigación y análisis al Pentágono), el analista Daniel Ellsberg, participó en la elaboración de una serie de estudios sobre la guerra de Vietnam, encargados por el Secretario de Defensa, Robert McNamara y clasificados como Top Secret. El concienzudo estudio, de más siete mil páginas, ponía de manifiesto cómo la implicación y la escalada de las tropas norteamericanas se había fabricado a base de mentiras e informaciones falsas, cómo desde sus inicios estaba condenada al fracaso y cómo miles de jóvenes estadounidenses seguirían perdiendo la vida mientras se prolongaba una guerra en la que todos sabían que no había posibilidad de victoria. Consternado, Ellsberg fotocopió clandestinamente los documentos y en 1971 los filtró al New York Times. Las presiones del gobierno norteamericano –encabezado por Nixon, que en una conversación telefónica con Kissinger dijo, al conocer la filtración, “estos del Times se van a enterar”– y la censura del departamento de Defensa, obligó al New York Times a dejar de publicarlos. Pero entonces el Washington Post tomó el relevo. Cuando a este le ocurrió lo mismo, fue el Boston Globe el que siguió publicándolo. Tras él, Los Angeles Times y así hasta un total de 17 periódicos relevándose unos a otros, hasta que el Tribunal Supremo dictó la constitucionalidad de su publicación. Ellsberg fue entonces calificado por Henry Kissinger como “el hombre más peligroso de Estados Unidos”. Las filtraciones de Wikileaks –ha dicho Ellsberg en la multitud de entrevistas que ha concedido estos días– “no son los Papeles del Pentágono. No son papeles de decisión de alto nivel. Quienes toman las decisiones políticas a alto nivel no tienen tiempo de leer cables que sólo son secretos. Dudo que cualquier persona de alto nivel viese alguna de estas cosas”. La principal diferencia es que los Papeles del Pentágono eran ‘top secret’, es decir eran papeles dirigidos específicamente a los niveles políticos más altos de toma de decisiones de la política norteamericana. Y aun así, confiesa Ellsberg, “no eran los papeles de la Casa Blanca, no eran los papeles de la CIA”. Es decir, ninguno de ellos era la última palabra. Es importante esta diferenciación para poner en sus sitio algunas de las mitificaciones que se están haciendo sobre la filtraciones de Wikileaks, su verdadero alcance y sus posibles consecuencias. Su contenido no va más allá del terreno diplomático, de las maniobras ocultas del departamento de Estado en los distintos países. A un sistema de informes que ocupan un lugar no demasiado relevante en la jerarquía de la información clasificada que maneja la superpotencia yanqui. Muy por debajo, desde luego, de las comunicaciones infinitamente más reservadas y secretas con las que operan los 16 servicios de inteligencia, las redes de escucha e interceptación, las comunicaciones militares o los llamados NODIS (acceso exclusivo para el presidente, secretario de Estado, jefe de misión), ROGER, EXDIS y DOCKLAMP (mensajes secretos entre los consejeros de Defensa y el Servicio de Inteligencia de la Defensa).