Leo “Un amor” de Sara Mesa (nacida en Madrid en 1976, pero residente en Sevilla desde que era una niña) en la “sexta edición” de un libro que vio la luz en septiembre de 2020. Lo que me revela, ya de partida, que estamos ante un libro profusamente leído, también muy reseñado, un libro que por la editorial que lo lanza (Anagrama) promete a priori “buena literatura” y no un sucedáneo o un best seller al uso. Aunque todos estos a prioris acentúan desde hace tiempo mi prevención más que resultar un elemento convincente, tantos son ya los títulos que avalados por grandes tiradas, bendecidos por la crítica y alabados por doquier como “obras maestras” resultan a la postre pastiches indigeribles.
Sara Mesa es una escritora con una clara línea ascendente y un reconocimiento que la sitúan ya en el cogollo de la narrativa española actual. A ello ha contribuido su exitoso libro de relatos “Mala letra” y novelas como “Cuatro por cuatro” (finalista del premio Herralde), “Cicatriz” (premio El Ojo Crítico) y “Cara de pan”. “Un amor” se sitúa, claramente, en la onda expansiva de esa consagración.
“Un amor” no es una novela de amor, en el sentido convencional
“Un amor” no es una novela de amor. Más bien es una novela de desesperación y, quizá, una novela sobre las terribles dificultades de encontrar el amor cuando alguien está roto por dentro. Y cómo ese desgarrón interior busca, inevitablemente, consuelo y refugio en personas que tienen un abismo parecido. Que una relación así anda necesariamente por el precipicio cae de lo suyo. Pero no niega la mayor de la escritora: “Un amor”.
Tras vivir una experiencia tormentosa, Nat acaba por refugiarse en una pequeña comunidad rústica a quince minutos de un pueblo. Desde que en la página tercera de la novela vemos llegar al casero ya percibimos que la novela tendrá ese aire faulkneriano de “lugar pequeño, infierno grande”. Por suerte, Mesa no se inclina por el neocostumbrismo rural tan en voga, que está reacomodando el mito de “menosprecio de corte y alabanza de aldea” al nuevo contexto de la España vaciada. El pequeño círculo de personas que la novela nos da a conocer en torno a Nat no permite, sin embargo, hacer exactamente un fresco del lugar, que queda más bien reducido al papel de “escenario” del drama, en el que los personajes se mueven en un curioso juego de ajedrez, que si percibes desde un principio cuáles son las reglas del juego, puede que le arruine al lector la novela.
Aunque lo principal, a mi modo de ver, no es la intriga o la sorpresa del relato, sino el ritmo de la construcción narrativa y una mirada no convencional, o no siempre convencional, sobre las cosas. El libro tiene la virtud de trasmitirnos la extrañeza que gobierna la conducta de estos personajes que viven de alguna manera en los márgenes, y no solo de los humanos, también la conducta del perro, personaje no menor en el relato.
Nat llega a este pequeño lugar perdido en busca de un refugio y de una actividad (la de traductora) que le permitan rehacerse de una quiebra anterior. Pero de inmediato se convierte en una pieza asediada. Confusa y temerosa, intenta ser acogida y tratar de alcanzar una cierta normalidad. Pero el oscuro trasfondo de deseos, prejuicios, tabús, equívocos y violencia que anida en todo reducto social no contribuyen precisamente a que Nat pueda deshacerse de su conciencia de fracaso. Su precario equilibrio interior se desestabiliza aún más paso a paso. Su relación con Andreas (¿un amor?) acrecienta su vulnerabilidad y le hace sacar a relucir no solo sus pesadillas antiguas (cuando un vecino abusó de ella siendo una niña) sino su temor a la soledad, al abandono, a ser, una vez más, rechazada y condenada.
La novela tiene esa atmósfera faulkneriana de “lugar pequeño, infierno grande”
“Un amor” discurre por los escenarios de este no-lugar, La Escapa, pero dominantemente discurre por la conciencia, la reflexión, los pensamientos, las dudas, las angustias y la extrañeza constante de Nat. Cada paso, cada gesto, cada hecho, cada posibilidad despiertan su conciencia atormentada, su perpetuo autocuestionamiento. Allí, en el territorio fecundo de su intimidad, Nat se muestra en toda su capacidad y su fragilidad. Allí, más que en el espacio físico, es donde se juega la verdadera partida de ajedrez consigo misma, donde se masca la tragedia y se atisba la posibilidad de salvación.
En todo el relato, es evidente la intención de la autora de confrontar al lector con ciertos conflictos morales, o incluso de acorralarlo para mostrarle los límites de su propia moral. Puede que el reto merezca la pena, aunque siempre despierta legítimas sospechas que el escritor abone su obra con determinadas pretensiones morales.
La casa medio en ruinas, el perro cojo, la mente confusa de Nat, su extraño amante alemán, todo nos habla de un mundo abatido, en el que la supervivencia exige un valor y unas decisiones que Nat parece incapaz de tomar. Pero que acaba tomando.
“Un amor” es una novela fácil de leer, que se consume muy rápido, dada la agilidad de la escritura de Sara Mesa, pero que se digiere un poco más lenta. Deja un poso en el lector. Vuelve a su cabeza. Tiene esa indudable virtud.