En Granada ha entrado en vigor la ordenanza de la Convivencia. Ordenanza que prohíbe 250, o más, conductas ciudadanas consideradas inadecuadas. Ordenanza que pretende regular una interminable sucesión de comportamientos característicos de la vida cotidiana. Ordenanza aprobada en el pleno municipal por PP y PSOE. Ordenanza que prohíbe la mendicidad y la prostitución, y vender pañuelos de papel o limpiar cristales en los semáforos, ejercer de gorrilla o hacer malabares, escupir, tirar pipas al suelo, ofrecer romero a los turistas, leer la mano… Ordenanza que busca dos cosas. Sacar dinero de todas partes y limpiar la alfombra metiendo el polvo debajo.
Los ayuntamientos tienen serios y graves roblemas de liquidez para hacer frente a los gastos presupuestados y realizados. Presupuestos basados en los suculentos ingresos que obtenían de la actividad compulsiva de construcción de viviendas por parte de constructoras y promotoras. Pero con la aguda crisis del modelo económico basado en el ladrillo se han cortado drásticamente sus fuentes de financiación. Se está generando un importante déficit en las administraciones locales. Ante ello, los ayuntamientos, como el de Granada en este caso, tratan de sacar dinero de todos partes. Con ese afán recaudatorio se entiende una de las razones de ampliar la posibilidad de multar en 250 conceptos, o más. Son nuevas fuentes, o son sólo estanques y aljibes. Pero hay otra razón. La filosofía de que todo se puede reglamentar en la vida social. El principio de que la realidad social depende de los reglamentos. La idea de que la vida ciudadana hay que reglamentarla hasta en sus sueños. De todo esto salen reglamentos municipales con 250, o más, prohibiciones, como ha sucedido en el caso del Consistorio granadino. Ha surgido, curiosamente, en Granada, ciudad de riquísima historia y mestizaje cultural, ciudad de Federico García Lorca. Ni músicos, ni mendigos, ni mimos ni putas pueden estar ya en sus calles. “¡Sólo puedo decir que lo siento!”, exclamó una señora, según recogen las crónicas, ante la actuación de los policías locales. Y varios colectivos ciudadanos expresaron ya su rechazo porque “aumentará la fractura social” y hará “más vulnerable” a la población que ya lo es. Y, por supuesto, no va a conseguir que desaparezca ni la prostitución ni la mendicidad. Pero hace ya decenas de años que los versos de Federico García Lorca denunciaron las mentiras, las armas y las máscaras, en el pasado, del presente y para el futuro: Quiero bajar al pozo quiero subir los muros de Granada para mirar el corazón pasado por el punzón oscuro de las aguas. (…) Quiero bajar al pozo quiero morir mi muerte a bocanadas quiero llenar mi corazón de musgo para ver al herido por el agua. (Casida del herido por el agua) No duerme nadie por el cielo. Nadie, nadie. No duerme nadie. Las criaturas de la luna huelen y rondan sus cabañas. Vendrán las iguanas vivas a morder a los hombres que no sueñan y el que huye con el corazón roto encontrará por las esquinas al increíble cocodrilo quieto bajo la tierna protesta de los astros. (…) Pero no hay olvido, ni sueño: carne viva. Los besos atan las bocas en una maraña de venas recientes y al que le duele su dolor le dolerá sin descanso y al que teme la muerte la llevará sobre sus hombros. Un día los caballos vivirán en las tabernas y las hormigas furiosas atacarán los cielos amarillos que se refugian en los ojos de las vacas. (…) Haya un panorama de ojos abiertos y amargas llagas encendidas. No duerme nadie por el mundo. Nadie, nadie. Ya lo he dicho. No duerme nadie. Pero si alguien tiene por la noche exceso de musgo en las sienes, abrid los escotillones para que vea bajo la luna las copas falsas, el veneno y la calavera de los teatros. (Ciudad sin sueño)