«Todo lo renovó Darío: la materia, el vocabulario, la métrica, la magia peculiar de ciertas palabras, la sensibilidad del poeta y de sus lectores. Su labor no ha cesado ni cesará. Quienes alguna vez lo combatimos comprendemos hoy que lo continuamos. Lo podemos llamar libertador.» Así se refiere a Rubén Darío Jorge Luis Borges.
A Rubén Darío le tiraban a la cara la palabra “modernismo”, superficial, decadente, afrancesado, frívolo… No fue muy bien considerado en su época y sin embargo, encuentro en Rubén Darío todo lo contrario: llegó a España en la frontera del siglo XX, en su primer viaje, en 1892, ya había publicado «Azul», su primer libro (Chile, 1888). Juan Valera acusó recibo del mismo con gran interés, en todo caso fue un buen prólogo para la primera visita del autor a nuestro país.
Entre 1893 y 1898 vivió en Buenos Aires, allí surge su segundo libro «Prosas profanas y otros poemas» (1896), el más repleto de símbolos modernistas. Vuelve a España como corresponsal del rotativo argentino La Nación. El poeta se encarga así de dar cuentas del batacazo sufrido por España en 1898. Lo hizo muy bien en las crónicas que recogió en España contemporánea (1899). Su periplo por nuestra geografía le lleva a Barcelona. En Barcelona, durante su primera mañana en la ciudad, donde Darío, a pesar del lenguaje catalán, conversa con uno de los trabajadores y de inmediato sale el tema de la guerra. Darío le pregunta al desconocido, “¿Qué de nuevo?” y recibe la respuesta, “¿Qué de nuevo? Lo mismo de siempre: miseria. Ayer llegaron repatriados. Los soldados parecen muertos. Castelar se está muriendo”. Tenemos una clara representación de la situación de España en ese entonces, es decir, la miseria y la guerra. Después a Madrid. “El problema, dice Darío, es que España está dolorida y vencida por culpa de los políticos que se preocupan por asuntos que no tienen valor social. Después de Madrid, Málaga, Granada, Córdoba, Oviedo…
Su hispanidad se afianza, sus relaciones en España se hacen más sólidas, comienza a trabar amistad con Juan Ramón Jiménez, Antonio Machado, Valle Inclán… No se limita a escribir poemas y crónicas, le preocupa la renovación del teatro. Admirador de Ibsen, como buen modernista, apoya los intentos renovadores de Jacinto Benavente, Valle Inclán… Entre 1900 y 1905 viaja a Francia, en 1905 y con la muerte de su hijo español, vuelve a España y es Juan Ramón Jiménez quien le ayuda en su hermosísimo y quizá mejor libro «Cantos de vida y esperanza».
Rubén Darío asumió el papel renovador, con su dosis de provocación y escándalo, abrió, como nadie en poesía, las puertas de horizontes y caminos aún no transitados… En «Cantos de vida y esperanza» retrata a Don Juan, Don Lope, Góngora, Velázquez, Cervantes, Don Quijote, Goya…
Y si bien en algunos poemas nos trasladó a mundos y ambientes exóticos, lejanos y desconocidos, también es verdad que tanto en sus «Crónicas y retratos literarios de la España contemporánea», como en «Cantos de vida y esperanza», prosa y verso, nos evidencian un profundo amor por lo hispano desde su punto de partida sudamericano, un profundo anticolonialismo hacia los Estados Unidos de la época, causantes de la decadencia de España y del comienzo de la dependencia de su amada Hispanoamérica.
Ahí está su obra para la posteridad. Cumpliendo el papel que a la Literatura con mayúscula le ha dado la historia, embellecer el pensamiento, crear, por triste y oscura que la realidad se nos presente. Sin evidenciar ni relatar, sugiriendo, desde la ficción, desde el subjetivismo. Es arte, no crónica.
Hoy, podemos referirnos a sus escritos, disponemos de ellos para recordar nuestros orígenes. Y, cuando nos vienen mal dadas para los hispanos de México, levantar la voz recitando fragmentos de «Oda a Roosevelt» (Cantos de vida y esperanza, 1905)
“Los Estados Unidos son potentes y grandes. Cuando ellos se estremecen hay un hondo temblor que pasa por las vértebras enormes de los Andes. Si clamáis, se oye como el rugir del león…
..Sois ricos. y alumbrando el camino de la fácil conquista, la Libertad levanta su antorcha en Nueva York. . .
Eso mismo que se puede decir a Donald Trump cuando pretende levantar un muro allí donde antes Roosvelt puso el rifle de Cazador, en la América hispana de
…Moztezuma, del Inca, la América fragante de Cristóbal Colón, la América católica, la América española, la América en que dijo el noble Guatemoc: «Yo no estoy en un lecho de rosas»; esa América que tiembla de huracanes y que vive de Amor,
Hoy podríamos decirle: hombres de ojos sajones y alma bárbara…
Tened cuidado. ¡Vive la América española! Hay mil cachorros sueltos del León Español. Se necesitaría, Roosevelt, ser Dios mismo, el Riflero terrible y el fuerte Cazador, para poder tenernos en vuestras férreas garras. Y, pues contáis con todo, falta una cosa: ¡Dios!.
Y para terminar unos versos de su «Salutación del optimista», también de «Cantos de vida y esperanza», unos versos que nos inviten a conocer y recordar que Rubén Darío, al igual que muchos de nosotros, soñó un día ya lejano con la unidad del mundo hispano más allá de mares y fronteras.
“Un continente y otro renovando las viejas prosapias, en espíritu unidos, en espíritu y ansias y lengua, ven llegar el momento en que habrán de cantar nuevos himnos.”