Cómo es posible que Pablo Casado, con el que nadie contaba hasta hace muy pocas semanas en las “quinielas sucesorias”, vaya a pilotar el primer partido conservador? ¿Representa simplemente un retorno a los valores “más rancios del pasado de la derecha”… o por el contrario supone una apuesta por resituar al PP en los nuevos vientos que soplan en el mundo y en Europa? ¿Cómo puede afectarnos el nuevo rumbo que pueda tomar el PP?
¿Una renovación a toda prisa
Pablo Casado no ha surgido de la nada. Llevaba años formándose como una de las referencias de futuro del PP. Esperanza Aguirre impulsó su carrera en Madrid. Aznar la relanzó acogiéndolo como uno de sus colaboradores. Pero fue Rajoy quien lo situó en primera línea política, integrándolo en la dirección central del PP.
Junto a Andrea Levy o Javier Maroto, pilares de la candidatura con que Casado ha ganado las primarias, representaba una nueva hornada de cuadros, nacidos después de la transición, y llamados a jugar un papel destacado en el futuro del PP.
Pero los tiempos se han acelerado. La moción de censura que desalojó al PP de la Moncloa fue la espoleta. Pero el terremoto se había fraguado durante los años anteriores. Con la pérdida de buena parte del enorme poder autonómico y municipal acumulado, incluso en feudos donde el PP parecía imbatible, como Valencia. O los tres millones de votos que abandonaron al PP en la doble vuelta de las generales, en 2015 y 2016.
La renovación estaba ya planteada, aprobando el pasado año la elección del líder por primarias. Pero en las nuevas condiciones debía hacerse a una velocidad mucho mayor que la prevista. El PP ha dejado de ser una “fortaleza inexpugnable”, su peso político se ha recategorizado a la baja, y corría el peligro de quedar desplazado en un momento crucial, en el que hasta las próximas generales van a darse importantes pasos en la configuración final del modelo político que sustituya al bipartidismo, delimitando el papel que en él jugará cada fuerza política.
Es en esta situación que una candidatura como la de Casado se ha abierto paso. El anunciado duelo entre Sáenz de Santamaría y Cospedal ha sido desarbolado. Y el PP ha entrado con las primarias y Casado en el terreno de los giros inesperados que parecían reservados a otras formaciones.
Todo un programa
Se identifica a Pablo Casado con la “vuelta al aznarismo” o se le presenta como “el candidato de Hazte Oír o la Conferencia Episcopal”. Esta es una visión superficial. Ni las condiciones internacionales ni nacionales permiten reeditar la política de Aznar. Cuestiones como la oposición a una ley de plazos del aborto o los ataques contra la memoria histórica son solo una parte, y la menos sustancial, del mensaje difundido por Casado.
Visto de conjunto, Pablo Casado ha presentado para dirigir al PP un programa completo, que responde a intereses más poderosos que “los círculos más rancios de la derecha”… y por ello es más inquietante.
Propone una alternativa para embridar un modelo político demasiado descontrolado. Por eso ya ha planteado otorgar al partido más votado una prima de 50 diputados en el parlamento, como una forma de garantizar la estabilidad. Ya no es posible volver al viejo bipartidismo, pero el multipartidismo está otorgando en España al movimiento popular una representación política que supone un problema para los grandes centros de poder. Por eso Casado ensaya fórmulas, vigentes en otros países de la UE, que sobrerrepresenten a los partidos de orden.
Se dice que Casado vuelve la mirada hacia dentro, a las tradiciones más conservadoras de la derecha española, distanciándose del “modelo conservador vigente en Europa”. La realidad es exactamente la contraria. En las primarias, Casado ha defendido que “España tiene que volver a ser el centro de la actuación de la Unión Europea, pero también del eje atlántico”.
Con la llegada de Trump a la Casa Blanca se está empezando a imponer un reordenamiento mundial que está golpeando de lleno a Europa. Para Casado los nuevos aires que Trump representa pueden ser también una “ventana de oportunidades”. Y frente a los equilibrios practicados por Rajoy, parece querer abogar, y ahí la figura de Aznar sí puede jugar un papel, por una mayor cercanía a Washington.
Mariano Rajoy representaba también una de las alternativas que la oligarquía tiene para tratar el conflicto catalán. Manteniendo la firmeza, y utilizando todos los instrumentos legales a su alcance, como la aplicación del 155, pero abriendo un espacio de diálogo que evitara un choque frontal. Un camino por el que también transita el PSOE.
Casado, en cambio, apuesta por una vía dura, planteando reforzar el Código Penal recuperando los delitos de sedición impropia y convocatoria ilegal de referéndum, apuntando incluso a la posibilidad de ilegalizar los partidos independentistas.
Completando el círculo, Casado propone también un giro en la política económica, no ya respecto a la que ahora ejecuta el Gobierno de Sánchez sino también respecto a la desarrollada por Rajoy. Su principal asesor económico es Daniel Lacalle, un economista ultraliberal, pero sobre todo especialmente vinculado, vía Londres, con el gran capital anglonorteamericano. Su propuesta de “rebaja de impuestos” se dirige sobre todo a dar un nuevo recorte al impuesto de sociedades, los que pagan los bancos y grandes monopolios.
Abarcando el conjunto de propuestas ya presentadas por Casado, están lejos de suponer un nostálgico retorno a “los valores de la vida y la familia”. Por el contrario, se ajustan al programa que importantes centros de poder internacionales y sectores oligárquicos están interesados en desarrollar. Presentada además con el envoltorio joven y dinámico de cuadros como Casado, Levy o Maroto.
División y oposición
“El partido ha salido roto”. Así definía un alto dirigente del PP el resultado del congreso. La integración entre las candidaturas de Casado y Sáenz de Santamaría no solo no ha sido posible, sino que hemos asistido a enfrentamientos y descalificaciones públicas nunca vistas en un proceso interno en el PP.
No se corresponde solo a la diferencia generacional (37 años de Casado por 47 De Santamaría), la enemistad personal o la lucha por el poder orgánico. Lo que se dilucidaba era algo más importante, la apuesta por uno u otro rumbo político. Continuar transitando por el “juego de equilibrios” entre los diferentes centros de poder hegemonistas -con una vela a Washington y otra a Berlín- y oligárquicos que ha caracterizado la etapa de Rajoy, y que habría continuado con Sáenz de Santamaría. O dar un golpe de timón más en sintonía con la nueva situación creada, también en Europa, tras la llegada de Trump a la Casa Blanca.
La división abierta en el PP augura que este enfrentamiento no está cerrado. La reactivación de la implicación de Casado en el “caso Master” puede ser un nuevo episodio de esta batalla.
Lo que sí anuncia Casado es “una política de oposición más fuerte” frente al Gobierno de Sánchez. Dispuestos incluso a vetar la aprobación de la ampliación del techo de gasto ya negociada con Bruselas, y que ofrece un mayor margen presupuestario. De materializarse -y el PP tiene una minoría de bloqueo en el Congreso y en el Senado para poder hacerlo- se privaría al Gobierno de Sánchez de un margen de gasto de hasta 18.000 millones de aquí a final de la legislatura.
No es solo una disputa pensando en las próximas elecciones. Los éxitos en la gestión del Gobierno de Pedro Sánchez aplicando una política “más social” pueden, más allá de las intenciones del PSOE, fortalecer la influencia de un movimiento popular que ya provocó el fin de los Gobiernos de Rajoy.
Para evitarlo, la nueva dirección del PP parece dispuesta a volver a “una oposición fuerte” que vuelva a tensionar la vida política nacional. Un camino en que, por muy paradójico que parezca, puede llegar a coincidir con un PDeCAT al que Puigdemont también quiere arrojar contra el Gobierno de Sánchez.
El PP de Pablo Casado apenas ha empezado a andar pero, aunque por motivos muy diferentes a los que los grandes medios esgrimen, no parece anticipar nada bueno.