En tono moderado, lento y solemne, Donald Trump recitó su discurso del Estado de la Unión ante un conjunto de congresistas y senadores de EEUU que están de todo menos unidos en torno a qué línea y políticas seguir para pilotar el rumbo declinante de la superpotencia.
Y por más que Trump ofreció unidad y sueños para «hacer América grande de nuevo», la opinión pública está completamente fracturada y polarizada ante su gestión. En más de una hora de intervención, el presidente abordó algunos temas espinosos -la política migratoria, exterior, energética- e hizo autobombo de su gestión económica y de empleo.
Tras su alocución de una hora larga ante los representantes de las dos cámaras legislativas -que tiene lugar apenas una semana después de que el agudo enfrentamiento el establishment norteamericano ante los presupuestos propuestos por la Casa Blanca provocara un «shutdown», el cierre parcial durante varios días de la administración federal- pasó lo que lleva pasando durante todo el año, dentro y fuera del Capitolio: con sus elogios a su propia política, Trump convenció a sus partidarios, y reafirmó a sus detractores.
Hoy más que hace un año, EEUU es un país dividido y cruzado por irresolubles antagonismos. En primer lugar, la contradicción entre las dos fracciones de la clase dominante norteamericana (escenificada como republicanos vs. demócratas, pero que es mucho más profunda, y recorre ambos partidos por dentro), divididas en torno a que camino seguir para frenar el declive de Washington, provocado por el avance de la lucha de los pueblos del mundo. En segundo lugar, EEUU se enfrenta a la contradicción de mantener y acrecentar un costosísimo aparato político-militar que es la condición indispensable para mantener su hegemonía, pero que al mismo tiempo lastra su decinante peso económico mundial. En tercer lugar la burguesía monopolista yanqui se enfrenta crecientemente con el pueblo norteamericano, cuyas aspiraciones de progreso, paz, libertad y bienestar son incompatibles con los intereses del Imperio. Más allá de lo acertado o desastroso de sus políticas, ésta es la herencia que ha recibido Donald Trump. Este es el marco de su gobierno y del discurso del Estado de la (desunida) Unión.
Sus detractores no han dejado de señalar que su discurso estuvo lleno de exageraciones y medias verdades. ¿Qué temas tocó Donald Trump?
Economía y empleo
Uno de los temas en los que la Casa Blanca puede sacar pecho en este año de gobierno es en la economía y el empleo. La tasa de paro en EEUU está en mínimos históricos, en un marco de (moderada) subida general de los salarios y baja presión fiscal para amplios sectores populares. «Las solicitudes de beneficios por desempleo han llegado al mínimo de los últimos 45 años. El desempleo de los afroamericanos está en la tasa mínima que se haya registrado y el empleo de los hispanos también llegó a sus niveles históricos menores. Hemos creado 2,4 millones de nuevos empleos, incluidos 200.000 nuevos empleos en manufactura solamente», dijo exultante el neoyorquino. Otro de los objetivos en los que está avanzando la política de Trump es en la de repatriar capitales a territorio norteamericano. «Muchas compañías automotrices ahora están construyendo y expandiendo plantas en los Estados Unidos, algo que no hemos visto en décadas”, decía ante el Capitolio.
Y ciertamente, el paro desciende acelaradamente, el salario promedio por hora aumentó un 2,5% en 2017 (aunque ya lo venía haciendo en los últimos años de Obama), y el 80% de los hogares estadounidenses han visto reducidos sus impuestos este año. Sin embargo, esto no puede ocultar a los verdaderos beneficiarios de la política económica y fiscal del Trump: las grandes fortunas, bancos y corporaciones de Wall Street, a los cuales ha prodigado una lluvia de miles de millones de beneficos récord, gracias entre otras cosas a sus execiones impositivas o a eliminar trabas medioambientales.
Una política migratoria para dividir y enfrentar a los trabajadores
Uno de los puntos más candentes entre el gobierno y la sociedad norteamericana -y que la fracción oligárquica opuesta a la actual administración usa como arma arrojadiza- es la xenófoba política migratoria de Trump. De hecho ha sido el caballo de batalla con los demócratas que ha desencadenado el «government shutdown» de las últimas semanas y que dista mucho de haber sido resuelto. Trump, que derogó el programa DACA que protegía de la deportación a unos 800.000 «Dreamers» -los jóvenes que llegaron a EEUU de forma irregular cuando eran menores, pero que ya están plenamente integrados en el país- ofrece restituírlo a cambio de que las Cámaras le den financiación y vía libre para construir su Muro con México. Algo a lo que los demócratas -con un importante porcentaje de voto latino- se niegan en redondo.
El discurso de Trump, lleno de anzuelos demagógicos, trató de hilar un discurso en apariencia conciliador, pero que introduce el veneno de la xenofobia contra los hispanos. «Mi deber es proteger la seguridad de los estadounidenses, la de sus familias y su derecho al sueño americano. Porque los estadounidenses también son soñadores», dijo en alusión a los ‘Dreamers’, como si la prosperidad del resto del pueblo norteamericano estuviera enfrentada a la inmigración o a la integración.
«Durante décadas, las fronteras abiertas han permitido el ingreso de drogas y pandillas a nuestras comunidades más vulnerables», enfatizó. «Nuestro borrador generosamente ofrece un camino a la ciudadanía para 1,8 millones de inmigrantes ilegales que fueron traídos aquí por sus padres a una edad temprana», pero a renglón seguido dijo que esto se haría a cambio de «asegurar completamente la frontera. Esto implica construir un muro en la frontera sur».
Además de inocular racismo y odio, Trump no dijo la verdad. Desde hace años, el flujo migratorio entre México y EEUU se ha invertido (hoy más mexicanos de EEUU vuelven a su tierra que los que entran), y concretamente la administración Obama deportó a más de 2 millones de inmigrantes durante los ocho años que estuvo en el cargo, más que ningún otro presidente antes. Lo que busca el gobierno Trump no solo es que los millones de trabajadores indocumentados estén amenazados para que tengan que vender su fuerza de trabajo en condiciones de super-explotación, sino enfrentar a los trabajadores blancos con los hispanos.
Política exterior: China y Rusia son el enemigo
Donald Trump dejó meridianamente claro el blanco de su política exterior: «En el mundo enfrentamos regímenes corruptos, grupos terroristas y rivales como China y Rusia desafían nuestros intereses, nuestra economía y nuestros valores». Y también redoblo su apuesta por reforzar el poderío militar como forma de mantener la hegemonía norteamericana. «La debilidad es el camino más seguro hacia el conflicto y el poder sin par es la forma más segura de defensa. A medida que reconstruimos la fuerza y la confianza en los Estados Unidos fronteras adentro, también restablecemos nuestra fuerza y nuestra posición en el extranjero».
Tampoco fue parco en lanzar dardos contra oponentes menores, como Irán («cuando el pueblo de Irán se alzó contra los crímenes de su dictadura corrupta, no me quedé callado. Le pido al Congreso que aborde las fallas fundamentales del acuerdo nuclear con Irán»); Cuba y Venezuela («mi gobierno también ha impuesto duras sanciones a las dictaduras comunistas y socialistas de Cuba y Venezuela»); y Corea del Norte («ningún régimen ha oprimido a sus propios ciudadanos más total o brutalmente que la cruel dictadura de Corea del Norte. Nos basta con ver el carácter depravado del régimen norcoreano para comprender la naturaleza de la amenaza nuclear que puede presentar a EE.UU. y sus aliados»).
Trump también sacó pecho para hablar de los éxitos en la guerra contra el terrorismo del ISIS: «El año pasado prometí que trabajaríamos con nuestros aliados para borrar al Estado Islámico de la faz de la Tierra. Un año más tarde, estoy orgulloso de informar que la coalición para derrotar a ISIS ha liberado casi el 100% del territorio en Irak y Siria que estos asesinos controlaron alguna vez», dijo. Aunque obvió cómo EEUU ha retrocedido en Oriente Medio -ante el avance del eje Moscú-Teherán- o cómo ha fracasado en su intento de derribar al régimen hostil de Bachar Al-Assad en Siria. Y acabó diciendo que ha dado órdenes para mantener abierta y a pleno funcionamiento las instalaciones de detención en Guantánamo.
Negacionismo climático y amor por el carbón
«Hemos terminado la guerra contra el carbón limpio y hermoso”, dijo Trump aludiendo al fin del compromiso con los Acuerdos del Clima firmado por la administración Obama. Aunque de limpio, el carbón no tiene nada.
Según el propio Departamento de Energía norteamericano, más del 83% de todos los principales contaminantes del aire (dióxido de azufre, dióxido de carbono, mercurio tóxico y las peligrosas partículas de hollín) de las plantas de energía provienen del carbón, aunque el carbón constituye solo el 43% de la generación eléctrica. Solo en 2011, la quema de carbón emitió más de 6 millones de toneladas de dióxido de azufre y óxidos de nitrógeno contra las 430,000 toneladas de las otras fuentes de energía combinadas.
El «Nuevo Momento Americano»… ¿hacia dónde?
Como si la situación de profundo declive de la superpotencia, y de honda división de la sociedad norteamericana fuera una realidad de otro planeta, Trump hizo su alegato final.
«Este es nuestro Nuevo Momento Americano. Nunca ha habido un momento mejor para comenzar a vivir el sueño americano. Hemos avanzado con una misión clara: devolverle la grandeza a los Estados Unidos, para todos los estadounidenses».
¿Se corresponde esto con la realidad?. ¿Ha avanzado algo la administración Trump en detener el rumbo de ocaso de la superpotencia? ¿En contener a rivales geoestratégicos como China o Rusia? ¿En impedir el avance del conjunto de países y pueblos del mundo contra la hegemonía norteamericana? ¿En unir en torno a un solo proyecto a la mayoría de la clase dominante norteamericana? ¿En convencier a la opinión pública estadounidense -hoy, de forma mayoritaria opuesta a su mandato- en torno a sus políticas?
La respuesta es un sonoro NO. La letanía de Trump sonó a música celestial para la mitad del auditorio, y a estridente cacofonía para la otra mitad. Con una audiencia dividida, no parece muy apropiado llamarlo «Discurso del Estado de la Unión».