La radiografía del capitalismo monopolista en el mundo nos demuestra que el grado creciente de concentración de la riqueza en manos de un pequeño puñado de grandes bancos y monopolios está indisolublemente unido, con el dominio de las burguesías monopolistas más poderosas y las principales potencias imperialistas, encabezadas por la superpotencia norteamericana. No son “los excesos del capitalismo salvaje”, es simplemente “capitalismo”.
Se nos repite que vivimos sometidos a una “dictadura de los mercados”, presentados como entes difusos, “sin rostro y sin patria”, y cuyo dominio se ha impuesto en las últimas décadas gracias “al avance de las políticas neoliberales”. Ofreciendo como alternativa imponer “un control social sobre el mercado”.
Sin embargo, hace mucho que no existe nada parecido a una “economía de mercado”.
A finales del siglo XIX, J.D. Rockefeller afirmó con rotundidad: “la competencia es un delito, debemos proceder a eliminarla”. La “economía de mercado”, la libre competencia propia del capitalismo del siglo XIX, dio el salto a una economía monopolizada. La competencia no desapareció, pero quedó reducida a un puñado cada vez menor de grandes bancos y monopolios, los únicos que podían actuar en un mercado capitalista sometido a su dominio.
Los hechos de una investigación del Instituto Federal Suizo de Investigación Tecnológica, una de las instituciones vinculadas al Foro de Davos, donde anualmente se reúne la flor y nata del capitalismo mundial, nos ofrece una fotografía de la economía global muy diferente a la de “la dictadura de los mercados”.
Fueron seleccionados los 43.000 grupos empresarios más importantes del mundo, y estudiadas las formas en que se entrelaza el control sobre estas empresas. Los resultados fueron contundentes: solo 737 de esos grupos -menos del 2% del total- controlaban el 80% del capital de todas las empresas investigadas, y un núcleo de 147 -el 0,3%, fundamentalmente grandes grupos financieros- acaparaban el 40%. Los investigadores concluyeron que “hablar de mecanismos de mercado en este club restringido no tiene mucho sentido”.
En las actuales condiciones de la economía mundial, las que corresponden a la época del imperialismo ya descritas por Lenin, la concentración del capital y de la riqueza solo puede conducir al férreo dominio de un pequeño puñado de bancos y monopolios, en propiedad de las oligarquías financieras más poderosas del planeta.
Los datos de la economía mundial así lo demuestran.
Los 2.000 mayores conglomerados económicos del mundo, el selecto club de los bancos y monopolios más poderosos, registra 39,1 billones en ventas, se embolsa anualmente 3,2 billones en ganancias, tienen un valor de mercado de 56,8 billones, y ha acumulado unos activos totales de 189 billones, más del doble que todo el PIB mundial.
Incluso dentro de esta híper-élite hay clases. Las 500 mayores empresas concentran el 65,7% de las ventas y el 74,5% de los beneficios que acaparan esas 2.000 entidades privadas más grandes del mundo. Las ventas de estos 500 gigantes monopolistas equivalen al 43% del PIB mundial, y emplean a 53 millones de trabajadores, una cifra superior a toda la población española.
Y solo 100 de ellas acumulan activos por valor de 90,29 billones de dólares. Un 5% de esta híper-élite acumula más de la mitad de todos los activos que controlan.
Bajo las condiciones de la actual economía capitalista, todos los sectores productivos están sometidos a un altísimo grado de monopolización.
Diez grandes monopolios de la industria aeroespacial y de defensa controlan el 75% de la producción mundial, y tienen unas ventas anuales conjuntas de cerca de 380.000 millones de dólares, una cifra superior al PIB de Dinamarca.
Hoy, los 10 mayores monopolios mundiales se reparten el 70,5% de la producción mundial. Sus ingresos superaron en 2014 los 1,5 billones de dólares, Es decir, el equivalente al PIB español. Sólo esas 10 gigantescas corporaciones concentran en sus empresas a 2,21 millones de trabajadores.
Tan solo seis megacompañías ostentan el control del 70% de los agroquímicos a escala mundial. Y si en 1996 habían 600 grupos independientes dedicados a la producción de semillas, ahora el 70% de todo el mercado mundial está controlado por solo tres monopolios.
La visión de que el desarrollo de las nuevas tecnologías iba a “democratizar el capitalismo” se ha esfumado con extraordinaria rapidez. Un sector relativamente nuevo, como el de los ordenadores, se ha monopolizado aceleradamente. Los cinco mayores monopolios controlan ya el 66,8% de las ventas mundiales. Y en internet apenas 5 monopolios (Google, Facebook, Amazon, ebay y Twitter) controlan el 70% de todos los ingresos mundiales de internet, imponiendo que el 90% de las comunicaciones mundiales en la red pasen por EEUU.
Esta monopolización se culmina en los bancos, auténtico corazón del gran capital financiero. Los 28 bancos más grandes del planeta poseen activos por valor de 50,34 billones de euros, una cifra superior a la deuda pública de 200 Estados del planeta.
Ejercen un control, directo o indirecto, sobre el 90% de los activos financieros globales.
Controlan el 51% del mercado cambiario, y por ello tienen capacidad para decidir el valor de una moneda. En septiembre de 2014, dentro de la campaña para acabar con el gobierno de Dilma Rousseff, impulsaron un ataque para hundir el valor de la moneda brasileña, a pesar de que el país contaba con el nivel de divisas más alto de su historia.
El mercado de los derivados financieros, que se presenta como la máxima expresión del “capitalismo especulativo” impulsado por “mercados sin rostro”, tiene un dueño que podemos identificar con precisión. Solo 14 grandes bancos produjeron derivados por valor de 710 billones de dólares, inundando con ellos todo el planeta.
La radiografía de los principales monopolios mundiales no nos habla de un “capital transnacional sin dueño ni patria”, sino del dominio -económico, y no nos olvidemos, político y militar- de las principales potencias, encabezadas por EEUU.
Solo cinco grandes potencias imperialistas (EEUU, Reino Unido Japón, Alemania y Francia) concentran el 50% del mercado mundial, 63% de todos los activos financieros globales y el 75% de toda la exportación de capital en el mundo.
EEUU y la UE, donde solo vive el 13% de la población mundial, concentra el 74,9% de la propiedad de la deuda mundial. Son los principales acreedores mundiales, y sus grandes bancos reciben el pago de los países deudores, la mayor parte de la humanidad.
Dentro de este club de grandes potencias, sobresale el dominio del gran capital norteamericano.
De los 2.000 mayores bancos y monopolios del mundo, 600 son norteamericanos, cifra superior a la suma de los bancos y monopolios de todos los países de la UE.
El listado de los 500 mayores monopolios por ingresos está dominado por 134 entidades norteamericanas, superando las 103 chinas y duplicando con creces las 52 japonesas.
Pero cuanto mayor es el tamaño de los gigantes monopolistas, más se expresa el dominio del capital norteamericano. Hasta 54 de los 100 mayores monopolios mundiales son norteamericanos. Entre las 10 mayores compañías del mundo nueve son estadounidenses. Si se amplía el foco a las 25 sociedades más valiosas, EE UU suma 16.
El selecto club de los 28 bancos más grandes del mundo está encabezado por ocho grandes corporaciones norteamericanas ( J. P. Morgan Chase, Bank of America, Citigroup, Morgan Stanley , Goldman Sachs , Bank of New York Mellon, State Street y Wells Fargo).
Esta concentración de grandes bancos y monopolios permite a la burguesía monopolista norteamericana ejercer un papel preponderante en los sectores estratégicos y de mayor valor añadido: energía, aeroespacial, alta tecnología militar, telecomunicaciones, telefonía móvil, nanotecnología, biotecnología, semiconductores, hardware y servicios informáticos, química…
Esta es la realidad de la economía mundial.
En el siglo XVIII, Adam Smith teorizó que el capitalismo estaba impulsado por “la mano invisible el mercado”. A finales de los años setenta, Alfred D. Chandler, investigador en Harvard y una de las principales referencias del pensamiento liberal moderno, le contestó con un libro titulado “La mano visible”, reconociendo que “el poder de la gran empresa ha sustituido a las fuerzas del mercado”.
Lo que Chandler no podía reconocer es que esa “mano visible” del dominio monopolista y financiero se ampara en el dominio político y militar, también extraordinariamente visible, de las principales potencias imperialistas.