En un lugar de la Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme…. Así empieza «Don quijote de la Mancha», la fabulosa novela de Miguel de Cervantes, de quién se celebra el cuarto centenario. Mientras Hamlet, se interrogaba «¿ Ser o no ser? Cervantes simplemente es que no quería. Querer o no querer, ¡esa sí es la cuestión!
Este querer o no querer describe al hidalgo hombre de la Mancha capaz de recrear el mundo entero. Porque si uno quiere una yegua desvencijada se puede transformar en el brioso corcel Rocinante; y también, si uno quiere, una muchacha campesina con olor a ajo puede ser la dulce princesa Dulcinea. El Quijote es el mejor vehículo de una cultura popular, elevada a la categoría de obra de arte, de literatura. El IV centenario de Miguel de Cervantes es la mejor coartada para indagar en los lazos, las conexiones , las deudas, los vínculos, las raíces entre la obra cervantina y su cultura matriz, lo que de valioso y universal hay en ambas; la importancia de que esa cultura -la nuestra, la cultura hispana- devenga también en una cultura de referencia en el mundo de hoy. «El Quijote es el mejor vehículo de una cultura popular, elevada a la categoría de obra de arte, de literatura»
El éxito del Quijote se ha tragado al personaje de Cervantes. La genialidad del Quijote se asienta en la compleja personalidad de Cervantes, en una vida intensa y fascinante. Cervantes es ahora un nombre con mayúsculas en la historia, pero en su vida fue siempre un outsider, alguien que se movía en los márgenes de la sociedad, que siempre tuvo que padecer penalidades y luchar por la supervivencia en las peores condiciones. Preso en Argel, excomulgado en dos ocasiones y encarcelado otras tantas Cervantes es uno de esos individuos que se podrían identificar en parte con su héroe del Quijote, un héroe fracasado , y sin embargo de una riqueza y de unas enseñanzas ejemplares.
La onda expansiva del Quijote
Desde su misma publicación, el Quijote se sitúo en el centro del universo literario de la lengua castellana, al tiempo que iniciaba una fértil expansión por la Europa de la época, especialmente por Francia e Inglaterra. En 1609 ya había una traducción inglesa de la primera parte: el crítico neoyorquino Harold Bloom, el mayor estudioso de la obra de Shakespeare, asegura que el dramaturgo inglés leyó el Quijote “sin ninguna duda”. Pero el mayor impacto será en el campo de la novela. Son muchos los críticos que afirman tajantemente que que la gran novela inglesas del siglo XVIII no existiría sin el Quijote. Huellas de esta influencia determinante están implícitas en Mon Flanders (1722) de Defoe, en Los viajes de Gulliver (1726) de Swift, o abiertamente explícitas en las novelas de Henry Fielding ( que llega a subtitular una de ellas con la leyenda: escrita a imitación del estilo de Cervantes, autor de don Quijote), y, ante todo, en la gran obra maestra Vida y opiniones de Tristan Shandy (1760-1767) de Laurence Sterne, quien dice haber empapado su obra en “el espíritu amable del más flagrante humor que haya inspirado nunca la fácil pluma de mi idolatrado Cervantes”.
Enorme es también el prestigio y la influencia del Quijote en Francia desde mediados del siglo XVII. En plena época den “bon goût”, el Quijote merece el reconocimiento de un modelo que enseña a formar “el buen gusto sobre las cosas” y Cervantes un autor, “a la altura de Montaigne”, que puede rivalizar con cualquiera de los clásicos de la Antigüedad.
A mediados del siglo XVIII, llega la definitiva consagración de Cervantes como gran clásico español. La ilustración española, sobre todo en la pluma de Gregorio Mayans (autor de un estudio crítico fundamental sobre la vida de Cervantes), considera a Cervantes como “un modelo estilístico” y compara directamente al Quijote con la Ilíada de Homero. Abundando este reconocimiento, Vicente de los Ríos, incluirá un penetrante análisis de la obra desde la dicotomía entre ilusión y realidad, que sería muy fructífera con el paso de tiempo.
El impulso románticoCon la llegada del siglo XIX la onda expansiva del quijote alcanzaría nuevas cotas. Esta vez son sobre todo los románticos alemanes quienes elevan el Quijote a las alturas de una cima literaria comparable a las obras de Shakespeare, y en continua fuente de inspiración y reflexión.
El Quijote, según los Schlegel, Schelling, Novalis o Goethe, deviene en héroe romántico por excelencia, con su trágica y burlesca oposición entre lo ideal y lo real, entre el espíritu y la naturaleza, y en acabad expresión de la actitud escéptica hacia las ilusiones vagas y descabelladas. Amen de tratar de llevar el agua a su molino, la reivindicación romántica del quijote significó que este dejara de verse simplemente como una obra burlesca o irónica, subrayándose por primera vez su “exquisita seriedad” y la profundizad y hondura que encerraba su sátira y su ironía.También el romanticismo inglés se hizo deudor del Quijote a través de Sir Walter Scott, que quiso traducir el Quijote, y utilizar su inspiración en su Ivanhoe.
La crisis romántica y el nacimiento de la gran novela realista del XIX no significarían el eclipse de la onda expansiva del Quijote, sino, por el contrario, su triunfo apoteósico. La presencia del texto cervantino en las grandes novelas del siglo XIX es abrumadora. Comienza ya en 1831 con Nuestra señora de París de Víctor Hugo, atraviesa la obra completa de Dickens, alcanzó las estepas rusas (Gogol recrea la novela cervantina en Las almas muertas, de 1842), salta a América para manifestarse a través de las obras de Melville o Mark Twain y se transmuta en la gran odisea de Madame Bovary (1857) de Flaubert. La inspiración cervantina se agranda aún más en la segunda mitad del siglo, al llegar, por ejemplo, hasta la obra de Dostoievski, que en su Diario de un escritor (1876) reflexionó a fondo acerca de la poética del Quijote y luego iluminó a más de uno de sus personajes ( y más de una de sus obras) con el fulgor cervantino. En sus celebérrimas Aventuras de Huckeberry Finn (1884), que han leído todos los niños norteamericanos y los de medio mundo, Mark Twain reconoce que el Quijote es “el espejo en el que se refleja toda prosa de ficción que pretenda entretener”.
La eclosión del siglo XXEl siglo XX va a marcar un nuevo hito en la influencia global de la obra cervantina. Como un ciclón interminable, la onda expansiva del Quijote continua inspirando y nutriendo a narradores y ensayistas, cada vez más fascinados e intrigados por la riqueza, la vitalidad y la complejidad de un texto que no se agota nunca.
La avidez interpretativa del Quijote comienza, en el siglo XX, centrándose en España. Los hombres de la generación del 98 y siguientes integran el debate sobre el Quijote en el debate más general sobre el ser y el destino de España y en las controversias ideológicas y filosóficas de la época. En 1905- coincidiendo con el tercer centenario del libro- Unamuno publica Vida de Don Quijote y Sancho, en la que concluye que “El Quijote es la Biblia de los españoles”. El tema cervantino es también recurrente en los ensayos de Azorín. En 1914, Ortega y Gasset publica sus Meditaciones del Quijote,con conclusiones totalmente opuestas a las de Unamuno. En 1925, Américo Castro da a la luz El pensamiento de Cervantes, que intenta clausurar el periodo de interpretaciones “ideológicas” previas e inaugurar el cervantinismo moderno. Desde el 98 al 36 el país es un auténtico vivero de debates e interpretaciones sobre el Quijote, que marcan el periodo más vivo, intenso y fructífero hasta el presente.
Mientras tanto, lejos de estas polémicas, la compleja y sofisticada poética narrativa del quijote va seduciendo, uno a uno, a los autores que van a revolucionar la narrativa y van a marcar el ritmo literario del siglo XX. Lectores interesados del Quijote son Kafka, que reflexiona sobre un Quijote inventado por Sancho, Marcel Proust, deudor de la lectura romántica del relato cervantino, y Joyce, cuyo Ulises bebe no poco de las aventuras y desventuras del hidalgo manchego. O Faulker, que según escribió una vez “leía el Quijote todos los años como algunas personas leen la Biblia”.
Esta sana costumbre literaria la heredaron algunos de los grandes narradores hispanoamericanos, cuya obra bebe sin tapujos del pozo eternamente pleno del Quijote. Es el caso, por ejemplo, de Carlos Fuentes, el escritor mexicano que también reconoce que la lectura anual del quijote es el mejor estímulo literario que existe.
La influencia cervantina en Hispanoamérica a lo largo del siglo XX ha sido determinante para su narrativa. Pero no sólo eso. También hay grandes intérpretes del Quijote, como Borges o Sabato. El Quijote de Pierre Menard de Borges es una lectura imprescindible hoy para aproximarse al enigma del Quijote. Carpentier, que consideró siempre el Quijote como la obra que fundó la novela moderna, consideraba su logro esencial “la incorporación de lo imaginario”, lo que le otorgaba unas posibilidades y una riqueza inagotables. Muchos críticos actuales considera que la verdadera fuente del “realismo mágico” hispanoamericano no es otra que el Quijote. Para García Márquez, “en el Quijote está todo”. Cervantinistas devotos son Vargas Llosa, Cabrera Infante, Carlos Fuentes…
Citar la interminable estela de quijotistas del siglo XX sería interminable: Thomas Mann, Ernest Hemingway, Graham Greene, Vladimir Nabokov, Italo Calvino, Milan Kundera… Parece como si todo novelista entrara ya en el género sabiendo y aceptando la tesis de Ortega de que “toda novela contiene el Quijote en su interior como una marca de aguas”.
En su ensayo Cómo leer y por que, el crítico Harold Bloom afirma: “Toda consideración sobre cómo y porqué deba leer novelas debe incluir el Quijote de Cervantes, la primera y mejor de todas; de hecho más que una novela”. Y tras equipara a Cervantes con Shakespeare -lo que es sorprendente para un crítico anglosajón- termina concluyendo: “Hay partes de sí mismo que el lector no conocerá totalmente hasta que no conozaca lo mejor posible a don Quijote y Sancho Panza”.