Desde hace un tiempo, son cada vez más las voces en EEUU y Europa que, echando un ojo al balance contable geopolítico, vienen defendiendo la necesidad de cortar el grifo en la ayuda militar a Kiev, obligando a Ucrania a sentarse en la mesa de negociaciones con Putin y forzándola a aceptar el chantaje del Kremlin de «paz por territorios».
Al principio esas voces se expresaron tibiamente. Ahora que el retorno de Trump a la Casa Blanca es inminente, lo hacen a gritos.
“La guerra de Ucrania terminará en la mesa de negociaciones, es posible que antes de lo previsto». No son palabras de ninguna fuente rusa, ni ucraniana, ni siquiera de la Casa Blanca, sino de altas instancias diplomáticas europeas. «Y pocos duda de que en la situación actual ese acuerdo suponga la pérdida de territorios por parte de Ucrania», añade la misma fuente.
Aunque no lo diga explícitamente, esa «situación actual» no se refiere a la actual correlación de fuerzas en el campo de batalla, donde desde hace meses Rusia avanza lenta pero inexorablemente. La «situación actual» viene marcada por el cambio de presidencia en EEUU, donde el 20 de enero un Donald Trump partidario de dar aldabonazo a la ayuda militar a Kiev retorna a la Casa Blanca. «Debería haber un alto el fuego inmediato y deberían comenzar las negociaciones», dijo hace pocas semanas el republicano en París, después de reunirse con Macron y con Zelenski.
Evidentemente, no estamos ante un presidente norteamericano «pacifista en Ucrania y belicista en Oriente Medio». La línea Trump busca cerrar el frente ucraniano para recomponer relaciones con una Rusia de Putin a la que siempre ha querido atraer para sí, alejándola de su estrecha alianza con Pekín. Pero sobre todo, busca cerrar un costosísimo grifo -desde el inicio de la invasión rusa, EEUU ha mandado cerca de 60.000 millones de dólares en ayuda militar a Ucrania- para concentrar sus esfuerzos militares en otras áreas del planeta: Oriente Medio, y especialmente la contención de China en Asia-Pacífico.
El Kremlin sabe perfectamente todo esto, y está esperando a que el republicano tome posesión. «Las señales que llegan desde el nuevo equipo de Washington son para que reanudemos el diálogo interrumpido por Estados Unidos después del inicio de la operación militar especial», dijo el ministro de Exteriores ruso, Sergei Lavrov, añadiendo que «si esas señales son serias, responderemos a ellas porque reanudar el diálogo es absolutamente razonable».
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El futuro de Ucrania… sin contar con Ucrania
Lavrov ha revelado que junto a las señales que llegan desde EEUU, también hay contactos «desde canales no oficiales» por parte de Francia con la intención de tratar el futuro de Ucrania. «El llamamiento de nuestros colegas franceses persigue establecer un diálogo sobre la cuestión ucraniana», ha explicado Lavrov, «por cierto que sin Ucrania. Ni una palabra de la intervención de Ucrania», ha subrayado con indisimulada sorna.
Se está cocinando el final de la guerra de agresión de Ucrania… sin contar con el propio país agredido. Y por tanto se está cocinando en los términos y en la correlación de fuerzas deseada por Putin, que en múltiples ocasiones ha reiterado que Rusia no busca una tregua temporal, sino una paz permanente y siempre bajo las condiciones que imponga Moscú.
Estas condiciones implican no solo retener los territorios ocupados en 2014 (la península de Crimea), sino retener la posesión de las cuatro provincias ucranianas actualmente invadidas -total o parcialmente- por Rusia: Lugansk, Donetsk, Zaporiyia y Jersón.
Lo cual implica la conquista o entrega total de las partes de Donestk y Lugansk que controla Kiev. La situación en el campo de batalla es cada vez más favorable a esto último para Moscú: en Donetsk continúan los avances rusos y el repliegue ucraniano. De mantenerse la actual ofensiva del ejército ruso pronto podría quedar finiquitada la conquista total de esa región y despejado el camino para una eventual penetración rusa hacia el norte y centro de Ucrania, además de expandir el frente bélico meridional, en Zaporiyia.
Ahora mismo Rusia le ha arrebatado a Ucrania el 20% de su territorio, pero al ritmo actual, si la guerra se prolongase uno o dos años más, podría anexionarse la cuarta parte. Todo ello sin contar con que el retorno de Trump el 20 de enero podría suponer un súbito corte -o cuanto mínimo una quita significativa- del suministro de armas del Pentágono a Ucrania, precipitando nuevas derrotas para unos defensores cuyos efectivos militares ya están muy mermados.
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Submarinos de Putin (y de Trump) en la UE
Junto a las señales que llegan de Washington y de París, también tenemos los espaldarazos de gobiernos europeos afines a Putin. El viaje del primer ministro eslovaco, Robert Fico, a Moscú para entrevistarse con el presidente ruso y ofrecerle la mediación de su país -miembro tanto de la OTAN como de la UE- en una eventual negociación con Ucrania ha caído como un jarro de agua fría en Bruselas. Esta posición disidente, que se suma a la del ultraderechista húngaro Viktor Orbán, ponen de manifiesto que dentro de la UE ya hay profundas fisuras en torno a la posición a tomar con Ucrania.
Fisuras que no sólo tienen que ver con las simpatías hacia la Rusia de Putin de personajes como Fico u Orbán, sino de nuevo principalmente con su seguidismo hacia Trump. En ese sentido, es significativas la cautela de la también ultraderechista italiana Giorgia Meloni, que tras advertir que «la amenaza de Rusia es mucho mayor de cuanto imaginamos”, ha recomendado a sus socios esperar a “comprender cuál será exactamente la voluntad” de Trump hacia Ucrania.
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EEUU también negocia
Además de evidenciar la pleitesía de Roma hacia Washington, las palabras de Meloni merecen ser tenidas en cuenta. Porque efectivamente, aunque hay numerosos indicios de que Trump pretende dar aldabonazo a la guerra de Ucrania, aún no sabemos a cambio de qué y en qué condiciones. No debemos olvidar que el republicano es conocido por ser hábil en el arte de negociar, y que siempre busca hacerlo desde una posición de fuerza.
En los mentideros de Washington, y de Bruselas -donde no solo están las instituciones europeas, sino la sede la OTAN- se barajan diferentes opciones.
Algunos, incluido el gobierno de Kiev, defienden que tras alcanzar la paz con Moscú, Ucrania se integre en la OTAN, donde quedaría «protegida» por su artículo 5 -que estipula que un ataque a un aliado se considera un ataque a todos- pero de momento hay gran oposición, y no parece que la administración Trump vaya a ser en absoluto favorable a esta opción.
Otros, como el francés Macron, defienden un camino intermedio. Una Ucrania que no sea miembro de la Alianza, pero con tropas de interposición -estadounidenses y europeas, o solo europeas pero con el aval de la OTAN- en el oeste de Ucrania.
Pero esta propuesta («convertir a Ucrania en un puercoespín blindado, para disuadir nuevas acometidas de Rusia») parece poco probable que sea aceptable por el Kremlin, que siempre ha esgrimido como una de las principales razones de su invasión el impedir tener a la OTAN en sus mismas puertas.