Drones y aviones de combate en el espacio aéreo de los países de la OTAN. No es un incidente aislado, sino varios, y en hasta ocho países miembros de la Alianza Atlántica: a los primeros avistamientos en Polonia y Rumanía hay que sumar ahora los de Dinamarca, Noruega, Finlandia, Lituania, Letonia y Estonia. No son aparatos aislados, en misión de espionaje, sino en algunos casos «enjambres» de drones.
Que las naves de Rusia rocen el espacio aéreo de sus vecinos, para probar el estado de alarma de sus defensas no es algo nuevo. No es eso: estamos ante aparatos que se internan cientos o miles de kilómetros en los cielos de los países de la OTAN.
No estamos ante una provocación más de la Rusia de Putin. Estamos ante uno de los mayores momentos de tensión desde el estallido de la invasión de Ucrania, con sobrevuelos e incursiones en el espacio aéreo ajeno que conllevan un riesgo más que real de incidentes que desemboquen en enfrentamientos armados, con aparatos derribados. Es decir, hay un peligro real de estallido bélico en el Báltico y en el este de Europa.
El 25 de septiembre, un enjambre de drones sobrevolaron aeródromos e instalaciones militares danesas, en lo que el gobierno de Copenhague ha calificado de «ataque híbrido sistemático». Este incidente se produjo dos días después de otro similar, que obligó a cerrar unas horas el aeropuerto de Copenhague. Aunque las autoridades danesas reconocieron que «no pueden decir con seguridad quién está detrás», nadie duda de la autoría de Rusia, que está a más de mil kilómetros de este espacio aéreo.
El aumento de avistamientos de enjambres de drones en Dinamarca y también cerca de Suecia se suma a otros cerca del norte de Alemania, y ha llevado al Gobierno de Friedrich Merz a anunciar un reforzamiento de la seguridad aérea y a contemplar su derribo con aviones del ejército, en línea con un Donald Trump que ha exhortado a los europeos a «derribar lo que se introduzca en el espacio aéreo de la OTAN».
También Polonia, que ya sufrió a principios de septiembre la incursión de una veintena de drones rusos, ha cerrado de forma temporal parte de su espacio aéreo como medida “preventiva” por los ataques de Moscú sobre Ucrania. Pocos días después del incidente polaco, Rumania detectó otra aeronave rusa no tripulada sobre su espacio aéreo y las fuerzas de la OTAN descubrieron un avión espía del Kremlin sobre el mar Báltico.
Si en política no existen las casualidades, en el terreno bélico tampoco, y menos si hablamos de una Rusia de Putin, que no da puntada sin hilo. Documentos confidenciales de las instituciones comunitarias a los que ha accedido El País advierten de un incremento de las actividades de «guerra híbrida» de Moscú contra Europa. El Kremlin no sólo ha intensificado sus incursiones aéreas sobre países de la OTAN, sino sus ataques, sabotajes, agresiones informáticas, actos de interferencia política y asaltos a infraestructuras críticas.
“Las recientes incursiones en el espacio aéreo de la OTAN sugieren una escalada calculada”, coincide Charlie Edwards, investigador del International Institute for Strategic Studies (IISS). Buscan identificar vulnerabilidades y probar nuevas tácticas -como el uso de drones iraníes, relativamente baratos, ante los que costosísimos sistemas de defensa antiaéreos se han revelado básicamente ineficientes- pero también sembrar un clima de inseguridad.
Además, Rusia intenta reconstruir sus redes de intervención sobre Europa, buena parte de las cuales fueron desmanteladas tras el inicio de la invasión de Ucrania y la expulsión de cientos de diplomáticos por las sanciones de la UE a la órbita del Kremlin. Rusia dedica a Europa gran parte de su enorme estructura de inteligencia militar (GRU) a los sabotajes, ciberataques y operaciones de interferencia política y propaganda.
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El contexto tras Alaska
Una Rusia desafiante, a pesar del daño económico que -según los expertos- le están haciendo las sanciones, un Kremlin aún más amenazador, un Putin muy crecido.
Es imposible no relacionar todo ello con la cumbre que Trump y Putin mantuvieron en agosto pasado en la base militar norteamericana de Elmendorf-Richardson (Alaska), donde no sólo se escenificó el cálido tratamiento del republicano al ruso, sino que dejó rehabilitada a Rusia en el escenario internacional.
De aquella reunión, de la que salió más contento Putin que Trump, sólo salieron concesiones de Washington hacia Moscú, y poco después el presidente norteamericano sentó «en pupitres» a Zelensky y a los principales líderes europeos para dejarles claro que la hoja de ruta de EEUU para la paz en Ucrania pasa por que Kiev acepte el trágala de hacer duras concesiones territoriales al invasor.
Este es el contexto en el que Rusia se muestra cada vez más osada y amenazadora, poniendo en peligro de manera directa y real la paz y la estabilidad de Europa.
Todo ello mientras intensifica sus criminales ataques contra Ucrania. Sólo en las últimas dos semanas, Rusia ha lanzado alrededor de 2,000 drones y 200 misiles contra diferentes regiones ucranianas, causando cerca de 40 muertos, principalmente civiles, incluyendo una niña de 12 años. La ONU reportó un aumento del 48% en bajas civiles ucranianas en los primeros 7 meses de 2025 comparado con 2024, y septiembre sigue esta tendencia.
La Rusia de Putin se muestra cada vez más osada y amenazadora, poniendo en peligro de manera directa y real la paz y la estabilidad de Europa.
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Una alarma que impulsa el rearme decretado por Washington
Trump: no hay tensión que por bien no venga
Ante la escalada de tensión por el incremento de incursiones aéreas de drones o aviones rusos, Trump ha endurecido un discurso que hasta ahora era sospechosamente tibio para alguien adicto a la pirotecnia verbal. Inicialmente, sugirió que «podría haber sido un error». Ahora, preguntado por si cree «que los países de la OTAN deberían derribar aviones rusos si entran en su espacio aéreo», el republicano respondió un escueto: «Sí, lo creo».
Tanto la conciliación anterior como la (aparente) dureza ahora dan bastante que pensar. Sobre todo si recordamos también que tras las primeras incursiones de drones rusos en Polonia, Trump dijo «estar listo para imponer sanciones a Rusia»…. si a cambio los países de la OTAN dejaban de comprar petróleo a Moscú.
Cuanto más suba el temor europeo a la amenaza -completamente real- de la agresiva Rusia de Putin, tanto más rápido avanzarán las exigencias norteamericanas de rearme.
Esta concepción transaccional de la política exterior de Trump, especialmente hacia sus vasallos militares europeos, no es nada nuevo. La actual administración siempre busca cómo se puede beneficiar de las nuevas situaciones, y la actual escalada de tensión no es una excepción.
Cuanto más suba el temor europeo a la amenaza -completamente real- de la agresiva Rusia de Putin, tanto más rápido avanzarán las exigencias norteamericanas de que los miembros de la OTAN destinen el 5% de sus PIB a gastos militares, destinando ingentes recursos a la compra de equipos y armamento made in USA, para mayor gloria y pingües beneficios del complejo militar-industrial yanqui.
El oso ruso muestra sus garras a Europa, agitando el panal europeo, realizando incursiones en su espacio aéreo o enseñado sus colmillos balísticos. Y los EEUU de Trump aprovechan la agitación de la Vieja Europa para reforzar el encuadramiento político y militar de sus vasallos de la OTAN.
«No hay mal que por bien no venga», dice el Pentágono. Esta parece ser la «pinza» de intereses conniventes que atenaza a nuestro continente.
