Mientras que más 10 millones de personas (el 21,7% de la población) viven en España bajo el umbral de la pobreza, y son hasta 13 millones (27,6%) de españoles los que están en situación vulnerable; mientras la inflación golpea las condiciones de vida de las clases populares, los alimentos suben un 15% o las hipotecas un 35%; mientras que en los seis primeros meses del año las tres grandes eléctricas, Iberdrola, Endesa y Naturgy, han disparado su beneficio un 24%, hasta los 3.548 millones de euros netos, o el Ibex35 de conjunto ganó 27.500 millones, un 7,38% más que en 2021; mientras que la presidenta del Santander, Ana Patricia Botín, muestra su optimismo con la subida de los tipos de interés, porque «a los bancos les irá mejor con tipos más altos»…
El presidente de la patronal ha hecho un llamamiento al decoro y la prudencia en el lenguaje.
Antonio Garamendi ha pedido que no se hable de «ricos y pobres», preocupado por planteamientos que generan “ruptura” social.
Y desde estas páginas animamos a hacerle caso. Hablar de «ricos y pobres» implica simplemente exponer los síntomas, describir meramente las consecuencias de lo que está pasando.
Para poder comprender la actual crisis inflacionaria -que indudablemente está provocando el empobrecimiento y la precarización acelerada de amplias capas de la población- deberíamos hablar (aunque no estamos seguros de si la terminología sería del agrado del señor Garamendi) de clases sociales. Concretamente, de oligarquías financieras.
Las comparativas son valiosas, sirven para ilustrar la dimensión abismo social.
Según el economista Juan Torres, en España hay 38.770 ciudadanos (el 0,08% de la población) con un patrimonio superior a 4,5 millones de euros. Todos ellos acumulan más riqueza que el 50% de todos los españoles más pobres.
Según Intermón Oxfam, las tres personas más ricas de España tienen lo mismo que el 30% más pobre. Y según la revista Forbes, los 100 españoles más ricos aumentaron su patrimonio en 20.620 millones de euros en 2021, una cantidad 8.429 veces mayor que el sueldo medio de ese año.
Así que, por mucho que al señor Garamendi le moleste, existen los ricos y los pobres. El abismo social es tan evidente como insoportable. Pero hablar de «millonarios» no permite entender gran cosa. Lo que hay que hacer es preguntarse de dónde salen esas obscenas fortunas, qué es lo que genera esa aberrante desigualdad.
La inmensa mayoría de esas grandes fortunas forman parte de una clase social, de un pequeño puñado de oligarcas que controlan el mundo de las finanzas, la industria, el comercio o los servicios. Se sientan en los consejos de administración de los grandes bancos, de las grandes compañías monopolistas del Ibex35, o de las grandes corporaciones del capital extranjero. Guardan abigarradas relaciones con las oligarquías financieras de otros países del mundo -con los banqueros de Wall Street, de Londres, Frankfurt, París o Milán- y también con los núcleos de poder político de nuestro país. Coinciden en los mismos salones con los grandes líderes políticos, con los jefes de la magistratura o los medios de comunicación, o con los mandos de la policía y el ejército.
Son una clase social corporativizada, consciente de su poder y de sus intereses. Y actúan como tal para imponernos a los demás, al 99% restante, sus proyectos. Su riqueza no procede de su habilidad para los negocios, de su astuto olfato empresarial. Su riqueza procede del expolio «legal» del conjunto de la población, de la apropiación -con todas las de la ley, que está hecha para ellos- de millones de horas de vida y trabajo ajenas, salidas de nuestro esfuerzo.
Cuando nos obligan a pagar la factura de la luz más cara de la historia, mediante una ley que les permite cobrarnos toda la energía al precio de la fuente más cara (el gas), ellos se están enriqueciendo mediante el empobrecimiento colectivo.
Cuando en el supermercado debemos pagar los alimentos por cuatro, por ocho o por diez veces su precio en origen, los grandes monopolios de la distribución están forrándose arruinando a millones de consumidores, ganaderos y agricultores al mismo tiempo.
Cuando mediante el euríbor nos imponen un encarecimiento del 35% en la hipoteca, o especulan para subir los precios de los alquileres, los bancos y fondos de inversión están obteniendo gigantescos beneficios a costa de un saqueo al 90%.
No, no son sólo ricos. Son una clase social. Son una oligarquía de bandidos financieros. Su obscena opulencia y el empobrecimiento de la mayoría son dos caras de la misma moneda. Y detrás de esta espiral inflacionaria está su implacable voracidad.