Lo que está ocurriendo en la izquierda situada a la izquierda del PSOE se está presentando ante la opinión pública española, por un lado, como un problema de “egos” entre dirigentes de diferentes corrientes y dirigentes que no “acaban de irse” o que no se “respetan”, como si fuera la repetición de una secular “guerra cainita”, clásica de la izquierda. Y por otro lado como una izquierda enfrascada en una batalla contra el “poder mediático” que pretende destruirla para abrir camino a que “el PP y Vox se hagan con el Consejo de Ministros”.
Nada más alejado de la realidad. Con esa visión, al convertirlo en un problema de nombres propios se están enmascarando los problemas de fondo: quién forma parte de ese espacio de la izquierda o cuáles son las posiciones que se mantienen ante los problemas concretos, como la naturaleza de la crisis, la guerra de Ucrania, las medidas y alternativas ante la crisis o cómo forjar la unidad necesaria para afrontarla.
No es cierto
No es cierto que el espacio a la izquierda del Partido Socialista se limite a lo que representan las fuerzas de izquierdas mayoritarias.
Las noticias, las tertulias y tribunas de los medios de comunicación están saturadas de referencias a dos o tres personas… Pero la izquierda a la izquierda del PSOE es un espacio político plural y diverso que va más allá de lo que representan Unidas Podemos o Yolanda Díaz. En ese espacio hay también otras fuerzas parlamentarias como Más País, Compromís o Teruel Existe, que sumaron en las últimas elecciones generales de 2019 casi 800.000 votos. Y también una izquierda extraparlamentaria, con fuerzas como PACMA o Recortes Cero, que agrupa a casi medio millón de votos. A los que habría que sumar los cientos de miles de votos de izquierdas que hay en las bases de votantes de fuerzas nacionalistas como ERC o Bildu.
En números son unos 7 millones de posibles votantes que representan el 19% del censo electoral.
Es un espacio que hunde sus raíces en numerosas organizaciones de lucha y movimientos sociales. Esta izquierda transformadora, que supera los límites de la socialdemocracia, no es patrimonio de ningún partido en exclusiva, no solo está en los parlamentos, está presente en cada lucha, y actúa en cada autonomía, en cada ciudad o pueblo, en cada barrio.
No es una “izquierda marginal”, que “defiende cosas pero en la práctica apenas cuenta”. Su influencia decisiva está en la lucha contra los recortes o en la exigencia del blindaje constitucional de las pensiones, en la defensa de derechos y libertades y la exigencia de redistribución de la riqueza.
Como no es cierto que las diferencias que aparecen en la izquierda se deban a “históricas guerras cainitas” de la izquierda.
¿Por qué no se les da ese nombre a las posiciones enfrentadas en los partidos de la derecha, como lo ocurrido recientemente en el PP de Pablo Casado y el nombramiento de Feijóo? ¿No será porque al reducirlo interesadamente a una especie de “maldición histórica”-de “marca de Caín”- se quiere desprestigiar el debate y las diferentes posiciones ante los problemas más acuciantes del momento?
Como se ocultan cuáles son las posiciones ante las medidas del gobierno. Cuál es la naturaleza de la crisis y por qué es necesaria una alternativa basada en redistribuir la riqueza. Qué posiciones hay en la lucha por la defensa del sistema público de pensiones. O qué pasa con los fondos europeos. O cuál es la posición de las fuerzas de izquierda ante los problemas territoriales… O ante la guerra de Ucrania y la OTAN.
¿Que viene la derecha?
¿Por qué cuando se habla de qué tiene que hacer la izquierda se enfoca todo a “que viene la derecha”? No solo desde las encuestas y los medios de comunicación se potencia ese discurso; también se hace desde una parte de la izquierda que asume el discurso de que el reto es denunciar la derechización extrema del PP, que traería de la mano a la ultraderecha de Vox.
Y por qué no se habla de lo que es bueno para los ciudadanos y el país.
Una cosa está clara, mientras se concentra la atención en el “miedo” a que la derecha ocupe el Consejo de Ministros lo que desaparece de las noticias, de las tertulias, de los programas y tribunas de opinión… y sobre todo de la relación entre las diferentes fuerzas y corrientes de la izquierda es el debate sobre lo que hay que hacer para encontrar soluciones a los problemas de la gente.
Desde cómo poner límite a la escalada de los precios y la pérdida de poder adquisitivo de los salarios y las pensiones, a cómo resolver los problemas de los autónomos y pequeñas empresas, los precios justos en el campo. O cómo abordar las mejores soluciones para la Sanidad, la dependencia y la Educación.
Pero también cómo abordar otros problemas estructurales, cómo abordar la redistribución de la riqueza, cómo forjar la unidad del pueblo trabajador o cómo defender la soberanía nacional frente a la cada vez mayor integración de nuestro país en las estructuras de los bloques militares.
¿Acaso no es este el debate que necesita la izquierda y el único camino que puede dar una respuesta positiva a las clases populares para ganar a la derecha oligárquica y arrinconar a la extrema derecha?
Los dos retos de la izquierda
Hoy la izquierda se enfrenta a dos retos: establecer una alternativa frente a la crisis y la unidad necesaria para afrontarla.
En primer lugar, se enfrenta al reto de establecer una alternativa dando una respuesta cabal y estructural a una crisis en la que cada vez es más evidente que la inflación es un auténtico atraco monopolista para engrosar los estratosféricos beneficios de bancos y monopolios. La alternativa no puede limitarse a la continuidad de las medidas sociales paliativas y las ayudas sostenidas con el dinero público endeudando cada vez más al país. Ni las medidas pueden ser impuestos especiales, mínimos y coyunturales, sino estructurales, permanentes y de acuerdo a un nivel de riqueza y beneficios. La necesidad de redistribuir la riqueza es ya una demanda social.
Es necesaria una alternativa basada en redistribuir la riqueza, que cuestione los beneficios de la oligarquía y el capital extranjero y proponga un programa de medidas para que, los que se apropian de la mayor parte de la riqueza que producimos entre todos y más beneficios acumulan, contribuyan proporcionalmente a su nivel real de riqueza. Trasvasando parte de esa riqueza para mejorar las condiciones de vida y bienestar de todos los demás. No solo es justicia social sino un factor económico para reactivar la economía y salir de verdad de esta crisis más fuertes, individual y colectivamente, como país.
Y necesitamos unidad para hacer frente a la crisis y aplicar la redistribución de la riqueza. Es el momento de la unidad con independencia de los diferentes criterios y formas de pensar. Y no lo es el del enfrentamiento y las disputas. Es el momento de unir todo lo unible, ampliando desde la izquierda, hasta las fuerzas del centro derecha democrático. Nadie que esté por redistribuir la riqueza es prescindible. Una unidad abierta y constructiva capaz de unir al conjunto de las clases populares en un reto común: salir de esta crisis sin dejar a nadie atrás de verdad.