Productividad y concentración de la riqueza

«¿Cómo puede ser que los salarios del 90% de la población laboral hayan crecido tan poco cuando el PIB se ha más que doblado durante estos 30 años? Si la riqueza total del paí­s ha aumentado más del doble, ¿cómo puede ser que el crecimiento salarial haya sido tan escaso? ¿Dónde ha ido a parar todo el incremento de la riqueza, si no ha ido a los asalariados (que son, por cierto, los que crearon tal riqueza)?»

¿Cómo uede ser esto? La respuesta es muy fácil, aunque apenas aparece en la literatura económica. El incremento de la productividad, que explica el gran crecimiento de la riqueza del país, no ha repercutido en los trabajadores, sino en los propietarios de los medios donde trabajan y en los centros financieros que manipulan, especulan y gestionan tal dinero. Y todo ello ha ocurrido con el apoyo del Estado, cuyas políticas fiscales han facilitado esta enorme concentración de las rentas. La gran concentración de las rentas ha incrementado enormemente el poder político de los superricos y de los ricos, que, a través de su influencia política y mediática, han reducido espectacularmente sus impuestos (PÚBLICO) LA VANGUARDIA.- España límita al norte con la disciplina económica alemana y la voluntad de poder francesa. Limita al sur con la anarquía que viene del norte de África: las tensiones que en Marruecos parece controlar el rey Mohamed; las grietas en el blindaje de la oligarquía militar argelina, en cuyas manos está la llave del gas; la guerra civil en Libia; la lábil esperanza democrática en Túnez y, más allá, el jeroglífico egipcio, donde siguen mandando los oficiales y los escribas del faraón. Limita al oeste con el triste hundimiento de Portugal, lo peor que estos días nos podía ocurrir. Y linda en el este con el inexistente corredor mediterráneo, la maltrecha articulación de la España mercantil. Opinión. Público Productividad y renta Vicenç Navarro El que fue ministro de Trabajo durante la Administración Clinton, Robert Reich, acaba de publicar un artículo –“How Democrats Can Become Relevant Again” (“Cómo pueden los demócratas volverse otra vez relevantes”, 02-03-11)– que tiene gran trascendencia no sólo para las izquierdas estadounidenses, sino también para las españolas. Robert Reich señala que, desde la implantación del modelo neoliberal a principios de los años ochenta, cuando se iniciaron las políticas lideradas por el Gobierno de Reagan, el salario por hora en EEUU se ha mantenido prácticamente estancado. Hoy, un trabajador de 30 años recibe el mismo salario por hora (después de descontar la inflación) que hace 30 años. El 90% de la población en EEUU gana ahora sólo 280 dólares más que cuando la Administración Reagan inició su mandato, lo que supone un incremento de menos de un 1%. Las familias, sin embargo, han conseguido aumentar sus ingresos como consecuencia de la incorporación de la mujer al mercado de trabajo, con un número mayor de miembros trabajando ahora que entonces. Estos datos son sorprendentes. ¿Cómo puede ser que los salarios del 90% de la población laboral hayan crecido tan poco cuando el PIB se ha más que doblado durante estos 30 años? Si la riqueza total del país ha aumentado más del doble, ¿cómo puede ser que el crecimiento salarial haya sido tan escaso? (Esta pregunta debería hacerse también en España.) ¿Dónde ha ido a parar todo el incremento de la riqueza, si no ha ido a los asalariados (que son, por cierto, los que crearon tal riqueza)? Robert Reich lo muestra claramente. Ha ido a la población más rica de EEUU. El 1% de la población de este país, que tiene la mayor renta, ha doblado, por ejemplo, el porcentaje de su renta, pasando de representar el 9% del total de la renta nacional (en 1977) al 20% ahora. En realidad, las rentas superiores (0,1% del 1%) han triplicado su renta. Este pequeñísimo grupo de la población (150.000 declarantes de renta) gana más que 120 millones de trabajadores de EEUU. ¿Cómo puede ser esto? La respuesta es muy fácil, aunque apenas aparece en la literatura económica. El incremento de la productividad, que explica el gran crecimiento de la riqueza del país, no ha repercutido en los trabajadores, sino en los propietarios de los medios donde trabajan y en los centros financieros que manipulan, especulan y gestionan tal dinero. Y todo ello ha ocurrido con el apoyo del Estado federal estadounidense, cuyas políticas fiscales han facilitado esta enorme concentración de las rentas. La gran concentración de las rentas ha incrementado enormemente el poder político de los superricos y de los ricos, que, a través de su influencia política y mediática, han reducido espectacularmente sus impuestos. Desde la Segunda Guerra Mundial hasta el año 1980, la tasa de gravación fiscal de los más ricos había sido del 70% de media. En realidad, en época del presidente Eisenhower, un presidente republicano, había llegado incluso a alcanzar el 91%. A partir de 1980, sin embargo, este porcentaje comenzó a caer en picado. Durante Reagan bajó al 28%, durante Bush padre subió ligeramente al 36%, durante Clinton subió un poco más, al 39%, y durante Bush hijo bajó de nuevo al 36%, ¡55 puntos menos que durante el republicano Eisenhower! Estos descensos han ido acompañados de la práctica eliminación de los impuestos de las grandes propiedades (que afectan sólo al 2% de la población) y una bajada muy notable del impuesto de sociedades (que son las mayores fuentes de ingreso del 1% de la población). Este último impuesto, que había sido del 35% en los años setenta pasó a ser sólo un 20% durante la época Clinton y ahora es sólo un 15%. Las políticas neoliberales han sido causa de la enorme bonanza para los superricos y ricos a costa de la mayoría de la población. Esta enorme concentración de las rentas ha contribuido enormemente a la crisis económica. Puesto que los ricos ahorran más que consumen (tienen tanto dinero que ya no necesitan más), ello quiere decir que el 20% de las rentas poseído por el 1% de la población se ha extraído del mundo del consumo. Y ello implica un enorme agujero, pues no hay suficiente demanda para estimular la economía. Por otra parte, el estancamiento salarial lleva a un enorme endeudamiento de la población, que, al colapsar el crédito (consecuencia de la actividad especulativa de los superricos), ha creado la enorme crisis que estamos viviendo. En España existe una situación semejante. El salario medio (medido en euros constantes) era prácticamente el mismo en 2008 que en 1995. El aumento de la riqueza, resultado del crecimiento de la productividad, se ha ido concentrando en los superricos y ricos de manera que España es, según el Luxembourg Income Study (el centro de datos sobre distribución de renta más creíble), uno de los países desarrollados con mayores desigualdades de renta. El coeficiente Gini (que es el indicador de desigualdad) de España es 0,315, una cifra sólo ligeramente inferior al de EEUU (0,372). Y una de las causas han sido las políticas fiscales regresivas de los sucesivos gobiernos españoles desde 1995. (El tipo máximo impositivo ha bajado 13 puntos durante el período 1995-2010, el bajón mayor en la UE-15). De ahí que las propuestas que Robert Reich hace para las izquierdas estadounidenses sean aplicables también a España. Deberían revertirse las políticas fiscales, exigiendo que los impuestos de los superricos y ricos aumentaran muy marcadamente, no sólo por razones de equidad (en sí un argumento suficiente), sino también por razones de eficiencia económica. La enorme desigualdad es la causa silenciada de la enorme crisis que estamos sufriendo. PÚBLICO. 24-3-2010 Opinión. La Vanguardia Un país modesto Enric Juliana España límita al norte con la disciplina económica alemana –la rudeza con que Angela Merkel maneja su agenda electoral– y la voluntad de poder francesa –recién zarpada del puerto de Marsella a bordo del portaaviones nuclear Charles de Gaulle–. Limita al sur con la anarquía que viene del norte de África: las tensiones que en Marruecos parece controlar el rey Mohamed y que un día pueden buscar alivio en Ceuta y Melilla; las grietas en el blindaje de la oligarquía militar argelina, en cuyas manos está la llave del gas; la guerra civil en Libia, que todo el mundo ha visto empezar y nadie sabe cómo acabará; la lábil esperanza democrática en Túnez y, más allá, el jeroglífico egipcio, donde siguen mandando los oficiales y los escribas del faraón. Limita al oeste con el triste hundimiento de Portugal, lo peor que estos días nos podía ocurrir. Y linda en el este con el inexistente corredor mediterráneo, la maltrecha articulación de la España mercantil, desestimada frívolamente durante los quince años de borrachera inmobiliaria. Esos son los puntos cardinales de una España modesta que no logra quitarse de la cabeza los sueños de grandeza acumulados durante tres lustros económicamente excepcionales, que no volverán. El desfallecimiento de Portugal es, en parte, responsabilidad española. Les hemos acabado de hundir. Portugal es hoy el heraldo de la penitencia que viene: España, país modesto en los siglos venideros. La continuidad del euro está en manos de la industria exportadora alemana y del consenso de su sociedad, programada desde 1945 para no pensar el mundo en términos imperiales. Los bancos alemanes están mal, como ha señalado acertadamente Manel Pérez en La Vanguardia. Los bancos alemanes están agujereados por las hipotecas españolas, pero la federación es fuerte. Un país de 80 millones de habitantes, con una industria potente y un glacis que va de Alsacia a Varsovia y que desciende hacia el norte de Italia (la Lombardía de la Liga Norte y del emperador Barbarroja), Croacia y los montes Cárpatos, evitando las aguas más peligrosas del Mediterráneo, es el indiscutible polo dominante. Hoy y mañana, el Consejo Europeo de Bruselas, con Portugal en la mesa de operaciones, debatirá el plan Merkel de disciplina, barnizado y suavizado por el flamenco Van Rompuy. Y España, país modesto, lo acatará. París no está en condiciones de discutirle la primacía económica a Berlín. No hay plan B francés. A cambio, Alemania no cuestiona la política agrícola común, clave de la estabilidad interna francesa y pilar fundacional de la Europa comunitaria. Francia, con el mejor servicio exterior del mundo después del de Estados Unidos, la independencia energética que le proporcionan 59 reactores nucleares y una notable fuerza de combate, se siente hoy en condiciones de liderar la tutela occidental sobre la anarquía que viene del norte de África y de su patio de atrás, el desguazado Sahel (Mauritania, Senegal, Mali, Níger, Chad, Sudán, Eritrea…). Y lo va a intentar. Esos son los cuatro puntos cardinales –atención a Portugal, la sacudida viene ahora del oeste– de una España cuyo único destino posible es reconocerse y aceptarse –sobre todo aceptarse– como un país modesto. La fiesta se ha acabado para siempre. Y desde una inteligente modestia podrían hacerse cosas interesantes: acercar Latinoamérica a Europa, reconciliarse con la diversidad interna, apostar por las exportaciones, ayudar con prudencia en el Mediterráneo y olvidarse por una larga temporada de los delirios de grandeza. No hay alternativa para Don Quijote y Don Juan Tenorio. Acaso, una eterna amargura… LA VANGUARDIA. 24-3-2011