Pero, ¿es homologable la protesta actual en Turquía con los movimientos de masas que en Túnez y Egipto acabaron con las dictaduras de Alí y Mubarak, en Libia condujeron al derrocamiento y muerte de Gadafi, y en Siria han dado pie a una cruenta guerra civil, que ya va por los cien mil muertos?
¿Se trata, como en aquellos casos, de una rebelión popular contra unas dictaduras de décadas, que habían sumido a sus países en el inmovilismo, se amparaban en regímenes corruptos y vivían de espaldas a las demandas y necesidades de sus pueblos?Evidentemente, no. Esa no es la situación de la Turquía actual. Se discrepe o no de las políticas de Erdogan, lo cierto es que el actual régimen turco es un régimen democrático, y que el gobierno actual es un gobierno elegido por la población y que cuenta con un notable respaldo popular. Tampoco es un país que, como consecuencia de su régimen, viva sumido en el inmovilismo, al contrario. Desde su llegada al poder, el islamismo moderado de Erdogan ha producido un cambio muy notable en la dinámica del país. Económicamente, Turquía ha adquirido velocidad de crucero en su despegue económico y crece al ritmo de las economías emergentes. En sólo diez años, ha triplicado su renta per cápita.«Una protesta nimia se ha convertido en una rebelión social y política en toda regla» Liberado de la tutela de Estados Unidos (y con las viejas tramas golpistas del ejército desarticuladas y sometidas a juicio), Turquía lleva el camino de convertirse en una potencia regional muy activa y con grandes potencialidades. De ser un país que hace una década cifraba todas sus expectativas de desarrollo y su futuro mismo al ingreso en la UE, ahora mismo esa opción apenas si tiene relieve en el debate nacional, ya que su propio peso específico y su crecimiento bastan y sobran para asegurar el desarrollo nacional.Pero esta nueva dinámica de Turquía no despierta simpatías en todas partes ni es bien vista por todos los ojos.Internamente, el nuevo régimen ha tenido que hacer frente a tensiones muy fuertes con el ejército y con los sectores de la burguesía aliados tradicionalmente a EEUU: no a todo el mundo le ha ido bien con el viraje estratégico comandado por Erdogan, ni política ni económicamente.Por otro lado, presionado por sus propias bases, el régimen islamista, periódicamente intenta dar una nueva vuelta de tuerca a su proyecto de islamización social, lo que agudiza sus conflictos con una parte importante de la población, que reclama que Turquía siga siendo un país oficialmente laico, y que se opone a que la sociedad sea islamizada por la fuerza, empleando el poder político, el poder del Estado. En gran medida la protesta actual, protagonizada inicialmente por jóvenes, tiene mucho que ver con la oposición de amplios sectores sociales a esa deriva islamizadora que el régimen, de una u otra forma, con una y otra medida (restricción en la venta de alcohol, por ejemplo), trata de ir imponiendo, gradualmente, a toda la sociedad. Más que por la marcha económica del país o por su nuevo proyecto nacional, las protestas juveniles tienen como fondo el rechazo contundente a que el país tome una senda irreversible de islamización, que acabe imponiendo normas, costumbres, formas de vida, criterios morales y, en definitiva, una única visión de la realidad y un único modo de vida, regido por el islam. Todo esto explica porqué la represión y la intolerancia del régimen frente a una protesta en apariencia nimia, ha dado pie enseguida a que el movimiento tome otro carácter y otra dimensión, adquiriendo un contenido político nuevo y más amplio: la denuncia del «autoritarismo» del régimen y la exigencia de dimisión de Erdogan. En apenas dos semanas, el líder turco ha pasado a convertirse, para los manifestantes, en un «líder autoritario» y «represor», en una especie de «Mubarak turco», que debe dimitir. Plazas y calles de Estambul comenzaron desde entonces a tomar el aspecto de la cairota plaza del Tahrir, epicentro de la lucha contra la dictadura egipcia y símbolo de su derrocamiento.Plazas y calles que se han ido abarrotando conforme el régimen, y el propio Erdogan, denigraban la protesta e incluso la interpretaban como un movimiento golpista encubierto. Ello iba dando pie, a su vez, para que todos los movimientos opositores a Erdogan y a su política, fueran del signo que fueran (incluidos los kurdos), acabaran sumándose a la protesta, constituyendo de hecho un frente social y político de toda la oposición.En apenas dos semanas, una protesta nimia se había convertido en una rebelión social y política en toda regla. Y ahora Erdogan sí tiene un verdadero problema entre sus manos.«EEUU ha intentado ya varias veces mover la silla de Erdogan» Por otro lado, el nuevo régimen turco no tiene queenfrentarse solo a un creciente rechazo interno, cristalizado en la protesta de la plaza de Taksim. También entre sus vecinos han ido creciendo en los últimos años los recelos y los temores ante la conversión acelerada de Turquía en una potencia regional autónoma con un proyecto propio, que busca sin duda reeditar el papel estratégico que el país jugó ya en el pasado, durante varios siglos. Tales recelos y temores afectan por supuesto a Grecia o a Israel (país del que Turquía fue un fiel aliado durante toda la guerra fría), pero también y sobre todo a aquellos países árabes que aspiran a desempeñar el papel de líderes del mundo musulmán, como Arabia Saudita o Irán. Hasta ahora, el «laicismo» del estado mantenía a Turquía relativamente apartada de la lucha por ese liderazgo, pero el nuevo régimen islamista ha devuelto a Turquía a esa sorda batalla, que no es un asunto baladí: no en vano hay casi mil quinientos millones de musulmanes en el mundo. Ante la crisis egipcia, las dificultades crecientes de Irán y los amplios rechazos que suscita el liderazgo saudí (entre otras razones, por sus estrechos vínculos con EEUU), Turquía esgrime hoy el propio éxito de su modelo como baza para ocupar un lugar cada vez más relevante en el seno de la comunidad islámica.Con todo, este recelo hacia el régimen turco no se limita sólo a sus vecinos regionales. Como es sabido, Estados Unidos ha intentado ya varias veces mover la silla de Erdogan por unos u otros medios, ya sea el ejército, la Unión Europea, etc., intentando frenar el ascenso de una nueva Turquía independiente y ajena a sus designios. Y, curiosa o fatalmente, esos recelos también son compartidos, en este caso, por Rusia, a la que históricamente jamás le ha convenido la existencia de una Turquía poderosa al sur de sus fronteras, una Turquía que podría hacer gravitar hacia sí a muchas de las ex repúblicas soviéticas que hoy son nuevos Estados, que tienen una mayoría de población musulmana, que han tenido relaciones históricas con Turquía y a las que el nuevo desarrollo económico turco podría beneficiar.Erdogan no es un líder frágil ni se va a dejar derrocar por una protesta social, a menos que esta supere el nivel de «los indignados» españoles, adquiera otra dimensión y sus muchos adversarios, internos y externos, vean una posibilidad real de debilitar seriamente su liderazgo. Por el momento, él ya se ha envainado su actitud provocativa del principio, y ha acabado accediendo a reunirse con los líderes de la protesta y negociar una salida al conflicto.En sus horas más bajas desde que hace diez años lograra su primera victoria electoral, Erdogan intenta maniobrar para contener un declive político tal vez inevitable. Su sueño de convertirse en presidente de Turquía con atribuciones ejecutivas tras una reforma constitucional para seguir en el poder hasta 2023, en el centenario de la República, podría estar desvaneciéndose.