Después de una negociación descarrilada entre PSOE y Unidas Podemos, el resultado estaba prácticamente cantado. Por 124 votos a favor, 155 en contra y 67 abstenciones, Pedro Sánchez ha perdido su oportunidad de ser investido, escenificando tanto socialistas como morados todas sus diferencias, reproches y acusaciones. Comienza ahora una cuenta atrás, y al cierre de esta edición queda en el aire la pregunta de si habrá una nueva oportunidad para intentar la investidura de un gobierno progresista, o si en otoño nos veremos abocados a una repetición electoral.
El centro de esta segunda y fallida sesión de investidura ha sido la pugna por el relato entre PSOE y Unidas Podemos, por llevarse el premio de la opinión pública, el trofeo del «no he sido yo», de «los culpables son los otros». Durante cerca de una hora y media, socialistas y morados han exhibido urbi et orbi un amargo muestrario de desavenencias, acusaciones y discordias. Quemando los puentes, o deteriorando enormemente las vias para un posterior acercamiento. Como un juicio de padres separados que no tienen inconveniente en hacer daño a los hijos, con tal de quedarse con la casa o el coche.
La mayoría social progresista ha asistido a este triste espectáculo con un abanico de emociones que van desde el estupor, la indignación o el cabreo. En ningún momento, los dos partidos de izquierdas han remarcado las políticas necesarias para las clases populares que -más allá de sus diferencias- se comprometen a llevar adelante, salvaguardándolas de esta pugna. Se ha hablado de las disputas de los médicos y no de qué hacer para curar a los pacientes.
Y sin embargo ha sido la exigencia de los votantes de izquierdas la que ha presionado hasta el último momento a los equipos negociadores. Aunque ahora el juego parece ser el «tú la llevas»: quién se queda con el estigma de haber impedido un gobierno progresista.
Hay opiniones de todos los colores, y ambas bancadas han hecho y dicho cosas que han conducido la caldera de la negociación al punto de ruptura. Pero el hecho es que Podemos es repetidor en estos trances: si bien sus votos fueron decisivos para el éxito de la moción de censura contra Rajoy, es la segunda vez que impide a Pedro Sánchez llegar a la Moncloa tras unas elecciones (la primera vez fue en 2015).
Habían más posiciones dentro del debate. Posturas como las de Compromís o el PNV, que se han abstenido instando a Sánchez e Iglesias a volver a intentarlo «en septiembre, o en agosto si hace falta», aunque con «los deberes (de la negociación) hechos».
Posturas como las de ERC, muy distinta a la de JxCat. Gabriel Rufián ha hecho un discurso poco habitual en él. En vez de una «performance» para destruir y enfrentar, ha exigido a ambas fuerzas de izquierdas que se pongan de acuerdo. Fue especialmente incisivo con Unidas Podemos, a quienes recordó que «cuatro años de vida y lograr cuatro ministerios es un gran éxito: acepten estos ministerios».
Intervenciones como las de un Albert Rivera rayando la demagogia -«la banda no se ha puesto de acuerdo para repartirse el botín”- y que lleva a Ciudadanos cada vez más a la derecha.
Pero también ha llamado la atención una parte de la intervención de Pablo Casado. Más allá de los ataques y salidas de tono del líder del PP, hay que remarcar cuando interpelando a Sánchez, dijo: «usted y yo tenemos una tarea común por delante, que es ensanchar el espacio central de la moderación y hacerlo tan grande que de nuevo los dos podamos ganar en él». ¿Se trata de una llamada a volver los tiempos del bipartidismo?.