Las luchas internas en el seno del partido del Gobierno aún no han tomado la forma de conspiración, pero ya se dibujan bandas y partidas. No son falsos y anónimos rumores los que llegan a mis oídos, sino declaraciones abiertas de los propios políticos. María Dolores de Cospedal hizo alusión a los «cobardes anónimos» y en el PP ya hay quien habla abiertamente de judas. Ni la Historia ni la Literatura perdonan a los traidores, aunque nuestros clásicos reconozcan que, no al que la hace, la traición place, sobre todo en política, que en realidad es un juego de conspiraciones.
Como los adivinadores, siguiendo los graznidos de las gaviotas he comprobado que parecen de cuervos, quizás porque se han alimentado en los basureros de la vida pública. Los giros de sus vuelos me indican que tres facciones del PP se dibujan en el horizonte: la de los intelectuales orgánicos de Faes, la conservadora de los pro vida y la de los treintañeros que aspiran a que salte en pedazos el escalafón. En los últimos días he notado una sutil maniobra para hacernos notar que la corrupción de la que hablamos es vieja, no corresponde apenas a la actual dirección del PP y los ataques a Mariano Rajoy proceden de los desplazados, de los cesantes y de los que van a cesar.
Los alféreces de entonces lo ven de otra manera: «Mariano Rajoy -me dice un leal aznarista- ya sólo gobierna con estadísticas, no hace política, sigue viviendo de la ideología de Aznar y se muestra incapaz de dar una salida racional a la corrupción». Mis contactos en Génova insisten en que la corrupción de la que hablamos es de hace 10 años y de mucho más, y aunque se extendió a toda España, siempre nació en Madrid, donde tanto se critica al Gobierno. Dicen que lo que aquí está pasando ya pasó en los tiempos de Felipe González, donde estuvieron implicados personajes más relevantes que los de ahora.
La trama Púnica la protagoniza un político de segunda división, de un Gobierno regional, donde están pringados unos cuantos alcaldes de pueblo, y quien los ha corrompido ha sido una multinacional francesa de poca monta. El que está metiendo a la gente en los juzgados y en la cárcel es un juez que antes estuvo con Camps y que ha llegado a Madrid en plan macarra para que olviden que fue del PP.
Un diputado que no es del PP y que habla con ellos me explica que algunos parlamentarios están avergonzados. Los propios políticos se reconocen en aquella sentencia de Kissinger: «No sé si es cierto que es el 90% de políticos corruptos el que da mala reputación al 10% restante». Esperan que se haga algo, porque en los años 90 la crisis era de un partido y hoy la crisis es de un sistema. La corrupción ha sido tan masiva que ha llegado a todos los partidos e instituciones y no se resuelve con acuerdos, sino con una acción drástica.
De haraquiri. Habría que formar un Gobierno con caras que no recuerden a la corrupción. No vale una operación cosmética. O catarsis total, o aguantar en una situación agónica hasta las elecciones.