La foto corresponde al momento inmediatamente posterior a que Marimar Blanco, hermana de Miguel Angel Blanco, en calidad de presidenta de la Fundación Víctimas del Terrorismo, finalizará su discurso en el Congreso de los Diputados.
Todos aplauden. Pero Gabriel Rufian, cabeza del grupo de ERC, permanece displicentemente sentado en su escaño. Aitor Esteban, portavoz del grupo del PNV, está levantado, pero con la cabeza agachada, como rumiando un resquemor íntimo. E Irene Montero, en representación de Unidas Podemos, expresa ostensiblemente que no se suma al aplauso general.
¿Por qué?
Como comunista, me resulta inexplicable que alguien no se conmueva ante el ejemplo de quienes no han sido víctimas pasivas sino héroes de una lucha antifascista que está en el ADN de todos los revolucionarios.
Confieso que no tengo, ni creo que exista, ni en todo caso quiero tenerla, una explicación “política” a esta actitud. Es una cuestión de estómago, y de corazón, y no principalmente de la actividad del cerebro.
¿Se imaginan que no hubieran aplaudido tras aprobarse la ley contra la violencia de género, o tras haber escuchado el testimonio de una víctima de la violencia machista? ¿Entonces, por qué hay quien adopta ante las víctimas del terrorismo otra sensibilidad?
Quienes no aplaudieron a Marimar Blanco porque “es del PP”, o por algunas de sus opiniones políticas, manifiestan su indigencia moral. Aquellos que anteponen estrategias políticas a la solidaridad con las víctimas sufren una sensibilidad obtusa, enferma. Y los que, como Rufian, son enanos que creen poder despreciar a gigantes, expresan su propia ruindad ideológica.
La pregunta que arroja el título de este artículo -¿Por qué?- quedará para siempre sin respuesta para todas las personas de bien que no concebimos explicación alguna a lo que únicamente merece nuestro más absoluto rechazo.