«Tras una década de una ambigüedad no siempre constructiva, la Unión Europea tiene ahora una norma para los rescates económicos: la ayuda se concederá a cualquier país que cumpla posteriormente un brutal programa de ajuste, impuesto por la Unión Europea. Sospecho que Grecia lo cumplirá, pero ¿qué pasaría si un país no lo hiciera? Casi seguro que Grecia no será ese país, pero España podría serlo.»
Se erfila una década o más de deflación, es decir, deflación con respecto a Alemania, que también se encuentra bastante próxima a la deflación. Es muy posible que la trayectoria de la economía española se asemeje a la de Japón después del monumental estallido de su burbuja inmobiliaria a principios de los años noventa (EL PAÍS) PÚBLICO.- No es la deuda pública sino la privada la que plantea interrogantes en España. Pues el riesgo de la economía española tiene que ver con la distinta calidad de los activos y pasivos generados durante el auge: mientras el valor de sus sobredimensionados activos inmobiliarios se derrumba con el pinchazo de la burbuja, sus pasivos exigibles se mantienen, planteando problemas de liquidez y de solvencia. LA VANGUARDIA.- El debate del miércoles en el Congreso de los Diputados ha introducido importantes modificaciones tácticas en el tablero. Es del todo falso que el debate no haya servido para nada. Como también es falso que el mensaje del Rey en favor de un amplio acuerdo haya quedado en agua de borrajas. Falso. El mensaje de don Juan Carlos se ha instalado en el centro del ágora y no es previsible que se mueva de ahí mientras dure la crisis Opinión. El País Por qué me preocupa más España que Grecia Wolfang Münchau* Tras una década de una ambigüedad no siempre constructiva, la Unión Europea tiene ahora una norma para los rescates económicos: la ayuda se concederá a cualquier país que cumpla posteriormente un brutal programa de ajuste, impuesto por la Unión Europea. Sospecho que Grecia lo cumplirá, pero ¿qué pasaría si un país no lo hiciera? Casi seguro que Grecia no será ese país, pero España podría serlo. El problema de España no es el derroche fiscal. Su coeficiente deuda/PIB todavía es inferior al 50%, pero va a aumentar rápidamente, ya que el país sigue enfangado en una trampa del crecimiento para la cual no veo una salida realista. España nunca debería haber adoptado el euro tan pronto. La entrada en el euro causó una enorme expansión del crédito y de la vivienda en una economía por lo demás débil, que ninguna regulación financiera podría haber contrarrestado. El estallido de la burbuja española tiene un impacto de una magnitud cuando menos parecida a la reunificación alemana, probablemente peor, porque se produce en un clima económico mundial diferente. España podría pasarse a un modelo supeditado a las exportaciones, pero los demás están haciendo lo mismo, de modo que el alcance queda muy reducido. En cualquier caso, dicha estrategia requeriría una reforma significativa del mercado laboral y la disminución de la flexibilidad salarial, algo que el Gobierno español no contempla por razones políticas. Se perfila una década o más de deflación, es decir, deflación con respecto a Alemania, que también se encuentra bastante próxima a la deflación. Es muy posible que la trayectoria de la economía española se asemeje a la de Japón después del monumental estallido de su burbuja inmobiliaria a principios de los años noventa. Japón acabó teniendo dos décadas de ligera deflación, con unos índices de crecimiento muy bajos y un índice de deuda en relación con el PIB cercano al 200%. Al igual que España, Japón solía ser fiscalmente prudente. Ahora ¿qué pasaría si nuestra nueva norma para los rescates se enfrenta a una crisis española, digamos que en cinco años? La UE exigiría, por instinto, un mayor esfuerzo de consolidación. Le pediría al Gobierno español que aumentara los impuestos y recortara los salarios. Exigiría un aumento de la edad de jubilación y una liberalización total del mercado laboral. Apostaría que quienquiera que sea entonces el presidente del Gobierno español respondería con un signo grosero del dedo, se marcharía de la reunión, volvería a casa y declararía con orgullo que España no aceptará una pérdida de soberanía tan extrema. Mejor morir que estar sometido a un régimen extranjero hostil. Al día siguiente declararía una moratoria de la deuda del país. Y después, ¿qué? Puede que Alemania se muestre reacia a rescatar a Grecia por toda clase de razones, pero Alemania lo hará. Pero no es concebible que Alemania pueda rescatar a España. Alemania y Francia juntas no pueden rescatar a España. España es demasiado grande. Y se da por seguro que España no será ni mucho menos tan obediente como Grecia. En cada supuesto siempre existe la posibilidad de que ocurra un accidente. Ahora la hay en el caso de Grecia. Pero si alguna vez España tiene problemas, me cuesta imaginar cómo se podrá evitar un accidente. Es más, es muy posible que España tenga problemas. Ésta es la razón por la cual la Unión Europea y la zona euro en particular necesitan estar preparadas. La nueva norma para los rescates está muy bien por ahora, bien para Grecia, pero no resistirá una crisis de más envergadura. No deberíamos repetir el error del pacto de estabilidad, que fue revisado en 2005 para fracasar nuevamente en 2009. Si nuestra norma para los rescates fracasa, la supervivencia de la propia zona euro estará en peligro. * Director asociad del Financial Times EL PAÍS. 21-2-2010 Opinión. Público Fortaleza o flaqueza económica José Manuel Naredo ¿Qué ha ocurrido con la alardeada fortaleza de la economía española para que llegara a ponerse en duda su solvencia, incluyéndola entre los países europeos con más problemas? ¿Se trata de un complot internacional contra España que ha obligando a nuestro presidente a salir al quite? ¿No es la economía esa ciencia cuantitativa que –se supone– permite diagnosticar inequívocamente la situación de países y empresas? El hecho de que se descubriera que el déficit presupuestario griego era más del doble del que se venía diciendo, o de que al ser intervenida Caja Castilla-La Mancha se le descubrieran cuantiosas pérdidas cuando declaraba un notable beneficio, muestra que los diagnósticos económicos distan mucho de ser inequívocos. Pues, si bien existe una disciplina –la metrología– que se ocupa de velar por el rigor de las medidas de la verdadera ciencia cuantitativa, no hay metrología económica alguna que acote los márgenes de error de los agregados contables utilizados por el análisis económico. Lo cual abre la puerta a estimaciones impunemente insolventes, sesgadas y hasta intencionadamente manipuladas. En este contexto es normal que no haya un diagnóstico inequívoco sobre la solvencia de la economía española. Como se hizo ver por el Gobierno, la situación de la economía española no tiene nada de alarmante si se enjuicia atendiendo a la importancia del déficit presupuestario y de la deuda pública con relación al PIB. Pero no es la deuda pública sino la privada la que plantea interrogantes en España. Pues el riesgo de la economía española tiene que ver con la distinta calidad de los activos y pasivos generados durante el auge: mientras el valor de sus sobredimensionados activos inmobiliarios se derrumba con el pinchazo de la burbuja, sus pasivos exigibles se mantienen, planteando problemas de liquidez y de solvencia. El hecho de que se hayan devaluado los activos de las empresas inmobiliarias, que estaban valorados en 385.000 millones de euros en sus balances a 31-12-08, cuando el crédito otorgado por las instituciones financieras a estas empresas ascendía a 324.000 millones de euros en septiembre de 2009, nos muestra un sector al borde de la quiebra. Es difícil saber hasta cuándo las instituciones financieras podrán seguir sosteniendo al sector inmobiliario sin que se vean arrastradas en su caída. El gran pacto de silencio de todo lo relacionado con estas cuestiones va unido al empeño de las empresas de tasación, dependientes de cajas y bancos, en minimizar la caída de los precios inmobiliarios. Se ha divulgado a bombo y platillo que el índice oficial de precios de la vivienda elaborado a partir de esas tasaciones sólo había caído un 10% y que ya parecía tocar fondo, mientras se silenciaba que el índice de precios elaborado por Fotocasa, a partir de los anuncios, acumula una caída del 20% y sigue cayendo. Y la caída de los precios de mercado se sitúa por encima de la de los anuncios, como señalan las agencias y evidencian las subastas inmobiliarias. Es obvio que el oscurantismo y la confusión sobre temas tan claves dilatan innecesariamente situaciones de ajuste, dando pie a males mayores. PÚBLICO. 21-2-2010 Opinión. La Vanguardia Realismos Enric Juliana Hoy vamos a hablar de la política politizada. De la política en sí misma, sin aditivos metafóricos, que en Madrid, si te descuidas, te pueden conducir más allá de los límites de un razonable costumbrismo. Por tanto, sólo diré que el día era ayer espléndido, el cielo velazqueño, y que este fin de semana Madrid parece una gran ciudad europea (una vez al año no hace daño), entregada a cinco ferias de arte y a doscientas exposiciones en la órbita de Arco. Al grano. El debate del miércoles en el Congreso de los Diputados ha introducido importantes modificaciones tácticas en el tablero. Es del todo falso que el debate no haya servido para nada. Como también es falso que el mensaje del Rey en favor de un amplio acuerdo haya quedado en agua de borrajas. Falso. El mensaje de don Juan Carlos se ha instalado en el centro del ágora y no es previsible que se mueva de ahí mientras dure la crisis. Con una interpretación republicana del artículo 56 de la Constitución, que le atribuye la función de moderar y arbitrar, el Monarca ha reactivado el mito que dio forma a la restauración democrática de 1977: el consenso como método para vivir mejor y no volver a las andadas. Conviene recordarlo. Portugal vivió tres años antes, en 1974, un corte brusco con el pasado. España, no, en parte como consecuencia del inesperado golpe democrático portugués. Un putsch que asustó a Washington al ver soldados de la OTAN con claveles rojos en la boca de los fusiles y cómo Angola y Mozambique pasaban a la órbita soviética. A mitad de los años setenta, todo el flanco sur de la OTAN estaba en riesgo. Portugal, España, Italia y Grecia. ¿Curioso, no? Los países que ahora inquietan a la ortodoxia monetaria alemana. Los PIGS tan denostados por la prensa anglosajona. Países con economías hoy muy endeudadas, porque resolvieron (cada uno a su manera) las contradicciones de la Guerra Fría mediante una acelerada propulsión del bienestar material. Consenso para vivir mejor y no volver a las andadas. Ese es el mito fundacional de la democracia española y su vigencia explica por qué las palabras del Rey han sido tan bien acogidas por la gente de la calle. Todos los líderes políticos lo saben. El debate del miércoles en el Congreso giró, por tanto, alrededor de un único eje: el pacto. General o parcial; verdadero o simulado. Y se movió el tablero. Como consecuencia del regio mensaje, por la innegable astucia táctica del PSOE (que no desea un acuerdo de máximos, que le obligaría a adoptar una impopular política de severidad y sacrificios), y por la inteligencia operativa de Convergència i Unió, que ha decidido convertirse en el partido del Rey mientras aún se celebran consultas soberanistas en tierra carolingia. Catalunya siempre ha sido un país irónico. Bueno, eso del partido del Rey es una exageración. CiU ha calibrado correctamente la debilidad objetiva de Rodríguez Zapatero y ha decidido generar una nueva coyuntura política española para llegar a las elecciones catalanas en plena forma: con la bandera mítica del consenso, con el respetable estandarte de la gobernabilidad, con el apreciado banderín del sentido común y con la posibilidad de arruinar a Zapatero – dejándole solo-antes de las decisivas elecciones locales y autonómicas de 2011, en las que la socialdemocracia española se jugará su futuro a quince años vista. Sin el gesto de CiU (rápidamente secundado por el PNV, que ya abrió camino apoyando los presupuestos generales del Estado de este año), Zapatero habría salido destrozado del debate del miércoles. Desdibujado el semestre europeo, vulnerable en el exterior (la deuda pública se está colocando bien, pero pueden surgir nuevas turbulencias), bloqueado en el interior, tenso con los sindicatos, castigado por las encuestas (índice de desconfianza del 76%), y con el prestigio literalmente carbonizado en la vasta España central, el presidente se ha salvado gracias a la dialéctica del pacto, que el PP hostigará con prudencia, si Mariano Rajoy mantiene la sangre fría. Estamos ante lo que los italianos llaman una decantazione. Un tránsito. Una dinámica espera. Una búsqueda de tiempos mejores, que Zapatero ha encargado aun singular triunvirato. Su composición (Elena Salgado, José Blanco y Miguel Sebastián) preanuncia cambios en el Gobierno (¿en noviembre, tras las elecciones catalanas?) y nos explica que una de sus funciones principales será la de actuar de comité de enlace con CiU. ¿Por qué nos lo explica? Porque hay dos ausencias. En el nuevo estado mayor del zapaterismo no están ni la vicepresidenta primera María Teresa Fernández de la Vega, ni Celestino Corbacho, ministro de Trabajo, en teoría necesario en toda negociación sobre la crisis. De la Vega es la interlocutora habitual del presidente José Montilla y Corbacho forma parte de la dirección del PSC. Comunicaciones cortadas con el Palau de la Generalitat y con la calle Nicaragua. ("¿Houston?, ¿Houston? Responda, Houston…"). Maquiavelismo leonés. Gambito de caballo que convierte al PSC en el definitivo eslabón débil. En la pieza a sacrificar. Y el lector perdonará, porque al final se han escapado unas metáforas. LA VANGUARDIA. 21-2-2010