El domingo 19 de enero, tras 470 días de brutal guerra genocida de Israel en la Franja de Gaza, tras más de 46.700 muertos -el 70% de ellos mujeres y niños- ha entrado en vigor un frágil alto el fuego de tres fases, por el que el que Hamás se ha comprometido a liberar al centenar de rehenes que aún tiene en su poder, y el gobierno de Netanyahu a cesar los ataques, liberar a un millar de presos palestinos -incluídas mujeres, niños y ancianos-, dejar pasar ayuda humanitaria a Gaza, y a abandonar la actual ocupación militar de la Franja.
Las bombas han dejado de caer sobre Gaza, y los primeros rehenes israelíes ya se han reunido con sus familias. Esta es una enorme, grandiosa y excelente noticia, que todas las personas de buena voluntad no pueden sino celebrar. El fin del genocidio, el alto el fuego, es junto a la liberación de los secuestrados- por lo que millones de personas hemos estado luchando a lo largo de estos trágicos 15 meses de holocausto.
Pero junto a compartir nuestra alegría y alivio con la martirizada población gazatí, o con los familiares de los secuestrados, debemos analizar el trasfondo de unos hechos que se producen -y es imposible no relacionarlo- apenas 48 horas antes de que Donald Trump tome posesión de su cargo y retorne a la Casa Blanca.
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A pesar de todo, una buena noticia.
Gaza ha soportado durante 15 meses el más brutal de los infiernos, la más sanguinario guerra genocida de la larga lista de atrocidades que el Estado de Israel, a lo largo de 76 años de opresión, colonialismo y apartheid, ha perpetrado nunca contra el pueblo palestino. El grado de crueldad, la innumerable y abyecta lista de crímenes de guerra cometida por el ejército de Israel -siempre con las armas y los proyectiles de EEUU-, el nivel de violencia y destrucción que el mundo ha visto en Gaza -una estrecha franja superpoblada del tamaño de La Gomera- no tiene comparación en la historia reciente. Los dos millones de gazatíes han estado literalmente al borde de la limpieza étnica total, de su completa aniquilación o de su expulsión masiva al desierto egipcio del Sinaí.
Y sin embargo, este negro destino no se ha cumplido. Aunque su futuro está lleno de miseria, de extremas dificultades y de completa incertidumbre, Gaza sigue existiendo y los gazatíes -aún con un dolor y un sufrimiento que nadie podrá borrar- siguen viviendo. Si la iniquidad de sus verdugos sionistas sólo se puede comparar con la exterminadores imperialistas como las tropas nazis, la resistencia y la resiliencia del pueblo palestino no tiene paragón en la historia reciente.
A pesar del cruento genocidio, Gaza ha prevalecido. Las bombas han dejado de caer, y la ayuda humanitaria va a comenzar a llegar a su martirizada población. Es una victoria del pueblo palestino, y de todos los pueblos del mundo, y una derrota de los que realmente han buscado borrar la Franja y a sus habitantes del mapa, para anexionarla -total o parcialmente- a Israel.
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Una amarga victoria
Sin embargo, esta buena noticia tiene un retrogusto amargo, muy amargo.
Porque se produce tras quince meses de genocidio en los que Israel ha masacrado a cerca de 50.000 palestinos. Informes como el recientemente publicado en la prestigiosa revista médica The Lancet afirman que las víctimas mortales reales pueden ser muchas más, hasta 70.000 .
Porque hasta el último momento, Israel ha aprovechado para aumentar el contador de muertes y crímenes en la Franja. Bombardeando -la misma noche en la que los gazatíes festejaban la noticia del alto el fuego que les llegaba de Qatar- tres puntos del norte de Gaza, causando más e 50 muertos.
Y porque el acuerdo que ha firmado el gobierno de Netanyahu con Hamás es literalmente idéntico al que los negociadores qataríes pusieron encima de la mesa hace más de un año, en diciembre de 2023. En todo ese tiempo, Netanyahu -con el tácito respaldo militar y diplomático de Biden- se negó a firmar una tregua, justificando su boicot en un sinfín de excusas. Así lo dice el primer ministro de Qatar: «13 meses de desperdicio, de negociar detalles que no tienen ningún significado y que no valen una sola vida perdida Gaza, ni ninguna vida de rehenes israelíes».
Lo cual nos lleva a la pregunta. ¿Qué ha cambiado? ¿Por qué ahora sí han accedido a un acuerdo de alto el fuego que se han negado a firmar durante más de un año con Biden?
Sólo hay unir los puntos, mirar a Washington, y a los preparativos en el Capitolio para la investidura de un nuevo presidente, para responder. La respuesta es Donald Trump.
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¿Por qué a la línea Trump le interesa el alto el fuego en Gaza?
La estrecha cercanía y la notoria sintonía de Donald Trump con el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, junto al perfil -ultra-prosionista y acérrimamente anti-iraní- de los principales cuadros que el magnate ha designado para dirigir su política exterior -Marco Rubio, como Secretario de Estado, y Mike Waltz como consejero de Seguridad Nacional- han hecho temer que el retorno de los republicanos elevara aún más el peligro de que EEUU e Israel busquen desencadenar una gran guerra en Oriente Medio, de consecuencias devastadoras para la región y para la Paz Mundial.
Y evidentemente ese peligro existe. Sin embargo hay poderosas razones por las que -al menos en el corto plazo, en el plano táctico- a la línea Trump le interesa el alto el fuego en Gaza, y una momentánea distensión del «conflicto palestino-israelí».
Veamos.
Primero, el objetivo geopolítico principal de la superpotencia norteamericana -con Obama, con Biden o con Trump- ha sido y es la contención de China, cuya emergencia es la principal amenaza a la hegemonía estadounidense y a su orden mundial unipolar. Concentrar el máximo de recursos económicos, políticos y militares en torpedear el ascenso de Pekín es la máxima prioridad. Todas las demás partidas regionales o las disputas con otros enemigos -por ejemplo Rusia- deben supeditarse a este objetivo principal.
Podemos ver cómo Trump quiere “cerrar” la guerra de Ucrania, cortando en seco la ayuda militar a Kiev y obligándola a sentarse en la mesa de negociaciones con Moscú, aceptando el chantaje de “paz por territorios” de Putin, con dos objetivos que a su vez se relacionan con China. Uno es cerrar el costosísimo grifo de recursos y armas destinadas a Ucrania… para poder redirigirlos hacia otros escenarios más prioritarios, como a fortalecer el cerco militar en Asia Pacífico en torno al gigante chino. Otro es sentar las condiciones de la distensión con Rusia, para intentar atraerla -con el tiempo- a los intereses norteamericanos, rompiendo la alianza estratégica entre Moscú y Pekín.
Lo mismo es aplicable a Oriente Medio y a la escalada de guerra que se ha desencadenado desde el 7 de octubre de 2023. Es un error considerar que detrás de la ofensiva genocida que Israel ha descargado durante quince meses contra Gaza están simplemente los planes del ultrasionista gobierno de Netanyahu. No se puede entender lo que ha pasado en Gaza u Oriente Medio sin partir de los intereses de EEUU en una zona del mundo donde ha perdido poder e influencia.
En los últimos años, unos EEUU que se han retirado de Afganistán y de Irak, han visto no sólo como Rusia se asentaba en la zona, aliándose con un Irán que fortalecía su poder regional -articulando junto a la Siria de Bachar al Assad, Hezbolá en Líbano, Hamás en Gaza o los hutíes de Yemen un auténtico «Eje de la Resistencia» enfrentado a Washington y Tel Aviv- sino como países considerados aliados de EEUU -Arabia Saudí, Turquía, Egipto, Emiratos…- comenzaban a moverse por sus propios intereses, y a acercarse a unos BRICS liderados por China.
Egipto y Emiratos ya han ingresado en el club de las potencias emergentes, Turquía está en la lista de espera de los BRICS, y Arabia Saudí estuvo a punto de ingresar, fruto de unas hábiles gestiones diplomáticas chinas que han suavizado las siempre tensas relaciones entre Riad Y Teherán.
Todo esto era intolerable para los intereses de Washington, al tiempo que beneficioso para los intereses de los BRICS y de China en una región rica en recursos energéticos y de gran valor geoestratégico. Había que dar un golpe encima de la mesa, y los atentados de Hamás del 7 de octubre le dieron la oportunidad a Washington para remover las fichas del tablero.
Quince meses después, veamos cuál es el panorama.
Gaza está devastada, Hamás está extremadamente debilitado, pero pervive, y seguirá existiendo para ser utilizado como «casus belli» para futuras agresiones a Palestina.
El poder de Irán, el gran rival regional de Washington y Tel Aviv, ha sido duramente golpeado. Además de sus propias contradicciones internas -con la lucha del pueblo iraní contra la ultrareaccionaria teocracia de los ayatolás- Teherán ha visto cómo la invasión de Líbano descabezaba a sus aliados de Hezbolá, eliminando a miles de sus principales cuadros con la cadena de atentados con móviles y walkie-talkies.
Pero el punto de inflexión de esta partida de ajedrez regional ha sido la reciente y súbita caída del régimen sirio de Bachar al Assad, sostenido por Rusia e Irán. Para Teherán el golpe es catastrófico, ya que la caída de Damasco parte por la mitad el eje Irán-Siria-Hezbolá con el que ejercía su influencia. Para Moscú también, ya que está en cuestión la continuidad de las dos bases militares que mantiene en el litoral del país, con los que proyecta su poder en el Mediterráneo Oriental.
La caída de Siria en manos occidentales ha hecho más patente la debilidad de Hezbolá en Líbano. Tras el fin de la guerra, la milicia chií uería que el actual primer ministro, Najib Mikati, continuara en el cargo. Pero el presidente electo, Joseph Aoun -que cuenta con el apoyo de EEUU- ha elegido otro primer ministro, Nawaf Salam, opuesto al poder de Hezbolá.
Teniendo en cuenta este marco, respondamos a la pregunta ¿por qué a la linea Trump le conviene «tácticamente» el alto el fuego en Gaza?
Porque con un Irán y una Rusia debilitados en la región, y con una renovada influencia sobre Siria y Líbano, los EEUU de Trump van a buscar ahora el relanzamiento de los «Acuerdos de Abraham» entre Arabia Saudí, Emiratos, Bahreim e Israel. Unos acuerdos que buscan encuadrar a los vasallos norteamericanos en Oriente Medio, enfilándolos contra Irán y reforzando el poder estadounidense en la región. Pero unos acuerdos que se habían agrietado con la carnicería sobre Gaza y la ola de indignación de las opiniones públicas de los países árabes ante el martirio de los palestinos.
Por tanto, el alto al fuego en Gaza ayudará a reanudar la normalización de relaciones entre Israel y los gobiernos árabes pronorteamericanos. Y facilitará que las monarquías del Golfo lideren la reconstrucción de Gaza y Siria a cambio de estabilizar la situación en Oriente Próximo.
Y no pocos apuntan a que, aprovechando la debilidad del régimen de los ayatolás, es probable que Trump intente aprovechar la situación para negociar un nuevo acuerdo nuclear con Irán. Un acuerdo en una correlación de fuerzas desfavorable a la república islámica, y más favorable a los intereses de EEUU.
De conseguir esta «Paz Imperial» en Oriente Medio -altamente inestable y basada en la tensión, asentada sobre un polvorín de antagonismos y conseguida después de un baño de sangre en Gaza y Líbano- EEUU podría, como en Ucrania, concentrarse y destinar mayores fuerzas a la partida más importante: Asia-Pacífico y la contención de China.
Aún es pronto para saber si lo conseguirá, y cómo capeará la marejada de contradicciones en una zona tan convulsa como Oriente Medio, pero he aquí algunas razones que explican el porqué una línea tan peligrosa para la Paz Mundial como la de Trump le conviene -al menos en el corto plazo- el alto el fuego en Gaza.
