La euforia de la bolsa española, subiendo más del 14% en un sólo día tras la aprobación del mal llamado plan de rescate de 750.000 millones de euros, es tan absurda e irreal como que alguien descorche una botella de champán al enterarse que su médico le ha prescrito un tratamiento de quimioterapia.
Porque esa es exactamente la teraia radioactiva que se ha decretado en Bruselas para los países del sur de Europa, y en particular para España. La misma magnitud y el volumen de la cantidad aprobada por la UE –un 30% superior a la que tuvo que poner EEUU tras el colapso provocado por la caída de Lehman Brothers– revela la dimensión de lo que está en juego. Nadie aplica un tratamiento de quimioterapia para curar una pulmonía, ni siquiera una tuberculosis. La metástasis griega se ha propagado, mucho más rápido, más lejos y más profundamente de lo que nadie sospechaba, a pesar de que desde estas mismas páginas venimos advirtiéndolo reiteradamente. Y más, por supuesto, de lo que nadie está dispuesto a reconocer, como demuestra una euforia de las bolsas de la que los mismos profesionales del parqué decían la mañana del lunes “esto no es mercado, es una farsa, es absurdo, irreal, hay una especulación increíble. No hay ninguna información real que justifique estas subidas, ¿a quién se está beneficiando?” O la de los principales medios de comunicación que siguen entonando aquello de “que buenos son nuestros señores de Europa, que buenos son que nos llevan de excursión”. Sí, nos llevan de excursión… pero para devorarnos. Chernóbil en Europa del Sur Tras el acuerdo de Bruselas, España ha sido situada abiertamente ya en el epicentro de lo que ha dejado de ser un tsunami para convertirse en una explosión atómica en cadena. No se precisa de una cantidad tan ingente de dinero para “rescatar” a Grecia, a Portugal o a Irlanda. Ni siquiera a la suma de los tres. Al manejarse en esos volúmenes, Berlín, el FMI y el Banco Central Europeo apuntan directamente a España. Lo de Grecia ha quedado reducido a la categoría de primer ensayo, de una “pequeña explosión controlada” en los confines de Europa. La misma canciller alemana Merkel lo ha reconocido sin tapujos al afirmar tras la cumbre que España y Portugal “tienen la culpa de la crisis del euro”, anunciando que nos tendrá “vigilados para comprobar que cumplen con sus compromisos”. Compromisos que pasan por un drástico plan de ajuste, recortes en el gasto público y rebajas de pensiones y salarios –lo que el gobernador del Banco de España calificó hace unos días como un “plan a la griega para España”–, cuya aplicación se exige desde ya mismo y del que Zapatero debe rendir cuentas antes Bruselas la semana próxima. Lo que se presenta como un “plan de rescate” para las economías dependientes y endeudadas del sur de Europa es en realidad un contrato de esclavitud, que obliga a estos países a trasvasar un 25% de sus riquezas a las grandes oligarquías financieras del planeta. Devorar una parte sustancial de su riqueza mediante unos planes de ajuste que aseguren el pago de las deudas sin importar las consecuencias que tengan para la población, mantenerlos bajo estricta vigilancia, amenazando con sanciones durísimas, para que no se aparten ni un milímetro de esos planes diseñados por el FMI (es decir, Washington) y Berlín. Y en ese proceso degradarlos a una especie de tercera o cuarta división mundial que los haga todavía más dependientes de ellos. Este es el objetivo que se persigue al desatar la explosión nuclear de la deuda sobre los países del sur de Europa. Cuyos efectos radioactivos, como en Chernóbil, permanecerán presentes durante muchas décadas. La sicología de las naciones y la ‘solución final’ No hay nada que retrate mejor la sicología de una nación que sus leyendas y cuentos infantiles. En este caso tendríamos que remitirnos a los hermanos Grimm y su cuento de Hansel y Gretel para encontrar la mejor ilustración de lo que está ocurriendo. En el cuento, los dos pequeños hermanos, perdidos en medio del bosque, encuentran una casita hecha de chocolate, pasteles y azúcar. Hansel y Gretel empiezan a comer sin sospechar siquiera que la casa es la trampa de una vieja bruja, donde los encierra y los ceba a diario con el objetivo de engordarlos, para luego devorarlos. Pues bien, esto es exactamente lo que ha ocurrido con los países del Sur (y del Este) de Europa tras su entrada en la Unión Europea. Ya dijimos la pasada semana cómo no es en absoluto casual que las grandes potencias inventaran para nosotros la despectiva denominación de PIGS, cerdos en inglés. No la de caballos –que implica incluso un toque de distinción–, ni siquiera la de burros para que hagan los trabajos pesados, sino cerdos. Porque ese es exactamente el papel que nos tenían reservado: un animal cuyo único fin es, una vez capado, cebarlo y engordarlo para cuando llegue el momento en que sea necesario devorar su carne y nutrirse con sus proteínas. Que ese momento ha llegado ya es la decisión tomada la madrugada del domingo en Bruselas. Incluso aunque para ello hayan tenido que sacrificar dos de los pilares básicos que hasta ahora Berlín consideraba intocables. Las resistencias de Merkel a aprobar un plan de esa magnitud han sido finalmente vencidas por las presiones de Obama (que conversó telefónicamente con la canciller alemana hasta tres veces el pasado fin de semana) y las posteriores negociaciones con Washington a través del FMI. También el Bundesbank se ha visto obligado a ceder, permitiendo al Banco Central Europeo que compre deuda, pública o privada, en los mercados, aunque esa deuda tenga la categoría de bonos-basura y haya que imprimir masivamente euros sin ningún valor real que los respalden. El insondable nivel de deuda que EEUU necesita para poder seguir manteniendo su hegemonía política y militar, exige que sus principales socios, entre ellos Europa, carguen con la factura de una parte importante de las pérdidas provocadas por el estallido de la crisis. Y dentro de Europa, este movimiento requiere a su vez que las principales potencias descarguen la factura sobre los países más débiles, dependientes y endeudados como el nuestro. De esta necesidad, y de esta correlación de fuerzas en la cadena imperialista, surge la “solución final” diseñada en Bruselas: hay que pasar inmediatamente a devorar a los PIGS a los que durante años han estado “cebando”, primero con fondos de cohesión, después endeudándolos hasta el tuétano. Zapatero en capilla Tras el acuerdo de Bruselas, la ministra de economía Salgado rectificaba lo dicho por Zapatero al término de su entrevista con Rajoy, reconociendo que “en estas condiciones, la consolidación fiscal está por encima del crecimiento económico”. Y al propio Mariano Rajoy le ha faltado tiempo para decir que a Zapatero “le han cantado las 40 en Bruselas”. Eufemismos para ocultar la realidad: a España se le ha impuesto, como se hizo las pasadas semanas con Grecia, un “corralito presupuestario” que implica la adopción de medidas, por más impopulares que sean, que afectan a partidas de gasto que hasta ayer mismo Zapatero decía ‘intocables’: salarios, despidos de funcionarios, rebajas en las pensiones, recortes en sanidad y educación, nuevos aumentos de impuestos… El gobierno puede decretar ya la defunción del Plan E y de nuevas inversiones en obras públicas. Lo que prolongará el estancamiento económico –con el consiguiente empobrecimiento de la mayoría de la población– por bastantes años. Berlín y Washington, a través de la UE y el FMI, han adquirido la potestad de determinar el rumbo de la política económica española, y España queda convertida en una especie de “protectorado” de ambos. A esto nos ha llevado Zapatero bajo la batuta de Botín. Y el propio Zapatero entra en capilla, como veladamente ya habían expresado la pasada semana avezados políticos como Felipe González (que reclamó medidas adecuadas al “estado de emergencia nacional” que vive el país), o el portavoz de CiU Durán i Lleida, pidiendo la sustitución de Zapatero, la formación inmediata de un gobierno de concentración que tome las brutales medidas de ajuste que se exigen a España y a continuación convoque elecciones anticipadas. Hace unas semanas ya advertíamos que España entraba en una situación de auténtica emergencia nacional. Los acontecimientos de estos últimos días no han hecho más que situar en su justo grado el nivel máximo de emergencia al que nos enfrentamos. Ahora es el momento de que todos, fuerzas políticas, sociales y sindicales (o corrientes y tendencias dentro de ellas), organizaciones ciudadanas, de autónomos, de pymes, de consumidores, estudiantiles,… afectados en mayor o menor medida por el drástico plan de ajuste que quieren imponernos, empecemos a trabajar por la creación de un amplio frente político de unidad capaz de dar la batalla para impedir que nos arrojen al abismo del empobrecimiento y a un grado de dependencia rayano en la esclavitud.