Conversación con Rodrigo Rey Rosa

Pisar la cola al dragón

El escritor guatemalteco se adentra en esta entrevista en el núcleo de su singular universo literario, que tiene a Guatemala en el centro

Rodrigo Rey Rosa (Ciudad de Guatemala, 1958) es uno de los escritores más destacados y de mayor calidad de la narrativa hispanoamericana posterior al boom. Un autor al que Bolaño reconoció como “el más luminoso y el más transparente” de su generación. Después de Miguel Ángel Asturias y de Augusto Monterroso, Rey Rosa es el tercer gran escritor que Guatemala ha dado a la lengua española en lo últimos cien años. Día pasados, Rodrigo Rey Rosa ha cursado una gira (Madrid, Valencia, Barcelona y Toulouse) para presentar su libro «La cola del dragón», de Ediciones Contrabando, y para participar asimismo en la presentación del libro «No, un momento. Ajá. Sin duda me odio todavía a mí mismo», del poeta norteamericano Robert Fitterman, un largo poema de casi cien páginas sobre la tristeza y la soledad en Nueva York, que Rey Rosa ha traducido al español, y cuya versión bilingüe ha editado recientemente también Contrabando. La amistad y la colaboración entre Rey Rosa y Fitterman viene de lejos, de los años 80, cuando, asqueado de la violencia en su país (el conflicto interno guatemalteco, que duró más de 30 años y provocó la muerte de al menos 200.000 personas, estaba entonces en su momento álgido) Rey Rosa marchó a Nueva York, donde se matriculó en una escuela de cine. Poco tiempo después, sin embargo, su vida daba un nuevo giro. Dejaba atrás Nueva York para marchar a Tánger. «El Ejército fue responsable de más del 90 por ciento de los asesinatos y desapariciones»

En las primeras páginas de «La cola del dragón», Rey Rosa habla de ese viaje a Tánger, con apenas veinte años, en el que conoció a Paul Bowles: «Hace 26 años ya que puse pie por primera vez en Tánger. Se parece a Sicilia, con algo de Grecia y del sur de España también, sin los camellos…»

«Como suelo decir -nos explica-, Paul fue el primer escritor a quien conocí en persona. ¡Eso fue una gran suerte! Durante el taller de creación literaria que tomé con él -y no volví a tomar otro después de ese- decía a los participantes que él no creía que fuera posible enseñar este oficio, que cada uno debía arreglárselas por sí solo; que él daba esos talleres porque necesitaba ganar algo de dinero».

«En ese tiempo -prosigue- sus libros no eran muy conocidos, como llegaron a serlo después de que Bertolucci llevara al cine su versión de ‘El cielo protector’, que por cierto a Paul no le gustó nada», precisa.

«Paul también decía que quienes pensaran que él podía ayudarles a escribir libros que pudieran convertirse en ‘best-seller’ estaban en el lugar equivocado. Pero aunque no fuera posible enriquecerse con la escritura, creía que sí era posible organizar la vida alrededor de la escritura y dedicarse plenamente a ella».

Más que deudas literarias (que sin duda las hay), lo que Rey Rosa valora de este encuentro «fortuito» y juvenil con Bowles, son esas lecciones «de vida y literatura», que ha procurado mantener siempre vivas: «organizar la vida alrededor de la escritura», «dedicarse plenamente a ella», aunque para ello sea preciso adecuarse en cada momento a las circunstancias. Si ha vivido tantas temporadas en Tánger (además de por la amistad con Paul Bowles) es porque allí «es más barato vivir» («y está cerca de Europa», matiza).

Con la marcha a Tánger comienza un período «nómada» de su existencia, que dura casi quince años. Como dice Bowles en una página de «El cielo protector», y Rey Rosa parece asumir: «En los viajes solía pensar con más claridad y tomaba decisiones de que era incapaz cuando estaba asentado en un lugar fijo». El viaje se fue convirtiendo en una actividad básica en el quehacer de Rey Rosa. Incluso después de mediados de los noventa, cuando, tras la firma de la paz, se vuelve a asentar en Guatemala, cada año viaja durante varios meses. Ello se ha hecho consustancial a un autor que no se siente atado a ninguna raíz en particular: que es tan guatemalteco, como europeo o «de la orilla africana». Aunque sin duda, la temática guatemalteca es la más abundante en su producción literaria.«Guatemala es un país violento por su estructura social»

«Lo cierto es que mientras ocurrían las matanzas, en los años setenta y ochenta -dice-, en Guatemala era prácticamente imposible para el ciudadano medio enterarse de lo que ocurría, porque la prensa callaba casi todo. Los dueños de los medios eran en cierta manera cómplices». Desde fuera del país era más fácil saber lo que estaba pasando, señala Rey Rosa. ¿Y qué estaba ocurriendo? Una guerra intestina, con más de doscientos mil muertos,»en la que, según el informe Guatemala nunca más, el Ejército nacional fue responsable de más del 80 por ciento de los asesinatos y desapariciones». Y dentro de esta guerra cruel y despiadada, «hubo genocidio contra la minoría ixil, uno de los pueblos mayas». Tal genocidio fue juzgado y condenado por un tribunal guatemalteco, pero de inmediato hubo una anulación del juicio y la sentencia «por defectos de forma».

«Durante una de las entrevistas que hice para escribir la crónica que lleva por título La cola del dragón -argumenta-, en la que hablo del juicio por genocidio entablado a dos ex generales, pregunté a un testigo cómo fue que esperaron tantos años a juntar pruebas después de las matanzas, es decir, a desenterrar los cadáveres de las víctimas en el país ixil. La respuesta fue que al principio no se atrevían, porque, como decía le gente, no convenía tocarle la cola al dragón. Pero una vez vencido ese miedo, comenzaron los desenterramientos sistemáticos y hubo abundancia de pruebas». El miedo a «pisarle la cola al dragón», es decir, el miedo a que los poderes que llevaron a cabo el genocidio (no sólo el ejército, también los sectores más poderosos de la economía, o de los medios…), desataran una nueva ola de represión contra ellos, los mantuvo silenciados muchos años. Pero, al final, las víctimas hablaron. Las pruebas salieron de debajo de la tierra. Se tradujeron en esmerados informes, que ponen los pelos de punta (a la pregunta de si Guatemala fuese un género literario, cuál sería, Rey Rosa no lo duda: el Terror). Y se llegó a un juicio, que condenó a Ríos Montt. Pero al día siguiente los poderes económicos levantaron la voz de alarma. Y la sentencia fue anulada «por la corte celestial», un grupo de magistrados que forman la Corte de Constitucionalidad y ostentan la cúpula del poder judicial. «A los que reclamamos que se reconozca el genocicio nos han llamado de todo, hasta mercaderes del dolor. Dicen que lo hacemos por dinero». Cierta prensa arguye que una condena de este género sería una vergüenza para Guatemala y además tendría un coste económico que arruinaría al país, al tenerse que pagar cuantiosas indemnizaciones. «Todo esto es muy mezquino», afirma Rey Rosa, para quien los «negacionistas» siguen sin reconocer a las víctimas como tales. Tras haber vivido el cruel asesinato de sus padres, de sus hijos, de sus parientes, de su comunidad… ahora tienen que soportar acusaciones de «querer traficar con el dolor» y «tratar de ensuciar a la patria».

Rey Rosa volvió a Guatemala tras la firma de los llamados acuerdos de paz a mediados de los años noventa. Pero aquellos acuerdos no significaron, en absoluto, el fin de la violencia en el país. «Hoy hay más muertes violentas por armas de fuego en Guatemala que en los peores años del conflicto interno», asegura Rey Rosa. Y así es, aunque resulte difícil de creer. Ya no hay tantas muertas por razones ideológicas o políticas, pero ahora está el narco, la delincuencia, la industria del secuestro, la violencia de ganaderos o mineros… «Guatemala es un país muy convulso», dice. Y la razón primera de esa violencia perpetua es «la tremenda desigualdad. Hay un sector muy minoritario y muy rico y el resto de la población vive en la pobreza, a veces en la pobreza extrema». La violencia ya nace ahí. «Guatemala es un país violento por su estructura social. Poner juntos la riqueza extrema y la pobrera extrema ya es una situación violenta».«Las «geografías» de Rey Rosa son múltiples y muy variadas»

Para Rey Rosa que «la violencia» atraviese sus textos (tanto los de ficción como los de no ficción) no es exactamente el fruto de una elección calculada, ni de una estrategia literaria, sino más bien algo que le viene «impuesto» por la realidad. «Hay una serie de temas que nos vienen dados, no podemos escapar de ellos. Aunque te alejes de ellos, siempre vuelven». «Los escritores centroamericanos tenemos esta fatalidad». Y cita el caso del salvadoreño Horacio Castellanos Moya, al que le une no solo la admiración literaria sino una antigua amistad.

No obstante, es necesario aclarar que no todos los libros de Rey Rosa versan sobre Guatemala y la violencia: hay novelas suyas como «La orilla africana» o «Tren a Travancore», que se sitúan es otros escenarios: Tánger o la India. Su libro de relatos «Ningún lugar sagrado» transcurre en Nueva York. En «La cola del dragón», además del texto sobre Bowles, hay otros sobre los estudios de Miquel Barceló en París, sobre el ensayista nicaragüense Salomón de la Selva o sobre las bibliotecas colombianas. Las «geografías» de Rey Rosa son múltiples y muy variadas.

Lo que sí es más homogéneo, a la vez que su sello más distintivo, es su singular estilo narrativo, que cautivó desde un principio a los críticos más exigentes. Pere Gimferrer, que con su antena única ya percibió en sus primeros cuentos (los más oníricos y los más influenciados por Borges) a un escitor con un registro especial, afirmó ya entonces: «Una escritura despojada hasta el máximo, en la que ninguna palabra sobra y sin embargo algo envolvente y sensual hasta rozar lo obsesivo, casi como un sueño vivido». O más recientemente, Rodríguez Marcos (Babelia) encribía: «Rey Rosa es a la vez parco, delicado y rotundo, como sus libros. El suyo es un estilo sin adornos, pero no frío, en todo caso «una enorme cámara frigorífica en donde las palabras saltan, vivas, renacidas», según la descripción de Roberto Bolaño, que siempre señaló a su colega como uno de los grandes narradores de su generación». O como afirma Raphaëlle Rérolle, crítico de Le Monde: «Una obra extraordinariamente contenida, parca, intrigante. Una literatura a salvo de gestos inútiles, donde la belleza parece nacer de esa curiosa inclinación al silencio».

Rey Rosa, que confiesa escribir aún «con plumilla y papel», y que asegura que su caligrafía «sigue siendo la misma que hace treinta años», cuando empezó a llenar sus primeros cuadernos y escribir sus primeros relatos (algunos de ellos fueron ya entonces traducidos al inglés por el propio Paul Bowles), es un maestro de la lengua. Un escritor sutil, conciso y elegante, con una enorme capacidad de sugerencia. Su prosa limpia y precisa se aleja deliberadamente del barroquismo y rinde aún un lejano culto a la transparencia del lenguaje borgeano, aunque su narrativa se ha ido distanciando cada vez más de las marcadas huellas del maestro. «Cuando era joven, viajaba siempre con las obras completas de Borges encima. Las leí una y otra vez». Aquella influencia declinó conforme aparecía y se consolidaba la voz propia (aunque aún matiza que «alejarse demasiado de Borges puede ser peligroso»). Pero aún se detecta esa precisión y elegancia, esa enorme capacidad de evocación, que hace -como dice Masoliver Ródenas- que «identifiquemos el estilo de Rey Rosa con el de los clásicos, donde las palabras son tan esenciales como la tensión narrativa que crean».

Rey Rosa afirma «que básicamente hay dos tipos de escritores: los que escriben para explicar y los que escriben para explicarse». Él se adscribe, sin duda, entre los segundos. Sobre todo en las novelas («en los cuentos, más breves, todo está más decidido de antemano») procura trabajar sin un plan. Se prohíbe «saber lo que va a pasar de antemano, saber más de lo que sabe el lector en cada momento». Así la escritura es «más placentera, porque te vas encontrando sorpresas continuamente».

La gira de Rey Rosa por España ha dejado, además, algunas huellas y materiales sonoros y visuales que nos permiten adentrarnos como no podíamos hacerlo hasta ahora en el universo literario y personal del escritor guatemalteco; entre ellos, la entrevista de casi una hora con el periodista Javier Rodríguez Marcos (Babelia) en la Casa de América de Madrid (http://www.casamerica.es/literatura/la-cola-del-dragon) o un programa de media hora de televisión, emitido por el canal de TVE 24 horas, en sus Conversatorios en la Casa de América (http://www.rtve.es/alacarta/videos/conversatorios-en-casa-de-america/conversatorios-casa-america-150515-2358-169/3129368/). Una gran oportunidad para conocer en directo al autor de «La cola del dragón», uno de los escritores mayoresde la literatura en lengua española de nuestros días, cuya obra narrativa está reeditando en la actualidad Alfaguara. Una obra que incita al lector a atreverse a «pisar la cola al dragón».