Durante cuatro días y cuatro noches, una enconada negociación se ha librado en la cumbre europea en la que debía dilucidarse la cuantía, las formas y las condiciones del Fondo de Recuperación.
Los mal llamados «países frugales» (mucho mejor el mote de «halcones del Norte») -Austria, Suecia, Dinamarca y Finlandia, capitaneados por Holanda- han librado una feroz oposición a la propuesta de la Comisión Europea, respaldada por los países del Sur y más afectados por la pandemia -especialmente Italia y España- apoyados en esta ocasión por Alemania y Francia.
En varios momentos la cumbre ha estado a punto de descarrilar, y solo después de muchos tiras y aflojas se ha llegado a una solución de compromiso.
Lo primero que ha quedado resuelto es la cuantía del Fondo: 750.000 millones de euros, tal y como proponía el presidente del Consejo Europeo avalado por Alemania y Francia. Esta cantidad sigue siendo muy inferior a los 1,5 o 2 billones de euros que, según los cálculos del Parlamento europeo, costará la reconstrucción. Y por tanto, abocará a los países más afectados por la crisis -especialmente los del Sur- a tener que recurrir a otro tipo de préstamos (por ejemplo el MEDE) que tienen onerosas condiciones.
Sin embargo, esta una cantidad considerable. No se corresponde con la «generosidad» de las burguesías monopolistas alemana y francesa, ni con la sensibilidad y el altruismo de líderes como Merkel o Macron. El gran capital alemán es uno de los más interesados en que vuelva a ponerse en funcionamiento la producción y el comercio en la UE. Más de dos tercios del excedente comercial alemán proviene de sus ventas a los países europeos. Tres cuartas partes de lo mismo sucede con los intereses de la plutocracia gala.
Un eventual colapso económico del Sur -que incluye a mercados del tamaño de Italia, España o Portugal- sería un ruinoso negocio para el capital alemán. Y podría acelerar la desintegración política de la UE, la plataforma que impone la hegemonía alemana, ya sometida a bastantes tensiones desde hace unos años, y que tras el Brexit tiene las costuras aún más debilitadas. Por eso -no por preocupaciones humanitarias ante los efectos de la pandemia- la antaño intransigente Merkel ha abogado por abrir la mano en la concesión de ayudas por parte de la UE.
Pero no todo ha quedado intacto en la propuesta de Berlín y París. Tal y como exigían los halcones del Norte, la parte del Fondo de Reconstrucción que se otorga en forma de transferencias no reembolsables ha pasado del medio billón a los 390.000 millones de euros, y la parte que se concederá en forma de préstamos a interés será más amplia, de 360.000 millones. Algo que no contradice, sino más bien todo lo contrario, los intereses de los grandes bancos germanos, que tienen en la compra de títulos de deuda de los Estados europeos una de sus grandes fuentes de negocio. La deuda pública y privada del conjunto de la UE con Alemania asciende más o menos a un billón de euros, siendo por tanto uno de las principales vías de exportación de capital de la oligarquía financiera alemana.
Por supuesto, se han impuesto durísimas condiciones macroeconómicas para acceder a estas ayudas. Aunque el veto que proponían los «frugales» haya quedado edulcorado y maquillado, es un veto después de todo.
Un solo miembro de la UE, Holanda por ejemplo, podrá bloquear que países como Italia o España reciban los fondos si no está de acuerdo con las macropolíticas que impulsen sus gobiernos. Amsterdam podrá vetar -en los hechos- que las pensiones se revaloricen con el IPC, que se derogue la reforma laboral, que se apruebe la Tasa Google, que se aumente el gasto social… Se trata de una pérdida de soberanía en toda regla.
¿Halcones de quién?
Hace diez años, cuando la canciller Ángela Merkel imponía sobre Europa su diktat casi en forma de rodillo austericida, hubiera sido inimaginable que un grupo de países -menos aún del norte y centro de Europa- actuaran ya no al margen, sino en contra de las directrices de Berlín y París.
Los «frugales» (quitemos a Finlandia que no es miembro «fijo» de este nuevo club) representan el 15% del PIB de la UE, mientras que Alemania, Francia, Italia y España -que en esta cumbre han actuado más o menos en el mismo bando- se acercan al 70% del PIB de la Unión. Llama muy especialmente la atención el comportamiento desobediente de Holanda respecto a Alemania.
Para entender este nuevo juego de poderes es necesario mirar al otro lado del Atlántico. Porque la contradicción que está en el corazón de la batalla por la cuantía, las formas y las condiciones del Fondo de Reconstrucción no es solo, ni principalmente, la antigua y tradicional pugna del «eje franco-alemán» vs. PIGS (las iniciales de los países del Sur de Europa, así llamados despectivamente), aunque esa contradicción sigue existiendo y operando.
No estamos ante una batalla Norte-Sur, sino ante un forcejeo entre los máximos representantes de la política norteamericana en Europa, en contradicción con los intereses imperialistas de Alemania y Francia, y con las burguesías y los pueblos del Sur.
En este caso, los halcones del Norte encabezados por Holanda, actúan a modo de bucaneros con patente de corso de la superpotencia yanqui, que -ante la agudización de su declive y las notables consecuencias inmediatas de la crisis económica post-Covid- necesitan dar un salto en su grado de expolio sobre Europa. Washington necesita capataces para, látigo en mano, obligar a los países europeos a aceptar una nueva cuota de tributos, para endosarles una mayor parte de las pérdidas derivadas de la crisis.
Y este es el papel que ahora cumple Holanda, que ve recategorizada al alza su importancia para una administración Trump empeñada en someter degradatoriamente al Viejo Continente a los intereses hegemonistas. Un cometido, el de ser caballo de Troya de los intereses norteamericanos en Europa, que durante muchas décadas ha cumplido un Reino Unido cuya clase dominante tiene muchos y profundos vínculos con la oligarquía financiera estadounidense.
El nuevo cargo de Amsterdam como halcón de Washington y azote del Sur de Europa corre parejo a las privilegiadas relaciones que este país -el principal paraíso fiscal de Europa- tiene para los grandes capitales de Wall Street. Holanda, que vive en buena parte de atraer sobre sí la evasión fiscal de otros países de la UE gracias a su bajísima tributación, es (al igual que países como Luxemburgo o Irlanda) la base de operaciones en la UE de las principales multinacionales y fondos de inversión estadounidenses. Según la revista Fortune, 220 grandes corporaciones estadounidenses tienen filiales en Holanda.
Por todos es sabido que casi todos los piratas del siglo XVII -ahora idealizados por Hollywood- eran en realidad brutales servidores de la corona británica para saquear las riquezas procedentes de la América española, y para asentar el dominio inglés en el Caribe.
Ahora, estos nuevos «piratas del Norte», encabezados por Holanda, están manejados por hilos que cruzan el Atlántico… aunque en sentido contrario.