Editorial Internacional

…Pero es nuestro hijo de puta

Para defender sus intereses y su hegemonía mundial, la superpotencia norteamericana necesita apoyarse en dictadores y sátrapas, en gorilas golpistas y torturadores de la Escuela de las Américas. Y también en Estados como el de Israel y en genocidas como Netanyahu

Horrorizado ante la insoportable dimensión del genocidio en Gaza, el secretario general de la ONU, Antonio Guterres, recurrió al infrecuente artículo 99 de la Carta fundacional de Naciones Unidas para tratar de forzar en el Consejo de Seguridad un alto el fuego humanitario que alivie la catastrófica situación en la Franja.

Algunos esperaban que -por una vez- una administración Biden que tiene crecientes contradicciones (domésticas e internacionales) con el holocausto que Tel Aviv está desencadenando en Gaza, le diese un toque de atención a Netanyahu. Le mandara una luz de freno, una pequeña correctiva.

Pero para sorpresa de nadie, la moción recibió 13 votos a favor y una abstención -la del Reino Unido- además de un sonoro NO. El veto de la superpotencia norteamericana, que -una vez más y como siempre- salía en auxilio del Estado de Israel, su gendarme en Oriente Medio.

Dicen que fue el presidente norteamericano Franklin Delano Roosevelt el que en los años 30, y refiriéndose al dictador nicaragüense Anastasio Somoza, dijo una vez «será un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta». Esta máxima, sea fidedigna o no, ilustra lo que podríamos dar en llamar «corporativismo hegemonista».

Para defender sus intereses y su hegemonía mundial, la superpotencia norteamericana necesita apoyarse en dictadores y sátrapas, en gorilas golpistas y torturadores de la Escuela de las Américas. Y también en Estados como el de Israel y en genocidas como Netanyahu, guardianes de los intereses de EEUU en una zona tan vital como Oriente Medio.

El Estado de Israel lleva 75 años perpetrando la guerra, la limpieza étnica y el más ominoso apartheid contra Palestina y los palestinos. Y de su larga lista de dirigentes sionistas, hay uno que se lleva la palma: Benjamín Netanyahu, cabeza del Likud, fuertemente ligado a los halcones del republicanismo en Washington, que lleva dirigiendo intermitentemente Israel desde 1996, y responsable de una larga lista de atrocidades y castigos militares contra Gaza.

Si Israel no existiera, EEUU debería inventarlo para proteger sus intereses en la región”, dijo Biden en 1986.

Pero la actual ofensiva contra la Franja, que ya cumple dos meses, deja a las demás en pañales. Más de 18.000 muertos, el 70% de ellos mujeres y niños, y casi 50.000 heridos, muchos de los cuales ya no tienen anestesia ni medicamentos, y morirán agonizando. El 60% de los hogares gazatíes han sido arrasados o están dañados sin remedio. El ejército israelí ha bombardeado escuelas y hospitales, campamentos de refugiados y barrios residenciales, mercados, mezquitas e iglesias cristianas, convoyes humanitarios o de ambulancias. No son daños colaterales, son blancos conscientes y deliberados de sus misiles de precisión, lo mismo que los 300 médicos, o el centenar de periodistas o de trabajadores de la ONU masacrados junto a sus familias.

El Estado de Israel está cometiendo cientos de miles de crímenes de guerra a diario, de violaciones de la Convención de Ginebra y de la más elemental legalidad internacional. Lo está haciendo delante de las cámaras, ante los ojos atónitos del mundo entero. Un genocidio, una limpieza étnica sobradamente documentada, en streaming.

Y lo está haciendo gracias al apoyo económico, político, diplomático y sobre todo militar de la superpotencia norteamericana. Todo el obsceno manto de impunidad, toda esa indecente capa de invulnerabilidad diplomática que hace que hasta la más mínima sanción o reprobación sea inmediatamente vetada en la ONU, sólo proceden de un país. De los Estados Unidos de América.

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Biden en 1986

Pase lo que pase, por más sangriento que sea lo que haga, EEUU debe proteger a su hijo de puta. Siempre deberíamos recordar las palabras que el propio Biden pronunció en 1986 en el Senado norteamericano: «Es hora de que los que apoyamos a Israel, como muchos hacemos, dejemos de pedir perdón por hacerlo, dejemos de pedir perdón por respaldar a Israel. ¡No hay nada por lo que pedir perdón! ¡Nada!. ¡Si Israel no existiera, EEUU debería inventarlo para proteger sus intereses en la región!»

Y por eso, toda la creciente y planetaria ola de condena al genocidio en Gaza no sólo se dirige contra el sionismo israelí, sino -con toda justeza- contra el hegemonismo norteamericano.

Washington y Tel Aviv tienen la fuerza, tienen la superioridad militar y el poder político. Pero acabarán pagando por sus crímenes. Cuanto más se ceba la masacre, más se degrada su imagen, más se acrecienta el rechazo de los países y pueblos del mundo. Cuanto más arde el trágico infierno de Gaza, más se calienta el crisol en el que se forja el ocaso imperial.