Dicen que el universo no se inmuta cuando se apaga una estrella, pero es mentira. El vacío que deja Ronnie James Dio, una de las voces más prodigiosas del Rock y el Heavy Metal de todos los tiempos, ha dejado consternado a millones de seguidores en todo el planeta. Deja una obra impagable e imprescindible para entender el género, y el ejemplo de artista incombustible que muere con las botas puestas -empezó con el R´n´R de los 50, brilló con el Rock de los 60, triunfó con el Hard Rock de los 70, deslumbró con el Heavy Metal de los 80, se mantuvo en la cumbre en los 90, y hasta ayer reventaba estadios-. Seguramente desde la muerte de Freddie Mercury nadie había suscitado un luto y un homenaje más sentido en el mundo del Rock.
Ronnie James Dio no medía más de metro y medio, ero en su voz habitaba la fuerza y la rabia de todas las furias. Quizá no lo sospechaba aún allá por el año 1956, cuando debutó tocando la trompeta, en bandas como Red Caps y Ronnie and the Prophets. Tuvieron que pasar varios años -y llegar el rock ácido y rebelde de los 60- para que Ronnie pudiera dar la talla como cantante, en otra banda –Elf (Elfo)- en la que él era el miembro más alto. Su timbre potente y penetrante cautivó a varios miembros de Deep Purple cuando asistieron a una actuación de Elf en 1971, tanto que al año siguiente, Dio y su grupo telonearon al legendario grupo en la cima de su carrera, durante su gira por Europa y EEUU. El mítico y controvertido guitarrista de los Purple, Ritchie Blackmore, no pudo resistir el aguijón de la voz del elfo y decidió grabar un disco aparte con Dio y su banda, una de las obras maestras del género: Ritchie Blackmore´s Rainbow. Tan grande fue el experimento que acabó deslumbrando al guitarrista. Blackmore abandonó Purple en 1975 y se volcó en Rainbow y su colosal vocalista, que durante tres años exploró sonidos fantásticos y de temática medieval que nunca ha abandonado del todo. Pero el genio de Dio tenía reservado lugares aún más altos, y entrando en los 80 fichó por una de las bandas más influyentes del momento, el grupo que había dado el salto definitivo del Hard Rock al Heavy Metal: Black Sabbath. La banda de Tony Iommi y Geezer Butler pasaba un momento muy delicado: su carismático y genial cantante, Ozzy Osbourne, tuvo que dejar el grupo y desintoxicarse de las drogas. ¿Osaría alguien sustituir al Principe de las Tinieblas?. Ronnie James Dio no rellenó el hueco de Ozzy, sino que elevó a a Sabbath a una segunda juventud, a una nueva etapa llena de fuerza y vigor con álbumes como Heaven and Hell, tan geniales como Paranoid. Por ese entonces la fama de Dio eran tan grande, que su carrera en solitario siguió arrollando de éxito en éxito, alcanzando oros y platinos con discos como Holy Diver (83) o Last in Line (84). Gran artista y mejor persona, el magnetismo y prestigio que irradiaba le sirvieron para reunir a más de 60 músicos de las mejores bandas de rock y metal del momento –Judas Priest, Iron Maiden, Mötley Crue, Queensrÿche, Journey, etc…- en el genial disco benéfico Hear N´Aid Stars, cuyos beneficios fueron destinados a mitigar el hambre en África. Uno de los símbolos más universalmente reconocidos de la cultura del Heavy Metal –la cornucopia- siempre se le ha atribuído a Dio, pero eso es una verdad a medias. Siempre contaba, entre risas, como de niño contemplaba pasmado cómo su abuela italiana enseñaba los cuernos a todos los vecinos a los que le quería echar el “malocchio”, el mal de ojo. Pero sea como sea, aquél gesto acabó encajando a la perfección con una música subversiva, ansiosa de socavar las costumbres e hipócritas normas morales de la sociedad anglosajona. Ronnie James Dio cumplió 54 años sobre los escenarios. Planeaba la esperada gira con los componentes de Black Sabbath en el grupo Heaven & Hell, pero el cáncer asesino se le agarró al estómago, envidioso de su colosal garganta. Deja huérfanos a un público que es una gigantesca minoría, a millones de personas admiradoras del artista y de la persona. Nos lega su música, su voz, su fuerza… Ahora Dio nos contempla desde el otro lado del arcoiris. Hasta siempre.