No era un neurótico acomodado a lo social, ni por el prestigio ni por el dinero. Pepe no obedecía a la orden del mercado y deseaba encontrar algo que le permitiera desear mejor.
Es obvio que la sociedad no perdona y Pepe no pudo inventar lo que no había. Tampoco podría ahora cuando somos especialistas en dejarnos llevar por lo que hay que hacer.
¿Saben lo que él hacía muy bien? La tortilla de berenjenas. En su apartamento muy pequeño de López de Hoyos, yo lo miraba desde la parte de fuera de la muy reducida cocina y envidiaba su simpleza exasperante. Quería cosas de todos los días y me enseñaba a quererlas.
Creo que alguna vez me dejo ganarle al Scrabel. Era mucho mejor que yo, pero supo perdonar mi ignorancia y dejarme vivir un triunfo que me acercaba un poco más a su coraje tan peculiar.
La polio lo dejo tuerto de una pierna y se tuvo que ocupar de su cuerpo. El máster lo acabo en Uruguay y eso lo hacía para mí, más cómplice de mis raíces del Rio de la Plata.
Un plan es un cuerpo. Yo lo aprendí con él. Me salvó de los residuos americanos de Stanislavsky y me colocó el alma junto al cuerpo. Cada libro que escribo tiene algo de Pepe. Cada espectáculo que hago en algo lo convoca.
Me prestó dinero para poder pagar el alquiler. Fue mi garantía cuando tenía que adquirir algo a crédito y me enseñó lo que era un soneto y un endecasílabo mientras me ayudaba a preparar mis oposiciones a la RESAD. Todo al mismo tiempo. Era Genial. No sé cómo decirlo de otra manera. Me salvó de la melancolía y me enseñó a mirar la realidad española. Decía: La diferencia son los que han viajado. Lo vas a detectar. Franco nos destrozó y si un español ha experimentado otras cosas es de otra calidad humana. Lo podrás observar. Era el año 80. No era fácil elegir ni detectar. Tuve que hacerlo y quizás por eso ya no me fui de esta tierra.
La ideología te deja unos lentes y con ellos se puede mirar. Nos poníamos de acuerdo con Pepe para tener ideología y así pude construir mi propia subjetividad. Es marca de Pepe. Leer lo que pasa y entender que, en el Teatro español, los espectadores reciben gato por liebre. Así lo decía él. Gato por liebre. Como seguimos más o menor por ahí, pienso que los gatos son ahora más televisivos. Pero son gatos.
Una hora antes de morir me cantó. Tápame… tápame… tápame… que tengo frío. Lo abrigué y me fui. Al rato volví y con Joaquín Campomanes pusimos palabras y lágrimas en una cafetería cercana al Ruber.
He querido tanto a ese hombre y fue muy corto el tiempo que me deparó la vida para estar con él. Me sigue haciendo falta sus palabras. No era psico nada, era simplemente profundo. Captaba una esencia y desenvolvía el misterio.
Uno de los cruces decisivos de mi vida que me hicieron salir para otro lado. Como una afirmación en una dirección que yo necesitaba que alguien en Madrid propiciara. Desde el amigo al maestro me hizo entender de una vez y para siempre que era importante estudiar y saber lo que hacíamos como si fuéramos científicos pero que a la hora de creer en ello solo cabía la locura de creer con todo el cuerpo.
Pepe Estruch. La violencia de lo sensible.